“Hay que proteger los valores occidentales”. A nadie se le escapa la cantidad de veces que los líderes europeos han pronunciado estas palabras tras cada ataque terrorista. Pero sus –a priori- buenas intenciones contienen un insoportable hedor xenófobo. ¿Qué son los valores occidentales? ¿Cuáles son, por ejemplo, los valores orientales? ¿Acaso unos no pueden convivir con otros? Hay casos que ilustran perfectamente lo criminalizadora que es la expresión.
Por ejemplo, François Hollande incluso se apropia más de los valores occidentales y los llama “valores republicanos”, y considera que estos evocan indiscutiblemente al “laicismo, la igualdad, el respeto, los principios democráticos y de ciudadanía, la lucha contra el racismo, contra el antisemitismo y contra todos los prejuicios”. Francia, un país que se arriesga y se pone por bandera principios que nadie en su sano juicio suscribiría. Venga, que levante la mano quien no quiera terminar con todos los prejuicios.
Hace poco el rey de Holanda, Guillermo Alejandro, confirmaba que exigirían a los extranjeros que se instalaran en su país la firma de un documento de compromiso con los valores holandeses, “en especial los principios democráticos de la separación entre Iglesia y Estado, y las libertades de credo y expresión”. Obviamente los holandeses no tienen que firmar este documento porque claro, son sus valores, nacen con ellos y los amamantan desde la cuna.
En la misma línea que su homólogo holandés habló el monarca español, Felipe VI, el mismo que no dudará en defender la igualdad que promulgan los Derechos Humanos mientras descansa sobre su trono de inviolabilidad. Ante la Asamblea General de la ONU, casa de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el rey pidió a los refugiados y migrantes “respetar los valores que deben ser observados en los países de acogida”. Tiene su mérito mentar valores excluyentes ante el organismo que los hizo universales y no reírse en la cara del resto, y más cuando se ostenta un cargo que aplasta el principio de igualdad.
Traduciendo estas pequeñas muestras de un catálogo más amplio, el mensaje de los líderes europeos es que tú, salvaje e incivilizado africano u oriental, eres ajeno a unos valores occidentales que son la versión fusilada y xenófoba de unos Derechos Humanos que la ONU parió para todos por igual.
Los valores occidentales no existen y tampoco son los padres. Lo real es el respeto a los derechos y a las libertades, sin distinciones sesgadas que ensalzan a quien se apropia de los Derechos Humanos para occidentalizarlos y blanquearlos.
Europa en su conjunto luce bien el reflejo de la patraña de los valores occidentales. Se autonombra adalid de la libertad a la par que políticos de ideas represivas ganan terreno, se jacta de su unión mientras construyen vallas fronterizas más altas y se regodea como ejemplo de integración social cuando discrimina indiscriminadamente a las personas por su color de piel y origen.
Por todo esto, señores dirigentes europeos, a mí dadme más Derechos Humanos, porque de vuestros xenófobos valores occidentales ya estoy muy servido.