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El miedo al feminismo

Toda feminista que se precie tendrá que contestar antes o después, algunas o cientos de veces, a una cuestión que parece ser muy importante: ¿por qué su lucha se llama feminismo? La palabra ofende. Ofende a hombres, también hay que matizar aquí, claro. Por eso las preguntas que suceden a ésta serán:

¿Por qué se llama feminismo y no igualitarismo?

¿Por qué si se busca la igualdad lleva el prefijo “fem-”?

¿No es discriminatorio para el hombre?

¿El feminismo no es un poco como el machismo pero al revés?

Un lema que el feminismo intenta inocular en la sociedad es el de “si tocan a una, nos tocan a todas”. Y sin embargo, a los hombres no hace falta inocularles nada de nada, en cuanto sienten que algo puede estar afectando a uno, saltan en manada con esa solidaridad de género que parecen tener innata. Pero no es nada innato. Realmente ni es congénito ni va en su ADN, su hermandad no está en su biología, es una construcción social. Al igual que es una construcción social que nosotros no la tengamos. Los privilegiados del patriarcado saben de forma casi inconsciente que si tocan el derecho de uno, realmente están tocando el de todos. Cuando nos repiten desde críos que los hombres son más nobles y las mujeres más astutas y enrevesadas (o eso de “no hay nada peor que una mujer mala”), esto recae sobre nosotras de una forma clara: nos sentimos como enemigas por defecto.

Pero volviendo a la palabra maldita: cuando el problema recurrente de una lucha es el etimológico, no nos queda mucho más remedio que pensar que hay más detrás de esa protesta que el simple rechazo a la palabra en sí. Por ejemplo, cuando la derecha reaccionaria repetía aquello de “que hagan lo que quieran, pero que no lo llamen matrimonio”, nadie necesitó ser muy listo para percibir que detrás de esa afirmación había una clara homofobia que poco tenía que ver con el respeto a la RAE o a la conservación del castellano. (Y curiosamente si osabas llamar homófobas a esas personas, se retorcían como si le hubiera apuñalado “¡¿homófobo yo?! Si tengo un amigo gay” (?). Misma reacción que tiene el machista medio cuando se le acusa de machista. “¿Machista yo? Si me he criado con tres mujeres” (?), “Machista yo, pues mi novia no se queja” (?).

Nadie que dijera aquella frase estaba a favor del matrimonio igualitario, por mucho que la frase empezara por “que hagan lo que quieran”. En el mejor de los casos, se trataba de personas que estaban dispuestos a comulgar con uniones entre el mismo sexo, siempre y cuando no se comparara con las uniones que heterosexuales como él contraían. Pero coincidirán conmigo en que toda aquella campaña se podía tachar de “homofobia”, fuera cual fuera el motivo para defenderla.

Con el feminismo pasa un poco igual. Muchos dicen creer en la igualdad, no estar “en contra” de que peleemos por nuestros derechos o incluso proclaman que ellos mismos luchan por la igualdad de derechos, pero (ay, este “pero”) ¿por qué se tiene que llamar “feminismo”? Es TAN injusto.

Hay mujeres asesinadas cada mes, miles de maltratadas, acoso callejero, brecha salarial, techo de cristal, sí, sí, ya nos lo sabemos, qué pesada pero, ¿POR QUÉ FEMINISMO?

Algo falla, ¿no? ¿Es el nombre el que falla? Obviamente no.

¿Por qué se llama feminismo y no igualitarismo o humanismo o también hombresismo?

Porque es una doctrina favorable a la mujer.

ESPERA. ¿Cómo que “favorable”? ¡¿Es o no es discriminación hacia los hombres?! (gritos, horror, lágrimas). No. Es favorable tanto en cuanto la mujer lleva siglos de sometimiento, sufriendo desigualdad real y no solo desigualdad “etimológica”. El feminismo concede capacidad y derechos a la mujer, antes reservado sólo a los hombres. “Favorecerla” sólo para contrarrestar el hecho de que es la desfavorecida en estos momentos: favorecerla para que la balanza se equilibre, sin más.

Una vez que consigamos la igualdad lo llamaremos como todosjuntosyfelicesismo si hace falta, pero es que en una sociedad verdaderamente igualitaria, a un hombre no le importará cómo se llame nada en absoluto, porque no sentirá que el solo prefijo “fem-” es lo contrario a ellos, una amenaza, un ataque a él o a todo su género.

Para eso, lamentablemente, aún queda mucho, porque en pleno 2015 el miedo al feminismo sigue ocupando espacios en medios nacionales. El último, ayer, en boca de una de las atletas más respetadas e importantes del país, a la que no sabemos cuántas chicas que están formándose aún, leerán y absorberán como esponjas. Lo peor es que Gemma Mengual no es la primera ni será la última.