El carrusel político ha tomado el relevo al final del carrusel deportivo de la Liga. Ayuntamientos, comunidades y hasta el propio gobierno central parecen ir a decidirse en apretados finales de partido donde cada jugada cuenta, los despistes se pagan muy caros y el ganador se suele decidir por pequeños detalles. Entre el ruido mediático que causa siempre la incertidumbre y el jaleo que generan los propios partidos políticos para mantenernos mirando en una dirección, mientras ellos negocian en la otra, cuesta trabajo seguir qué está pasando.
Los socialistas parecen haberse instalado en el centrocampismo. Quieren gobernar en todas partes desde la centralidad y pactar con todo el mundo sin que ello les obligue a nada. La tesis es que se debe permitirles gobernar porque aquello que vendría en su lugar sería peor. Quieren pactar con Ciudadanos pero que Podemos les apoye en las políticas sociales. Quieren pactar con Podemos pero que Ciudadanos les apoye en las políticas económicas. Quieren que los nacionalistas les permitan gobernar en solitario pero sin comprometerse a nada con los nacionalistas ni permitirles gobernar allí donde sus votos deciden. En definitiva, centrocampismo puro: ganar sin arriesgar lo más mínimo. En descargo de los amarrateguis socialistas, conviene decir que algo más de realismo y menos maximalismo entre las filas nacionalistas facilitaría bastante un juego más vistoso y agradecido por el espectador.
A Ciudadanos le va mejor en el desenlace de las elecciones que en la noche electoral. La presión que unos y otros ejercen sobre ellos les ha permitido volver a ponerse en medio sin despeinarse ni desdecirse de nada, incluso exigiendo a los socialistas que abjuren del Sanchismo y a los populares que hagan de meretrices con Vox.
Socialistas y populares están consiguiendo que los pactos naranjas les salgan cada día un poco más caros. En un par de contraataques Rivera y los suyos bien podrían hacerse con alguna alcaldía o alguna comunidad, mientras los socialistas se empeñan en creer que los naranjas pueden elegir con quién pactan en Madrid, o los populares pulsan el botón del pánico cada vez que Cs hacen un requiebro y amenaza con dejarles sin alguno de los territorios que Pablo Casado necesita desesperadamente para sobrevivir.
Los Populares se han instalado claramente en el catenaccio. Defensa a ultranza del resultado. Les sirve el empate y harán todo lo posible para conservarlo. Si a Vox ya no le vale que le pongan un piso, se los llevará a misa de doce para que todo el mundo los vea juntos. Si en Ciudadanos se hacen los exquisitos con Vox, allí estarán Pablo Casado y los suyos para hacer el trabajo sucio de los naranjas. Los de Santiago Abascal lo saben y por eso van a apurar hasta el último minuto conscientes de que, o pisan moqueta ahora, o la reconquista se puede retrasar otra legislatura.
Podemos y Pablo Iglesias buscan una táctica para afrontar el final del partido. No dependen de sí mismos sino de los marcadores de los otros. Necesitan gobernar para compensar los malos resultados electorales, pero en muy pocos lugares están en condiciones reales de exigirlo sin exponerse a un castigo aún mayor. Es lo que tiene jugar siempre al todo o nada; cuando sale nada, es nada.