La Ley de Memoria Histórica, que el Gobierno propone para su tramitación parlamentaria y posterior aprobación, si procede, viene a ayudar en el debate de ese complejo concepto denominado, precisamente, Memoria Histórica.
Asistimos a una revisión de la Segunda República y de la posterior Dictadura de Franco. Al parecer, según esta revisión, revolucionarios comunistas pro Moscú, estaban a punto de instaurar su régimen cuando esforzados militares salvaron al país y le dieron, como bien explicó el coronel golpista Tejero, 40 años de felicidad.
Se trata de falsear la Historia para adecuarla a los esquemas políticos de determinadas opciones. Lo terrible es cuando tercia el jefe de la oposición, Pablo Casado, mareando la perdiz y acercándose a Vox en el perverso juego de la revisión histórica, y no mantiene, con claridad, la postura del presidente de la Xunta, Núñez Feijóo: “La Guerra Civil fue un golpe de Estado”.
En esta revisión, nos dicen que, entre otros, Largo Caballero pretendía instaurar el estalinismo en España y que la Unión Soviética ya tenía establecidas las bases para ello. Evidentemente, eso no ocurrió. No sabemos qué pasaba por la cabeza de Largo Caballero, ni cuáles eran sus verdaderas intenciones, ni sus verdaderas fuerzas y posibilidades de éxito, caso de que lo quisiera intentar. Lo que sí sabemos, a ciencia cierta, es cuales eran las intenciones del general, y funcionario militar a sueldo de la República, Francisco Franco, cuando inicio con otros generales, también a sueldo de la República, un levantamiento contra ésta que acabó con ella, e instauró un larguísimo periodo dictatorial con las libertades democráticas eliminadas y el inicio de un adoctrinamiento de la población en las esencias del nuevo régimen.
Es decir, Franco se levantó en armas contra un régimen legal y constitucional, elegido en las urnas, y lo sustituyó por una dictadura que duró casi 40 años. Esta evidencia hay que repetirla una y otra vez para que los fanáticos que pretenden edulcorar el franquismo, no logren sus objetivos y para que una mentira, repetida mil veces, no se convierta en una verdad.
La II República Española es la historia de un fracaso, pero un fracaso porque los militares que estaban acostumbrados a pastorear la política de su país, no aceptaron que el parlamentarismo democrático evolucionara. La república llegó tras decenios de desastrosa monarquía militarista de Alfonso XIII, de la dictadura del general Primo de Rivera y de la dictablanda del general Berenguer.
Un pueblo traicionado, como lo define el historiador británico Paul Preston, intentó dar, con la República, sus primeros pasos en la vida democrática y se encontró con innumerables enemigos. Pero uno de ellos, el grupo de militares africanistas, contaba con la enorme ventaja de su preparación, a costa del erario público, de las armas y del ejército pagado por el propio pueblo. Utilizaron esa ventaja para destruir la democracia e instaurar la dictadura. No hay más.
Todos ellos se curtieron en Marruecos. Allí primero perdieron la guerra contra un enemigo chiquito pero peleón, dirigido por Abd el Krim que había sido traductor de la administración española. El llamado desastre de El Annual que tuvo lugar hace exactamente un siglo, en julio de 1921, y sobre el que oficialmente se extiende un manto de silencio, provocó la muerte de un número indeterminado de soldados y oficiales, hay cifras que hablan de 13.000 muertos. El general favorito de Alfonso XIII, Manuel Fernández Silvestre, le había prometido al Rey que en poco tiempo iba a conquistar todo el Rif marroquí.
La conquista fue rápida, pero la pérdida también. Los héroes, anónimos, quedaron entre los muertos en aquellas tierras resecas. Los pocos supervivientes no pueden hacer gala de heroicidad, como mucho de oportunidad. Salieron vivos, que no es poco, y es lo que importaba. Juzgarlos desde la cómoda vida de hoy, puede resultar injusto.
