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Los menores trans y nuestros miedos

Menores trans sostienen una pancarta durante una marcha convocada por ‘Federación Plataforma Trans’ ante las enmiendas del PSOE, a 12 de noviembre de 2022

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Hace casi 20 años, en una cena navideña con la familia de un amigo gay que acababa de salir del armario con sus padres, su madre dijo algo que todavía recuerdo: “No tengo ningún problema con que mi hijo sea homosexual, pero va a sufrir mucho más que si fuera heterosexual”. Esta frase explica para mí todos los miedos, muchos y variados, fundados e infundados, que tenemos los padres acerca de los hijos y que se resumen en uno: que sufran y no podamos protegerlos. Y también la manera equivocada de gestionarlos.

El instinto de protección con los hijos, aunque sea para mal, ha sido una de las armas que se han utilizado contra la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI. Aprobada en el Congreso después de un debate que ha enfrentado al movimiento feminista y que aún no se ha acabado, la ley trans suscita varias polémicas sobre la identidad y el género pero la que se refiere a los menores es la más pasional. Y lo es porque parece querer cortar el hilo, que a veces es soga, que nos une a nuestros hijos. Lo es porque va contra el instinto de control, del deseo de alejarles de lo que percibimos como problemas, de la irreprimible necesidad de decirles qué tienen que hacer y ser para que les vaya mejor en la vida.

A los padres bienpensantes y dedicados se les ponen los pelos de punta y hablan de hormonas para adolescentes, enfermedades mentales y procesos de transición rápidos, posibles arrepentimientos sin remedio. Y todo sin conocer a ningún menor trans, ni su realidad y diversidad. Sin saber que no todas las personas trans se hormonan, ni se operan, que no todas necesitan atención psicológica y si la necesitan es, en la mayoría de los casos, porque creen que hay algo equivocado en ellos.

¿Qué dice la ley? Hay que empezar por ahí, porque la ley no promociona que los niños se hormonen o se sometan a intervenciones quirúrgicas, ni al margen de sus padres ni con su consentimiento. La norma establece que los menores de 12 y 13 años podrán modificar su documentación para adecuarla a su género pero con un expediente de jurisdicción voluntaria, es decir, con una autorización judicial. Para los de 14 y 15 no será necesario aval judicial, podrán cambiar su sexo legal sin requisitos pero asistidos por sus progenitores o tutores legales. A partir de los 16, el cambio se podrá realizar sin requisitos y sin acompañamiento ni consentimiento parental.

Según la legislación que teníamos hasta ahora, solo los mayores de edad podían solicitar un cambio registral de sexo en el DNI, y para ello tenían que aportar un diagnóstico de disforia de género (la OMS ya la excluyó de su listado de enfermedades en 2018), y haber estado recibiendo tratamiento hormonal al menos dos años. Desde 2019, cuando el Tribunal Constitucional anuló el artículo de la legislación que restringía esta posibilidad solo a los mayores de edad, ese alcance se extendió a menores con la “suficiente madurez y que se encuentren en una situación estable de transexualidad”.

Pero el cambio registral de sexo no es el problema. Lo es, en gran parte, la teoría del “contagio social”, esto es, que la transexualidad se “contagia” entre adolescentes y que puede ser hasta una moda pasajera. Esta teoría surgió en 2018 en EE UU, cuando se acuñó un término nunca reconocido por la comunidad médica o científica: la disforia de inicio rápido. Según su análisis, el aumento de la transexualidad en los jóvenes estaba en gran parte causado por el contagio que surgía al relacionarse con otros adolescentes trans y por la visión, alentada por los medios y las narrativas audiovisuales, de que ser trans era socialmente aplaudido. Quizá no hayamos pensado bien que estar en uno de los grupos más marginados y vulnerables de la sociedad no es ni una decisión ni algo que se tome a la ligera. Que la mayoría de las personas trans lo sabían desde niños. Que la inocencia infantil inmaculada no existe, y que protegiéndolos de daños inventados estamos infantilizando al conjunto de la sociedad. Que debemos refrenar el pánico moral que nos produce la posibilidad de que nuestros hijos sean diferentes.

Los discursos de odio cargados de prejuicios y bulos no ayudan a nuestros hijos. Ellos, como nosotros, deben aprender que la realidad de la transexualidad es diversa y está llena de matices. Que a los adolescentes trans hay que tratarlos como a todos los adolescentes, y que esa tarea nunca ha sido fácil. Que todo este ruido pasará y que mañana solo tendremos más derechos para más personas.

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