El triunfo arrollador de Claudia Sheinbaum en México supone una auténtica revolución. Más, incluso: se trata de una revolución al cubo.
Primera revolución: tras más de 200 años de república, una mujer alcanzará por fin la presidencia en un país donde el machismo parecía especialmente enraizado hasta el punto de liderar el ominoso ranking mundial de feminicidios. Pues resulta que México ha elegido a una mujer como presidenta antes que España y se ha adelantado también a democracias con tanto pedigrí teórico como Canadá y EEUU convirtiéndose pues en el primer país de Norteamérica que va a tener a una mujer en la presidencia.
Revolución al cuadrado: Sheinbaum será la primera presidenta de México que nunca ha militado ni en el PRI ni en el PAN, los dos partidos que han marcado el sistema político mexicano en el último siglo desde la Revolución de 1920. Las elecciones han supuesto el acta de defunción del antiguo régimen, antes incluso de conocerse el resultado: ya fue así desde el mismo momento en que PRI y PAN, los dos grandes rivales históricos, forjaron una coalición desesperada a la que se sumó el PRD, la tercera pata del viejo sistema, en torno a la candidata opositora, Xóchtil Gálvez, con un perfil que además aspiraba a mimetizarse con el relato oficialista –mujer, indígena, surgida de clases populares–, y que ha sufrido un auténtico batacazo electoral de tal calibre que ni siquiera podrá impedir que la nueva presidenta emprenda reformas constitucionales.
Sheinbaum nada tiene que ver con la vieja política, como desgranó ella misma en una entrevista en ElDiario.es: formada en una escuela fundada por libertarios españoles exiliados tras la guerra civil, su trayectoria proviene del activismo en los movimientos sociales con una militancia nítidamente en la izquierda antiautoritaria que no se integró en el sistema. Y sólo saltó a la política institucional de rebote, cuando a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) le robaron las elecciones de 2006 y se unió a su acampada en el Zócalo, un movimiento que acabaría conformando Morena, el partido que no solo ha ganado ahora las elecciones presidenciales sino que gobierna en 24 de los 32 Estados de México.
Y revolución al cubo: el apoyo popular, cercano al 60% y muy bien anticipado por encuestadoras como MetricsMx para SDPNoticias, entre otras, supone también un hito en una primera vuelta en elecciones competitivas, que muestra a la vez el respaldo con que cuenta el proyecto impulsado por AMLO, que ahora la pasará el testigo a Sheinbaum, y el fracaso y alejamiento de la realidad no solo de la clase política tradicional sino también de las élites y de algunos de los intelectuales más reconocidos del país, aferrados al mundo de ayer, en el que parecían intocables y todo gravitaba a su alrededor.
Símbolos y economía
El apoyo popular al proyecto de la Cuarta Transformación, el eslogan con el que AMLO quiso hacer evidente su ruptura con el régimen político de los últimos 100 años, tiene mucho que ver con la conexión de este dirigente político inclasificable con las clases populares, que han sentido que se les aportaba dignidad por el mero hecho de que el presidente se dirigía a ellas. Obviamente, este simbolismo ha ido acompañado de un balance económico que ha combinado como en pocos lugares el crecimiento con la redistribución: récord de inversión extranjera, buenas magnitudes macroeconómicas pese a la convulsión mundial y con una impresionante fortaleza del peso, la moneda que mejor se ha anclado al dólar en los últimos años. Y al mismo tiempo, ambiciosos planes sociales y el más acelerado aumento del salario mínimo que se ha visto nunca en occidente, con crecimientos anuales sostenidos del 20%, muy por encima de la inflación.
Da una idea del balance económico positivo –tanto para los empresarios como para las clases populares– el hecho de que la oposición ponía el grito en el cielo por el 4,3% de déficit público en 2023 como supuesto ejemplo de gestión manirrota, un porcentaje perfectamente homologable a los estándares europeos –la media de la UE fue del 3,5%– y además partiendo de un endeudamiento mucho menor y, por tanto, con mucho más margen de maniobra que en Europa: la deuda pública en México es de apenas el 47% del PIB, mientras que la media en la UE supera el 80%, con cinco países –entre ellos, España– por encima del 100%. Ello no quita que la reforma fiscal pendiente, que AMLO esquivó encarar, va a ser uno de los grandes retos que deberá abordar Sheinbaum si quiere hacer sostenibles los programas sociales que han apuntalado el éxito de la Cuarta Transformación.
El otro gran reto va a ser la seguridad, en un país con extrema violencia –30.000 asesinatos anuales– y extensas áreas tomadas por la narcoviolencia, lo que sin embargo no le ha pasado factura al oficialismo: para todo el mundo es evidente que esta lacra brutal es una de las herencias más lastimosas del antiguo régimen –junto con la corrupción– desde que el expresidente Felipe Calderón emprendió en 2006 su disparatada guerra –en sentido literal– contra el narco mientras algunos de sus responsables de Seguridad compadreaban con los capos. La gestión de Sheinbaum como alcaldesa de Ciudad de México ha supuesto incluso un empuje en asuntos de seguridad a su candidatura nacional porque al avance de sus programas sociales le ha añadido una espectacular reducción de la delincuencia en la capital.
¿Emancipación de AMLO?
La principal incógnita ahora por despejar es hasta qué punto Sheinbaum podrá emanciparse de la tutela de su mentor, AMLO, algo que la oposición considera imposible y que sin embargo quienes conocen a ambos dan por seguro. Pese a que forman un fructífero tándem político desde hace dos décadas, el perfil de Sheinbaum tiene contornos propios muy nítidos, que le pueden ser muy propicios para abrir una nueva etapa menos crispada: ella misma académica con formación internacional –doctora en Física por la prestigiosa Universidad de Stanford (EEUU)–, tiene más posibilidades de recoser los destrozos con la intelectualidad cosmopolita que ha dejado la etapa AMLO. Y por su propia formación científica –fue miembro del equipo de Mario Molina, que en 1995 obtuvo el Nobel por sus investigaciones sobre el deterioro de la capa de ozono–, tiene mucha más sensibilidad hacia los asuntos ambientales y al nuevo marco global de emergencia climática que su mentor, vinculado a una visión desarrollista más convencional, de base petrolera.
El triunfo de Sheinbaum supone también una oportunidad para España no solo de recuperar la sintonía con un país con extraordinarios lazos históricos y personales –de los que la futura presidenta es también un exponente, con múltiples vínculos familiares con nuestro país–, sino también de revitalizar el preciado papel de puente entre la Unión Europea, que vive un corrimiento de tierras hacia la derecha que previsiblemente se acentuará con las elecciones del próximo domingo, y una América Latina pilotada en cambio por la izquierda, al igual que España: cinco de las seis principales economías de Hispanoamérica –por este orden, en términos de PIB: Brasil, México, España, Chile y Colombia– están gobernadas por la izquierda, con la única excepción de Argentina.
Eso sí: para lograr lograr ejercer de pegamento entre la Europa azul, la Hispanoamérica zurda y la Norteamérica que quizá gravite de nuevo alrededor de Donald Trump puede que ni siquiera alcance con una revolución, por más que sea al cubo. Y una científica roja, no creyente y de tradición cultural judía difícilmente podrá recurrir a la Virgen de Guadalupe.