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Merkel anda suelta por Madrid

Isaac Rosa / Isaac Rosa

En Moncloa se ha instalado un gabinete de crisis para organizar la visita de mañana de Angela Merkel a España. Es un viaje crucial, hay que cuidar hasta el último detalle para que la canciller alemana haga suya esa convicción que Rajoy repite y que pronto inscribiremos en el escudo nacional: “Somos un país serio”. Hay que demostrar a doña Merkel que son falsos todos esos topicazos que se cuentan en Alemania sobre España.

Y la primera preocupación es la más delicada: el recorrido de la comitiva oficial desde que aterrice en Madrid. No, no se trata de evitarle las protestas que varios colectivos han convocado para mostrarle su rechazo; eso no impresiona a la canciller, y su efecto puede ser el contrario: cuanta más gente se manifieste contra ella, más convencida se irá de que estamos aplicando sus recetas.

La preocupación es otra: por qué calles llevarla, qué España verá desde la ventanilla del coche. Como no tenemos dinero para construir un pueblo Potemkin con edificios austeros y ciudadanos laboriosos, debemos poner mucho cuidado al escoger el recorrido para su coche oficial, pues la impresión que se lleve de su paso por Madrid puede ser decisiva.more

Los problemas empiezan nada más aterrizar: hay que obligar al avión a tomar tierra en la vieja Terminal 1, y que no vea ni de lejos la flamante T-4, no sea que se deslumbre con su apabullante arquitectura, y le dé por preguntar quién ha pagado aquello, y qué necesidad había de que la nueva terminal fuese tan cara (6.200 millones, cinco veces lo inicialmente previsto; pero díganlo bajito, que no se entere la señora).

Siguiente dilema: por dónde entrar en la ciudad. Ahí nos jugamos media visita, porque los accesos a Madrid están sembrados de peligros. De entrada, hay que evitar a toda costa las autopistas radiales: infraestructuras desiertas que han dejado un agujero de varios miles de millones que para variar pagaremos entre todos.

Al salir del aeropuerto, además, hay que distraer a Merkel para que no vea el cercano Campus de la Justicia, un enorme descampado con un solitario edificio con pinta de platillo volante que hubo que cerrar a cal y canto para evitar robos. Sólo el acto de colocación de la primera piedra del campus ya costó millón y medio de euros. Pero si nos desviamos para no pasar por él, cuidado con irnos demasiado al sur, no sea que nos acerquemos a la Caja Mágica, estupenda e inútil instalación olímpica que costó 300 millones (más del doble de lo presupuestado, por seguir esa costumbre tan española) mientras los equipamientos deportivos de base languidecen en los barrios.

Lo que no podrán evitar, entren por donde entren, es la visión de cualquiera de los nuevos barrios proyectados y hoy medio abandonados, los burbujeantes ensanches que hoy son un cementerio de grúas, avenidas desoladas, cimientos sin concluir y cartelones amarillentos que prometen calidades de lujo. Ya se les ocurrirá a los anfitriones algún truco para distraer su atención mientras dejan a un lado esos infames museos de la España enladrillada.

Una vez dentro de la ciudad, no se acaban los riesgos. Habrá que coordinar un dispositivo policial que corte calles a su paso para que el coche no se detenga en ningún semáforo, pues las esquinas están llenas de oficinas bancarias cerradas que todavía conservan en el escaparate las espumosas ofertas con que te colocaban una hipoteca con sólo entrar y dar los buenos días.

La velocidad también evitará que se fije en el mobiliario urbano madrileño, que por si acaso debería ser sustituido unas horas por mobiliario viejo, rescatado de almacenes y desguaces. Porque a todos nos ha pasado ir a cualquier capital centroeuropea y parecernos que todo está muy viejo: las farolas, las marquesinas, las papeleras, los bancos, la acera. No es viejo: es que tienen larga vida útil, a diferencia de la alegría con que por aquí se renueva el mobiliario urbano, que siempre parece de estreno.

Durante el trayecto, el chófer puede ralentizar la marcha al pasar junto a alguna academia de alemán: así doña Merkel admirará las largas colas de españoles enamorados de la cultura germana y deseosos de aprender su lengua para poder leer a Goethe en versión original. También podrían detenerse por el camino en algún centro de salud, hospital o colegio, para que compruebe de primera mano cómo España es un país serio que hace sus deberes con aplicación de alumno empollón. De paso, que visite alguna empresa, para que vea el fervor con que los trabajadores echan horas extra sin cobrarlas, se rebajan el sueldo y aceptan todo tipo de modificaciones en sus condiciones y a mandar, que para eso estamos. Y ya que se baja del coche, mézclese con la gente, asómese a un mercado, entre en un “Compro oro”, pregunte a ese padre que sale de la papelería cargado con los libros y el material escolar sin becas y con más IVA. Eso sí, no permitan que se acerque a un kiosco, no sea que vea su foto en las portadas de esa prensa que la demoniza día sí y día también, y que tiene predilección por sus fotos más ridículas (bebiendo una cerveza de litro, con cara enfadada, bostezando…).

Después de tantos nervios, llegamos por fin a la Moncloa. Desde la puerta Rajoy le señalará hacia la vecina Ciudad Universitaria, para que vea lo cabreados que andan todos esos profesores y alumnos que ya han comprobado que España es un país serio que cumple con sus compromisos europeos. En el interior le esperan los secretarios generales de UGT y CCOO, a los que Rajoy ha invitado para que pongan la nota sombría a la reunión y la convenzan de que sí, que el cinturón ya se nos clava en la carne de tanto hacerle nuevos agujeros, que no estamos tan mal como los griegos pero no nos falta tanto.

Por último, la canciller se reunirá con empresarios españoles, de los gordos. Cuidado ahí, sobre todo a la hora del canapé, que algunos pueden relajarse y contar chascarrillos del tipo “mis trabajadores ya pagan más impuestos que yo”, “lo de la Sicav me lo estoy llevando a Suiza”, o “tienes que hablar con mi asesor fiscal, que se las sabe todas”.

Son muchos los riesgos, pero estamos convencidos de que la visita será un éxito, y Merkel confirmará lo que ya intuye: que somos un país serio, pero serio de verdad.