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Hay ya más de siete millones de parados

Las solicitudes de subsidios por desempleo se han triplicado desde 2007, según CC.OO.

Antonio González

Sí, querido lector, no se trata de una confusión. Sabemos que la Encuesta de Población Activa (EPA) acaba de publicar que hay seis millones doscientos mil desempleados, pero las cifras que provienen de las estadísticas han de ser analizadas e interpretadas. La EPA nos indica que hay un número muy significativo de personas que han perdido su empleo y no figuran (temporalmente, al menos) como desempleados, pero que previsiblemente volverán a aparecer, e incrementarán las cifras del paro, en el momento en que la economía de signos de reactivación y se recuperen las perspectivas de creación de empleo y las oportunidades de encontrarlo.

Analicemos los dos gráficos siguientes. El primero muestra la pérdida de empleo sufrida por los asalariados (los resultados son muy similares si en lugar de los asalariados se toma el conjunto de los ocupados) y acumulada desde el inicio de la crisis (primer trimestre de 2008), de acuerdo con tres tramos de edad: los más jóvenes, menores de 30 años, los maduros, entre 30 y 44 años, y los de mayor edad, entre 45 y 65 años. Por su parte, el segundo gráfico indica el aumento de desempleados acumulado en el mismo periodo, es decir, nuevamente desde el inicio de la crisis, para los grupos de edad mencionados en el caso anterior.

En los grupos de edades más avanzadas (De 30 a 44 años, y De 45 a 65) las pérdidas de empleo son inferiores o muy inferiores a las registradas en el caso de los más jóvenes, los menores de 30 años.

Y sin embargo, el incremento del desempleo presenta la imagen contraria: el paro acumulado desde el inicio de la crisis aumenta de forma muy superior en los grupos de edad más avanzada que en el caso de los más jóvenes.

Estas diferencias de comportamiento y aparente contradicción entre las pérdidas de empleo y el crecimiento del desempleo se explican, lógicamente, por los cambios sufridos por la población activa en cada grupo de edad.

Así, en los dos grupos de trabajadores mayores se ha producido un aumento de parados como consecuencia de que muchas personas que antes no buscaban empleo (es decir, que eran consideradas inactivas a efectos de las categorías utilizadas en el análisis del mercado de trabajo) han decidido hacerlo, probablemente con el fin de compensar la situación creada en el ámbito familiar por las pérdidas de empleo de otros miembros de la familia. En concreto, alrededor de 580.000 personas de entre 30 y 44 años, y 1.250.000 de entre 45 y 65 años han salido de la situación de inactividad y buscan ahora empleo, y vienen a sumarse a aquellas otras que, en esos mismos grupos de edad, buscan empleo después de haberlo perdido.

Y lo contrario ha sucedido en el caso de los más jóvenes, el incremento en el número de parados es muy inferior al correspondiente a las personas que han perdido su empleo durante la crisis. Mientras que estas ascienden a unas 2.150.000, solamente 990.000 buscan activamente empleo. Los criterios de la EPA, como los de las restantes operaciones estadísticas similares en los demás países de la UE, son en este aspecto estrictos y requieren el cumplimiento de una serie de requisitos para que las personas sin empleo puedan ser consideradas desempleadas, entre ellos la exigencia de que busquen empleo de forma activa y permanente.

Si, como parece verosímil suponer, un significativo número de jóvenes, que han perdido su empleo a lo largo de esta prolongada crisis, han retomado sus estudios o simplemente se encuentran desanimados por la falta de expectativas y respuestas a su búsqueda de empleo y, en todo caso, no mantienen esa búsqueda activa de empleo (en los términos exigidos por la EPA), no son considerados como parados sino como inactivos. En este supuesto se encuentran nada menos que del orden de 1.160.000 jóvenes menores de 30 años.

Dado que es poco creíble suponer que, en este grupo de edad, la situación de la inactividad sea prolongada, cabe deducir que casi todos ellos volverán a buscar activamente empleo a la primera señal de reactivación de la economia. Lo cual significa que, en el momento en que se reinicie la creación de empleo, o al menor síntoma de que ello pueda producirse, se registrarán inmediatamente los aumentos de la población activa y del desempleo correspondientes a este millón largo de jóvenes que indudablemente necesitan (y buscarán) empleo.

