Las memorias de Claude Lanzmann

Antes de ver ‘Shoah’ de Claude Lanzmann leí su transcripción (‘Shoah’, Editorial Arena), la volví a leer, la subrayé. Es uno de los textos más corrosivos y enfermos que he conocido en él la palabra contiene una fuerza reprimida y alcanza una significación que no consigue la literatura aunque lo intente. Creo haberle robado alguna frase entera para una novela mía porque la envidia nos lleva a robar. Cuando fue emitida en algún canal de televisión lo grabé en VHS y cuando fue comercializada la compré. ‘Shoah’ es algo distinto a todo y no consigo distinguir dentro de mí aquello por lo que me atrae porque lo hace de una forma total, no me interesa dilucidar su interés histórico o literario o filosófico o lo que sea. Wagner teorizó y pretendió la obra de arte total que conmoviese, uniendo arte con experiencia y con mito, ‘Shoah’ no es arte y no es eso porque no es nada preexistente pero es una experiencia profunda, perturbadora y renovadora.

También lo es educadora y por ello creo que todos los escolares europeos debieran verla en algún momento de su currículum. Y no hago relación alguna con la política de facciones o estados, aunque evidentemente puedo establecer una relación directa con la historia del pueblo judío en Europa y el mundo y el estado de Israel, pero ‘Shoah’ simplemente no es eso.

Siendo para mí lo más próximo a una expresión radical y total de la peripecia humana comprenderán que demandase a mis libreras inmediatamente un ejemplar de las memorias de su autor, Claude Lanzmann (“La liebre de la Patagonia”, Seix Barral. Traducción de Adolfo García Ortega). Lanzmann no le tiene por qué caer bien a uno, aunque pueda resultar paradójico decirlo del creador de una obra que uno admira tanto, y de hecho está muy presente ese daimon suyo arrogante y ufano que ya se muestra en algún momento de su, llamémosle, gran documental. Pero en los creadores los defectos están muy cerca, o residen en el mismo lugar, que sus virtudes y sin esa agresividad adolescente no existiría no habría llevado adelante su empeño ni existiría su obra. No llega a caerme bien de todo pero me inclino a simpatizar con él porque, al cabo, todos tenemos nuestros defectos y me reconozco algo en su temperamento.

La mayor parte del libro apenas me interesó, aunque efectivamente haya tenido una vida inverosímil hay cosas o grados de los hechos que me cuesta creer, y atravesando momentos de la historia del siglo pasado muy interesantes, la lucha por la independencia de Argel por ejemplo, pero siempre me cansó la mitomanía alrededor de Sartre y Simone de Beauvoir, no pretendo quitarles méritos ni interés a sus obras. Realmente hay mucho de pijo progre en buena parte del libro. Doy por hecho la comprensible parcialidad de Lanzmann con Israel, aunque aquí y allí es sincero y crítico con algunos aspectos su visión al cabo se basa en la total ignorancia de la población árabe original y actual. En ese sentido pocos testimonios tienen el coraje de Primo Levi. Puedo seguir leyendo el libro a pesar de mis reticencias, siempre hay cosas interesantes, pero no importa porque todo acaba conduciendo a lo que acabó siendo el destino que se le reveló a Lanzmann y que lo transformó y dio sentido a sus pasos anteriores: ‘Shoah’.

Las últimas cien páginas valen por todo el libro y más, ahí es donde cuenta sus dificultades, sus problemas y también aclara algunos momentos de su ‘Shoah’. Si quien lee conoce esa obra comprenderá que vale la pena acercarse a este libro, vuelve a actualizar nuestro interés y nuestra motivación para ver esas horas extrañas, esa ópera tan siniestra como fermosa que reúne todos los cuentos de miedo de la infancia.

(Ahora espero devotamente la edición en alguna lengua que me resulte familiar de las memorias de Costa Gavras. A ver si hay quien se anime).