Los Miserables
Hay relatos que trascienden el tiempo. Los Miserables, de Victor Hugo, es uno de ellos. Da igual que la historia transcurra en Francia o en España. En el XIX o en el XXI. Todo sigue igual. Los contraluces de la política, la justicia, la moral y hasta el amor. Dos dimensiones de la indigencia: la material y la moral.
En Madrid, sin ir mas lejos, la Comunidad más rica de España, con un PIB per capita de 35.914 euros anuales, se puede ser pobre. De hecho, según datos del INE, en 2020, el 38,3% de los hogares madrileños tenía dificultades para llegar a fin de mes. Casi uno de cada tres, sufría para afrontar gastos imprevistos en sus hogares. Y el 10,8% vivía sin poner la calefacción. Según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, ese mismo año 1,4 millones de sus ciudadanos estaban ya en riesgo de pobreza o de exclusión social, aunque sus gobernantes ni los ven ni los reconocen.
Pero una cosa es la cicatería económica y otra los miserables, los abyectos y los infames. Se puede ser pobre de solemnidad y derrochar empatía, saber comportarse en público y en privado y desnudarse ante la pérdida ajena. Hay necesitados que no pierden jamás la dignidad y por tanto el respeto de quienes les rodean mientras en la otra categoría de la miseria, la moral, donde rara vez hay penurias económicas, rige el sectarismo, el desprecio, el cálculo y la indignidad. Y como diría el autor de Los Miserables, los que orbitan en esta dimensión, son dignos de lástima en su felicidad, “como todo ignorante que triunfa”.
En este lado se han situado respecto a Almudena Grandes, los responsables políticos de la derecha madrileña que, en un alarde de sectarismo, no se dignaron a escribir una simple condolencia institucional ante la muerte de una autora madrileña, que siempre puso en valor las virtudes de la Villa y Corte, una protagonista más en todas sus novelas. Siete meses después, ni el alcalde de madrid ni la vicealcaldesa han acudido este lunes al Teatro Español al acto en homenaje, donde se le entregó a la autora a título póstumo la distinción de Hija Predilecta de la capital.
Almeida y Villacís alegaron “cuestiones de agenda”. El primero dijo que tenía que acudir a un evento en la Puerta del Sol no programado, “con una cena a la que asistirá el rey”. Cenar se cena a las 21.00 y el homenaje fue a las 19.00. Su segunda, que tenía apalabrada de antemano su participación en un coloquio en el club Siglo XXI como si tal foro fuera mucho más que El Club de Bilderberg.
¿Hay algo más importante en la agenda de los dos máximos responsables del Ayuntamiento que estar presentes el día que se entrega la distinción de Hija Predilecta de la ciudad que dicen representar a una autora de la inmensidad de la que nos dejó el pasado noviembre?
Ni el uno ni la otra merecen ocupar el puesto que representan. Ni por su deliberada ausencia ni por haber regateado el galardón durante meses hasta concedérselo a cambio de que el grupo Mixto le apoyase los presupuestos municipales para 2022. A regañadientes, sí , y después de que Almeida dijese con tanto desparpajo como desvergüenza que la escritora “no merecía ese reconocimiento” y añadiera que “al margen de esas cosas lamentables que escribió fue una persona que ha leído mucha gente, con premios literarios y vinculada a Madrid”.
Si ese es el sentido de la institucionalidad y del respeto que tiene por una autora de reconocimiento universal y que se definió a sí misma como una “insólita madrileña de quinta generación”, sobra todo lo que se pueda decir o escribir de su altura democrática. Han quedado retratados una vez más.
P.D. «... mientras haya en la tierra ignorancia y miseria, libros como este podrían no ser inútiles». Así acaba Los Miserables. ¿Lo habrán leído el alcalde y su vicealcaldesa?
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