Nada explica tan bien la supervivencia de Mariano Rajoy en la Moncloa a lo largo de los últimos dos años como la melancolía que se extiende entre el electorado de izquierdas con sorprendentes frecuencia y facilidad. Costó mucho tiempo y no pocas derrotas a sus adversarios reconocer a Rajoy su condición de maestro en el manejo de los tiempos. Por su propio bien, no deberían tardar tanto ahora en reconocerle su maestría en el manejo de la melancolía de sus rivales.
Fue la melancolía y el desanimo postzapaterista de millones de votantes socialistas asilados en la abstención desde 2011 lo que cimentó su victoria el 20-D; a pesar de los casi tres millones de votantes populares que se quedaron en casa u optaron por la marca blanca que les ofrecía Albert Rivera.
Fue la melancolía y el enfado de más de un millón de votantes de Podemos e Izquierda Unida lo que le permitió ampliar y consolidar su ventaja en junio de 2016, tras el fracaso del intento de conformar un gobierno alternativo y la constatación de que, tanto al PSOE como a Podemos, les importaba más ganar al otro y ser segundo que competir por la primera plaza y derrotar al PP.
Más allá de la recuperación en intención de voto auspiciada por el liderazgo de Pedro Sánchez, la capacidad de Podemos para conservar su espacio en la izquierda ante el repunte socialista, el desgaste moderado de los populares a pesar de la propaganda económica y la manifiesta incapacidad de Ciudadanos para aprovecharlo pese a la exuberancia de su oportunismo y sus apoyos mediáticos, lo más revelador del tan comentado CIS de julio reside en que parece apuntar el principio del fin esa melancolía de la izquierda que tanto ha facilitado la supervivencia del presidente.
La remontada socialista parece provenir de la recuperación de votantes que se había refugiado en la abstención, no de la competencia cainita con un Podemos que logra retener sus apoyos, seguramente gracias al éxito de la moción de censura y a la adopción encubierta de la estrategia cooperativa promovida por Iñigo Errejón. La vuelta de esos abstencionistas melancólicos provoca también que, por primera vez en dos años, la suma de votantes de izquierda supere de nuevo a la suma de los votantes de derecha.
Solo una razón puede haber empezado a provocar ese retorno: el convencimiento de que vuelve a ser posible un gobierno alternativo. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias harían bien en tomar nota. Quién traicione esa expectativa volverá a ser castigado y seguramente con más dureza.
Aunque no todo son malas noticias para Rajoy. El CIS de julio demuestra que, a día de hoy, Albert Rivera y sus coristas de Ciudadanos sólo pueden aspirar a operar como un apoyo, no un competidor real por la supremacía en el espacio de derecha y centro derecha.