Esta vez la ultraderecha ha estado a punto de cobrarse una pieza de caza mayor. Así lo entendieron los demócratas franceses. Superando en muchos casos reticencias previas, han conseguido, organizados y unidos, ser ellos quienes derrotaran al partido de Marine Le Pen dando la vuelta a los resultados del domingo anterior. Y no solo han salvado a su país de esa lacra, sino a una Europa que no podía perder un bastión tan importante como Francia. Han vencido con nota en este asalto, pero queda ganar la partida. Porque han sido los ciudadanos franceses los que han dado una impresionante lección a sus políticos y a medio mundo. Pero falta ver si se ha aprendido. Envidiable ese coraje de los mejores tiempos para vencer a un enemigo tan peligroso como los nuevos fascismos de cara lavada y muy caro maquillaje. Ratificamos que se puede y que no es fácil, ambas cosas.
Francia se encuentra en la situación inédita para ellos de tener tres grandes grupos parlamentarios -sin mayoría absoluta ninguno- que habrán de verse obligados a pactar de alguna manera. Las especulaciones son múltiples. Y las dificultades no pocas. Pero, como no se entienda o no se quiera entender el mensaje, puede que no haya muchas más oportunidades. Y es así para Francia y otros muchos países.
El mandato ha sido claro: hay gente tan harta, obtusa e insolidaria como para votar a la ultraderecha y hay demócratas, igualmente hartos, dispuestos a renuncias por salvar a su país de esa lacra. Volver a defraudarles o darles paños calientes tendrían un coste altísimo. Cuidado, que la inercia parece ser la de siempre. Si se atiende a lo que dicen los biempensantes españoles desde luego. Y también podría existir esa tentación en Francia.
Revive el “no pasarán”. En Francia. En España, el establishment político mediático ha recibido como una tragedia… que ganara el Nuevo Frente Popular y ha convertido a Jean-Luc Mélenchon en enemigo público. Ese político tan radical, dicen, fue ministro de Educación con el Gobierno socialista de Lionel Jospin y su principal objetivo –de extremísima izquierda– es subir el salario mínimo a 1.600 euros. Pero de nuevo constatamos la labor de la malencarada equidistancia que ya nos ha traído hasta aquí. La desolación, la irritación soberbia también, del candidato ultra Bardella es pareja a la que muestran algunos españoles. Ahora también quieren dar lecciones a Francia, desde las portadas y radios al circo tertuliano de chirriantes pantallas partidas. Y desde la derecha política: el portavoz del PP Borja Sémper ha osado llegar al supremo ridículo de pedir “un pacto de gobierno en Francia que deje fuera a los ‘insumisos’ de Mélenchon”. Esta misma mañana he escuchado de pasada, en una tertulia radiofónica de las admisibles: “Mélenchon es la izquierda de la izquierda de la izquierda”. Nunca he oído decir de Le Pen, Meloni o Vox, “es la derecha de la derecha de la derecha” y eso que las diferencias “extremistas” son abismales. En ese rincón al estribor de todo rumbo hay tantos dándose la mano que asustan. Porque hacen daño.
Quizás toda esta gente encuentre una pista de lo que quieren los franceses viendo lo que han votado: el Nuevo Frente Popular primero. Después, al Ensemble de Macron, a quien la idea de sus rivales de izquierda le ha venido muy bien, al punto de asistir a una recuperación de escaños espectacular (la retirada de candidaturas para que no triunfara Bardella fue además mucho mayor en el Frente Popular: 130 y 82, respectivamente). Y en tercer lugar a la ultraderecha.
El Nuevo Frente Popular busca un candidato de consenso a la presidencia del gobierno que podría ser una mujer y ha emitido en la tarde este martes un rotundo y extenso comunicado de prensa que dice ser de las cuatro formaciones que integran la Alianza de Izquierdas. “Advertimos solemnemente al Presidente de la República contra cualquier intento de secuestrar las instituciones. El Nuevo Frente Popular es sin duda la primera fuerza de la nueva Asamblea Nacional”, dicen. Anuncian con firmeza que están dispuestos a gobernar con el programa que han votado la mayoría de los franceses “desde mañana mismo”.
