Una de las cosas más tristes que han sucedido en el descorazonador comportamiento de la política de estos tiempos es la pretensión de Vox de cambiar el nombre a la plaza madrileña de Pedro Zerolo. Que Madrid tenga en su Ayuntamiento un gobierno formado gracias al apoyo de individuos capaces de tal falta de respeto a la memoria de una persona que fue tan admirada y querida, tal desconsideración por un activista que impulsó cambios sociales históricos para los derechos humanos de este país y que falleció de manera prematura, provoca una profunda tristeza. Hasta la indignación se empaña de tristeza.
La propuesta de Vox es una provocación odiosa. Proviene del odio y lo fomenta. Un odio que no solo va dirigido contra una persona que se hizo merecedora del reconocimiento póstumo de dar nombre a esa plaza, sino contra lo que él representó, contra todas las activistas LGTBIQ, contra un movimiento de liberación que defiende a la sociedad de una dolorosa, criminal discriminación. Un movimiento que defiende de esa violencia a toda la sociedad: también a las hijas lesbianas, a los hijos gays, a las hijas e hijos transexuales de esa ultraderecha que reniega de su existencia y conculca, por tanto, sus derechos humanos. En esa provocación hay una alerta: ¿qué está haciendo la ultraderecha con esas hijas, con esos hijos?, ¿cómo es la escalofriante soledad de esas lesbianas, de esos gays, de esas personas trans a quienes el destino ha puesto en manos de sus enemigos?
Pedro Zerolo libró sin descanso, hasta el final de su vida, una lucha en favor de esa justicia que los fascistas pretenden ahora arrojar al ostracismo. Como si la historia pudiera cambiarse como se cambia la placa de una plaza. Estúpidos. Lo triste es que ahora ese fascismo tenga siquiera espacio para expresarse y que el foco que hoy ilumina su siniestra sombra envalentone a otros indeseables, los incite a más odio. Porque es el mismo fascismo que metió “dos tiros por el culo por maricón” al poeta García Lorca. El mismo fascismo repugnante que se atrevió a celebrar la muerte de Zerolo en los términos más abyectos. La misma escoria, que hoy se ha quitado la máscara de la derecha tolerante.
Son tan brutos que ni saben odiar con inteligencia. Iván Espinosa de los Monteros, portavoz de Vox, inscribía la eliminación del nombre de la plaza Pedro Zerolo en su pretensión de derogar la Ley de Memoria Histórica de 2017. Demagogo e ignorante, como le ha calificado la Fundación Pedro Zerolo, escupió Espinosa la provocación incurriendo en un error de bulto: la denominación de la plaza nada tiene que ver con esa ley, sino con las más de 80.000 firmas ciudadanas que pidieron que esa plaza de Chueca honrara así su memoria.
Porque el barrio de Chueca, hoy gentrificado y confuso, sigue, sin embargo, siendo símbolo mundial de un barrio de integración de las personas LGTBIQ, de una convivencia pacífica y fructífera que solo el turbio capital ha sido capaz de perturbar. Chueca y sus aledaños fue constituida por la gente como la parte de la casa común que se inunda de luz emancipatoria frente a la represión oscurantista de los armarios homófobos y de la transfobia estructural. La librería Berkana como fuente de conocimiento, las redacciones de la mítica revista Zero y de la revista Shangay, los bares como espacios de encuentro en libertad, todas sus calles como un gozoso escenario de visibilidad, el Orgullo como celebración de todo eso: Chueca ha sido para millones de personas un territorio de liberación personal, y eso es lo que ha convertido al barrio en un enclave histórico.
En ese sentido, sí, es memoria histórica la que recoge el nombre de Pedro Zerolo en una plaza que forma parte principal del entramado de Chueca. Así, en las minúsculas de lo que con tanto esfuerzo, con la vida de tantas personas, construye en el tiempo la colectividad. Eso no va a borrarlo la ultraderecha jamás, ni mandando a sus esbirros a arrancar la placa de la plaza ni lanzando propuestas provocadoras que sabe fracasadas.
La memoria de Pedro Zerolo es histórica porque su trabajo y su compromiso cambiaron leyes injustas y, por tanto, la vida de las personas, de un país. Lo triste es que los derechos recuperados puedan ser arrebatados de nuevo por esa ultraderecha que va tomando posiciones en instituciones democráticas en las que no cree. Lo triste es que muchas jóvenes LGTBIQ están en peligro de volver a ser sus víctimas. Y, con provocaciones así, la ultraderecha busca alentar el odio del que se alimenta. Lo que consiguen, sin embargo, es que una gran tristeza refleje lo oscuro de su infinita maldad. Y que la memoria de Pedro Zerolo aliente de nuevo nuestra historia.