Esto era el “milagro económico español”
Uno de los grandes montajes de la historia reciente de España ha sido el llamado “milagro económico” de los primeros años de gobierno de José María Aznar. El PIB se disparó hasta pisar los talones del de Italia; la deuda, el déficit y la inflación cayeron a niveles sin precedentes, y se crearon puestos de trabajo a mansalva, al punto de que nuestro país fue bautizado como “la fábrica de empleo de Europa”. Los medios de comunicación internacionales se deshacían a diario en elogios al presidente y a su ministro de Economía, Rodrigo Rato, a quien atribuían una suerte de poder mágico sobre las finanzas públicas que permitía que un país de toreros y bailaores se codeara ahora con los estados más poderosos y serios del planeta. Ese entusiasmo mediático iba en paralelo con una potente campaña publicitaria desde la Moncloa que difundía por tierra, mar y aire el supuesto portento que tenía lugar en España. Uno de los admiradores más fervientes del “milagro” era el italiano Silvio Berlusconi, la estrella europea del momento.
En realidad, el “milagro” no tenía demasiado misterio. Europa en su conjunto vivía una ola de prosperidad sin precedentes que irrigaba en mayor o menor grado a toda su geografía. España era de lejos el principal beneficiario del jugoso Fondo de Cohesión europeo que había conseguido en su momento Felipe González, a quien Aznar, entonces en la oposición, tachó de “pedigüeño” por negociarlo. El Gobierno del PP había consumado la privatización de las joyas de la Corona, lo que permitió ingresar cantidades fabulosas de recursos para cuadrar las cuentas públicas. También había promovido políticas desaforadas de liberalización del suelo, fomentando un boom inmobiliario de dimensiones inéditas. Había impulsado además una concentración bancaria de tal magnitud que transmitió al mundo la imagen de un país con músculo financiero. Y había ahondado en la desregularización del mercado laboral, convirtiendo a España no en la “fábrica de empleo de Europa” que veian los analistas palaciegos, sino en el país con más volumen de contratos basura del continente.
El “milagro” siguió coleando en la etapa del socialista Zapatero, sucesor de Aznar, hasta que le estalló en las manos con la crisis de 2008: la UE quedó exhausta, España había dejado de ser desde la ampliación europea de 2004 la gran beneficiaria del Fondo de Cohesión, la burbuja inmobiliaria saltó por los aires, el dinero de las privatizaciones ya no estaba (comida para hoy y hambre para mañana, se les dice a estas captaciones de fondos), las poderosas corporaciones bancarias hacían aguas y los empleos precarios se esfumaban en el aire. Los artífices del “milagro español” no habían promovido cambios estructurales en el modelo productivo nacional: se habían limitado a aprovechar con astucia unos vientos cíclicos favorables, a colocar amiguetes en las compañías privatizadas y a usar estas en sus ofensivas políticas, como en el caso de la Telefónica de Villalonga. Hay que admitir que muchísimos españoles lo pasaron bomba mientras duró la fiesta. No soprendió que dieran a Aznar la mayoría absoluta en las elecciones de 2000.
Cuando llegó la crisis, España resultó ser uno de los países más vulnerables. El rey de la fábula estaba desnudo. El hecho es que los españoles siguen sin recuperar unos 50.000 millones de euros que el Gobierno de Rajoy inyectó a los bancos para que salieran del abismo. Miles de inmuebles se agolpan en el Sareb, mientras los ciudadanos, sobre todo los jóvenes, no tienen medios para acceder a una vivienda. Todo era un bluff. Empezando por el todopoderoso vicepresidente económico Rato, el cerebro del “milagro”. En el 2000 fue nombrado con gran fanfarria director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI): quién mejor para llevar las riendas de la más poderosa institución financiera internacional que una persona con esas dotes de brillante gestor. Pues bien: en 2007, su último año en el cargo –que dejó intempestivamente alegando motivos personales–, manifestó que la crisis aun en ciernes se estaba “reconduciendo”. El mundo estaba a punto de estallar y no lo vio venir. En 2011, un informe de la Unidad de Evaluación Independiente del FMI que auditó el periodo 2004-2007 detectó una “débil gobernanza” en la institución y reprochó “el elevado nivel de pensamiento uniforme, la captura intelectual y en general la percepción de que una gran crisis en las grandes economías avanzadas era improbable”. Ese fue el legado de Rato en el FMI.
Este viernes se ha conocido la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid que condena al exministro a cuatro años y nueve meses de prisión por tres delitos contra Hacienda, uno de blanqueo de capitales y uno de corrupción entre particulares en relación con el origen de su fortuna. La investigación detectó que ocultaba su dinero en un entramado societario radicado en parte en paraísos fiscales como la Isla de Man, Kuwait y Curaçao. Con anterioridad había sido condenado a cuatro años y medio de prisión por usar fondos de Caja Madrid (99.054 euros en su caso) para pagar viajes de placer, fiestas y bolsos de lujo, en lo que se conoció como el escándalo de las tarjetas black, desvelado por este diario. Tras pasar dos años en prisión por este caso, logró la libertad condicional en febrero de 2021.
Esto, todo esto, era el “milagro económico español”.
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