Pero aquí va, como pequeño ejemplo, un retazo de Memoria Histórica. Uno de los pocos que lograron salir vivos del infierno de El Annual fue el capitán Pablo Cayuela Ferreira. Era el capitán de la 5ª Mía, una compañía de policía indígena, en El Annual. En su compañía, formada por indígenas, como su nombre indica, había también dos tenientes, uno español y otro de origen marroquí, Mohamed Benn Mizziam, y un alférez. Sabemos que el alférez, Joaquín Carrasco, resultó muerto de un disparo el 23 de julio, en el momento del ataque, y que está enterrado en el Panteón de Héroes de Melilla. Del teniente, no sabemos nada. Los que sobrevivieron con seguridad, fueron el capitán Cayuela, y el teniente Ben Mizziam, convertido en capitán general de Canarias en el régimen dictatorial de Franco. Lograron llegar a Melilla huyendo de las guerrillas de Abd el Krim.
En julio de 1936, quince años después del desastre de El Annual, los militares africanistas se aprestaron a tomar el control de su país. En Navarra, el general Mola, “el director” del golpe militar, llama a su despacho al jefe de la Guardia Civil de Pamplona, el comandante José Rodríguez Medel, y le ordena ponerse a su disposición. Rodríguez le contesta que él sirve a la legalidad vigente. Al volver a la comandancia de la Guardia Civil, es asesinado.
Pero en la misma Navarra, la mayoría de los mandos militares apoyan al “director”, y tropas insurgentes, del Batallón Arapiles de Estella, junto a requetés navarros, se ponen a sus órdenes, e inician la conquista de Gipuzkoa. Al mando de estas tropas se sitúa el teniente coronel Pablo Cayuela Ferreira. Es el mismo que pocos años antes, entonces capitán, salió escopetado de El Annual para refugiarse en Melilla, mientras la gran mayoría de sus compañeros de armas, y miles de soldados de reemplazo, dejaban su vida en las tierras del Rif marroquí.
Toman la población de Beasain donde al menos 32 ciudadanos, un par de ellos carlistas, es decir, de derechas, católicos a ultranza y españolistas, son fusilados. Estos últimos porque habían salido en defensa, “son buena gente”, de algunos republicanos amenazados de muerte. En las guerras no hay “buena gente”, venían a decir los insurgentes
En un paseo triunfal, la oposición militar era prácticamente inexistente, llegan al pueblo de al lado, Villafranca de Oria, hoy Ordizia, y lo toman sin problemas. El jefe militar, comienza a poner en orden, el nuevo orden de la autoridad militar, la población.
Y así, el teniente coronel Cayuela, con un ardor militar que no recuerda al de la huida de El Annual, ordena a los funcionarios civiles del ayuntamiento huidos del pueblo, que se presenten ante él en 24 horas, o se atengan a las consecuencias. Las consecuencias, claro, suponen el paredón. Un día antes, el funcionario municipal encargado de las aguas, había recogido a sus dos hijas de 15 y 8 años, y había salido en dirección a Albistur, un pequeño pueblo en la montaña, para dejar a recaudo de la familia materna a las dos niñas. El funcionario, que era conocedor de las noticias de fusilamientos ordenados por el jefe militar en el pueblo de al lado, tenía la misma fe en las buenas intenciones del teniente coronel Pablo Cayuela Ferreira, que éste en Abd El Krim cuando huyó de El Annual.
El funcionario, que perdió su trabajo pero salvó su vida, que no fue poco en aquella guerra incivil como la denominó Unamuno, tuvo que volver al pueblo, donde algunos de su convecinos habían sufrido las “consecuencias” de las que hablaba el bravo Cayuela, y donde dos de sus hijos fueron encarcelados en la prisión provisional preparada en una sala de cine. Terminada la contienda, pacificado el país por los Cayuela de turno, el funcionario, desposeído de su trabajo, se vio obligado a rehacer su vida y sacar adelante a su familia rodeado de vencedores dominadores, pero muy cristianos. Uno de ellos, alcalde del régimen de Franco cuando el franquismo ya estaba envejeciendo, se le acercó un día al salir de misa y, por lo bajini, le dijo:
-No estuvo del todo bien lo que hicimos, no fue cristiano.