En suma, debemos ser conscientes de que, a los 6,2 millones de desempleados que en este momento estima la EPA, hay que sumar otros 1,2 millones de jóvenes que se encuentran en este momento en una situación de alejamiento “estadístico” del desempleo, pero que hay que considerarlos parados “potenciales” porque buscarán y demandarán puestos de trabajo, lo que sumado a los parados actuales supera con mucho los siete millones de personas.

También hay una demanda potencial de empleo que representan todas aquellas personas que trabajan menos horas al año de las que desearían (es decir, los ocupados subempleados, que esencialmente son trabajadores contratados temporalmente y trabajadores a tiempo parcial), que a su vez suponen varios millones más. Solo los trabajadores a tiempo parcial que, en realidad, desean un trabajo a tiempo completo son 1,6 millones.

No se trata en modo alguno de pretender inflar unas cifras de desempleo que ya son, por sí solas, enormes, las mayores que se han registrado nunca en nuestra historia económica moderna. Se trata de que los ciudadanos y los medios de comunicación, y por supuesto las fuerzas políticas, comprendan que la cifra de desempleados que facilita la EPA solo refleja una parte de las verdaderas necesidades de empleo a las que nos enfrentamos como sociedad. Que entiendan que estamos ante un desafío de una magnitud formidable, y que es preciso poner manos a la obra (pero de forma inmediata) para hacer frente a esta situación.

El que suscribe está modestamente convencido de que ello pasa necesariamente por cuatro grandes cuestiones inseparables:

  1. Un cambio de ciento ochenta grados de la Política Económica, sustituyendo esta que destruye el empleo por otra que empiece rápidamente a crearlo.
  2. El desarrollo de un nuevo modelo productivo que sea el resultado de un consenso social acerca de la estrategia que mejor garantiza un futuro de mayor prosperidad, rentas, nivel de vida y bienestar para nuestro país (como hizo, por ejemplo, Suecia a principios de los años noventa, cuando se encontró con una situación muy similar a esta por la que nosotros pasamos en este momento).
  3. Un cambio en la regulación y el funcionamiento del mercado de trabajo, de tal forma que el despido fácil y la contratación temporal injustificada desaparezcan y sean sustituidos (de forma real y no solo aparente o cosmética) por otro modelo laboral que prime únicamente la estabilidad del empleo, la eficiencia interna de las empresas y el incremento de la productividad del trabajo.
  4. Unas potentes y (de una vez por todas) realmente eficaces políticas de empleo que permitan dar oportunidades a todos los millones de desempleados, no dejando a nadie en el camino (ni por su edad ni por ninguna otra de sus características o dificultades), reciclando y reinsertando profesionalmente a los desempleados en estrecha conexión con las necesidades del Nuevo Modelo Productivo.

Todo esto se escribe fácilmente, es bien sabido, pero requiere un trabajo de definición y articulación que es mucho más complejo. Sin embargo, hay una falta de visión al no entender que la salida de la crisis no es la simple recuperación de tasas positivas del PIB. Una falta de visión y de voluntad que impide que se comprenda que, como en Suecia, hace falta un modelo, hace falta saber qué queremos ser y hacia dónde queremos ir. Y sin ello, hay un grave riesgo de que fracasemos. A continuación tendremos que exigirnos mucho a nosotros mismos, mucho trabajo, mucho esfuerzo, pero si todos sabemos y entendemos para qué podremos hacerlo y exigirlo.

Por eso, a las cuatro grandes cuestiones que he señalado, habría que añadirle una quinta, probablemente la más importante. Necesitamos una nueva actitud. Una actitud más clara (aún), más exigente y activa por parte de la sociedad, de todos los grupos que en ella intervenimos, y de todos los ciudadanos, para exigir a las fuerzas políticas, y en primer lugar al Gobierno, que entiendan que es hora de plantear y de alcanzar consensos sobre las grandes cuestiones nacionales.

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