El líder de la Francia Insumisa, Melénchon, ha declarado que tienen varios nombres que proponer y que él nunca será el problema sino siempre parte de la solución.
Es Macron, como presidente, quien elige al jefe de Gobierno, eso nadie lo duda. Gérald Darmanin, su ministro del Interior, descartó de entrada “cualquier posibilidad de gobernar o apoyar una coalición que tenga algún vínculo con La Francia Insumisa”, declaró. Dice que si se animan los socialistas a traicionar al grupo podría estudiar “conversar de algunos temas”. Y, según nos contaba Enric González, en su columna, se pueden animar bastante. Personalmente, sienten un “odio máximo” por ambos rivales, pero “si hablamos de ideologías –escribe– no hay color. Los socialistas están cerca de Macron y lejísimos de Mélenchon”. Tras un repetido hundimiento electoral en catástrofe que les llevó hasta a vender su sede de los Campos Eliseos para pagar deudas, los socialistas también han recogido los frutos de la estrategia del Nuevo Frente Popular y pueden convertirse en árbitros y mantener a Macron. Sería mandar a la papelera el mensaje de las elecciones.
El “caos económico” que anuncian los agoreros es lo que había, lo que hay, lo que ha llevado a muchos franceses a votar Le Pen, no se puede obviar. Es lamentable, también, ver cómo la gran idea de la democracia europea se ha ido degradando. El primer paso para una unión interestatal lo dio en 1950 Robert Schuman, ministro de Asuntos Exteriores francés, en la Declaración que lleva su nombre. El inspirador había sido otro francés: Jean Monnet. Si bien era una unión económica, se hablaba de calidad y de derechos de los trabajadores y se incluía un frontal rechazo a la guerra, conscientes de lo que les había contado la que desencadenaron los fascismos. Como todos los movimientos trascendentales de aquellos años, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por ejemplo. Comparen con el hoy.
Con todas las cautelas, reconforta que, además de Francia, en un año hayan frenado a la ultraderecha para sus gobiernos, España, Polonia y el Reino Unido. Parece que hay muchos ciudadanos que valoran la democracia. Como se les defraude, conviene insistir, puede ser la última batalla por la democracia.
Bardella, relamido líder ultra francés, sale de la derrota en su país a ser el presidente de la tercera fuerza del Parlamento europeo. De la ultraderecha que ha aglutinado el húngaro Orban, adonde se ha incorporado Vox y que va a rivalizar con una Meloni en horas bajas. Así de convulso está el asunto. Orban, como presidente rotatorio del Consejo Europeo (que normalmente es un puesto testimonial), lo primero que ha hecho ha sido ir a Moscú a ver a Putin, y lo segundo viajar a Pekin para entrevistarse con el presidente chino, Xi Jinping. Y así de intrigante.
Aquí, Vox se ha colado en múltiples gobiernos vía PP, con una notable sobrevaloración de los votos ultras, para conseguir el poder en más de 135 ayuntamientos y en media docena de Comunidades Autónomas: Castilla y León, Comunidad Valenciana, Extremadura, Aragón y Baleares, y haciendo las mismas políticas de ultraderecha en el Madrid de Ayuso. Con cargos tan impresentables como la presidenta de las Corts Valencianes, de Vox, que acaba de llamar “imbéciles” a los jugadores negros de la selección francesa de fútbol por celebrar la derrota ultra en las elecciones. El lunes Feijóo todavía pedía “la unión de los centristas sin extremismos en Francia”, con todo su descaro, pero nunca se sabe que dirá los días siguientes.
Constatemos que, como los socialistas franceses, los españoles también se sienten más cerca de los (inexistentes) centrismos que de la izquierda. Y es peligroso en los momentos que vivimos. El escándalo de la justicia con actuaciones judiciales de auténtico pasmo no se podía saldar con acuerdos bipartitos con el PP, que la ha tenido dominada los últimos 13 años saltándose los plazos constitucionales. El mensaje de los demócratas franceses sirve para España lo mismo: más izquierda, más derechos sociales y más valentía.
No es fácil, pero se puede. Hora de ponerse las pilas y apretar el acelerador. En Francia, en España, en el mundo. Donde hay demócratas con conciencia se puede hacer algo, pero los gobernantes tienen que echar una mano y ser absolutamente responsables.