Menudo lío, Alberto
Decíamos ayer en estas mismas páginas que el festivo y relajado desfile de Entroido que Núñez Feijóo y Alfonso Rueda habían imaginado, cual camino de baldosas amarillas, hacia otra esplendorosa mayoría absoluta se había ido complicando entre los pélets, las debilidades del candidato popular y la vuelta a casa del electorado nacionalista dispersado durante la era Feijóo. Ya es oficial. La campaña gallega se ha convertido en una tortura.
Ya no es únicamente el CIS quien proyecta que la mayoría absoluta no está ni mucho menos asegurada; también la encuesta de 40dB para la Cadena SER. Aquellas que la dan por segura -La Opinión, La Voz de Galicia, El Mundo- bajan la horquilla popular hasta la mayoría absoluta pelada. Los populares han pasado de filtrar que su suelo era treinta y nueve escaños, a asegurar que esos treinta y ocho necesarios para la mayoría absoluta constituirían una gran victoria.
De comernos cuatro menciones a Catalunya y dos a Euskadi por cada vez que los candidatos populares mencionaban a Galicia, hemos vuelto a agitar el miedo al nacionalismo gallego y a tratar de desenmascarar la cara oscura soberanista y galegomarxista que se oculta tras el rostro aparentemente amable de Ana Pontón.
El cambio de estrategia y de discurso del PP en la campaña gallega ha sido tan fulminante y radical que ha cogido a su armada mediática mirando todavía hacia Catalunya y la amnistía. Estaban empezando a virar para contarnos las plagas que acompañan al nacionalismo gallego cuando, de nuevo sin avisar y por sorpresa, el PP comunica al mundo que la amnistía estuvo sobre la mesa al menos un día durante las conversaciones informales entre Junts y el PP para investir a Feijóo. No sólo eso. Si hace examen de conciencia, se arrepiente de sus pecados y formula propósito de enmienda, el terrorista y alto traidor Carles Puigdemont, cerebro del Tsunami terrorista y agente doble al servicio de Putin para destruir el sueño europeo, sería perfectamente indultable.
El caos es total en el seno del complejo político-mediático-judicial popular y se extiende como la pólvora. Qué hay que hacer, se preguntan unos a otros. ¿Ahora la terrorista es Ana Pontón? ¿El verdadero aliado de Putin para destruir Europa es la UPG, el partido marxista-leninista mayoritario en el BNG? ¿Qué se hace con la media docena de sumarios que estaban preparados para seguir investigando el terrorismo del procés y la conexión rusa? ¿Se les da para adelante o no? ¿Puigdemont es un terrorista o sólo un buen catalán de nobles intenciones al que las compañías llevaron por el mal camino pero que merece una segunda oportunidad? ¿Cuántas agendas para la reconciliación hay? Y sobre todo ¿cuál es la que hay que defender y cuál es la que hay que tachar de felonía y traición?
Si se están preguntando qué impacto va a tener sobre las elecciones gallegas la oferta snapchat de amnistía a Puigdemont, ya les adelanto que lo más probable es que poco o ninguno. Si el PP ha cambiado de estrategia se debe a haber comprobado sobre el terreno que los líos de la amnistía nos dejan bastante fríos a las gallegas y los gallegos.
La pregunta correcta es qué impacto va a tener sobre el liderazgo de Feijóo. Hace un mes Galicia estaba ganada y quien tenía que explicar sus conversaciones con Junts era Sánchez. Hoy Galicia está abierta y quien ha de explicar sus charlas de café con Junts es el líder popular. La cosa va a peor, Alberto; admitámoslo. Y aún puede ponerse más fea.
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