Como todos los años después y antes del Orgullo, se alzan voces en contra de la mercantilización del mismo. Hay voces que critican a la organización por el simple hecho de que criticar es siempre una posición políticamente muy agradecida; hay voces que se suman a las críticas desde cierta homofobia vergonzante, aprovechando argumentos respetables; y hay personas también que critican legítimamente y desde la buena fe.
A estas me dirijo. Tienen razón quienes dicen que el Orgullo se ha mercantilizado, pero no la tienen cuando dicen que las organizaciones son cómplices de la misma; digamos que es al revés: lo que hacemos las organizaciones, sin dinero, sin medios, nadando entre la lgtbfobia institucional y el capitalismo desaforado, es intentar por todos los medios que los empresarios no fagociten completamente la reivindicación; nuestro objetivo es conservar el espacio que tenemos.
La gente que protesta porque el Orgullo se ha mercantilizado se empeña en no distinguir entre la manifestación y las actividades mercantiles. Que la manifestación es puramente reivindicativa sólo se puede negar desde la voluntad de negarlo. Y basta pasarse por las manifestaciones de Londres, París o Nueva York para darse cuenta de la diferencia y para entender también por qué quieren que la manifestación de Madrid se les asemeje.
Nuestra manifestación es manifestación reivindicativa, con líderes políticos y sociales en la cabecera, con organizaciones sociales, con asistencia este año de las Mareas, con actos de protesta, pancartas, consignas, un manifiesto político, con miles de activistas organizados y con todas las asociaciones lgtb. En la manifestación, no hay una sola carroza, únicamente activismo. Una vez que se ha leído el manifiesto, que han pasado los activistas y las asociaciones, las organizaciones sociales, los partidos que nos apoyan, que se ha leído el manifiesto, entonces, sólo entonces, aquella se da por concluida y empieza la fiesta. Desde detrás es posible que eso no se vea, pero sin embargo, nosotros y nosotras, que vamos delante –y todo el que venga en este lugar, el del activismo– no vemos otra cosa.
El Orgullo es reivindicación pero también es fiesta, sí. Es, además, una fiesta que no puede sino ser política porque la visibilidad lgtb siempre lo es. Lo es teniendo en cuenta que la invisibilización, el armario, es el mecanismo de control heteronormativo por excelencia, así que visibilizarnos por cientos de miles, ocupar el espacio público masivamente, es siempre político y es imprescindible. Hay a quien esta mezcla de reivindicación y fiesta le gusta y a quien no; tengamos en cuenta que es una fiesta especial, no cualquier fiesta: es una celebración de la pluma, y eso siempre genera cierta tensión, no voy a extenderme en esto, de sobra conocido.
Mientras exista la lgtbfobia nuestra visibilidad será política y útil. Los empresarios comercializan una parte de esa fiesta; las asociaciones organizan la manifestación y no la fiesta, pero basta dejar caer la sospecha para que todo el mundo asuma que se benefician de dicha mercantilización. Lo cierto es que hay empresarios que llevan años luchando por expulsar al activismo de la organización del Orgullo y ahora a ellos se suma el Ayuntamiento.
El objetivo es que la manifestación no sea tal, sino una “marcha gay” como llevan años empeñados en llamarla, frente a nuestro empeño en que sea una manifestación lgtb. Por mi propia experiencia sé que trabajar con algunos de esos empresarios es una pesadilla; defender espacios, no ceder a sus exigencias, es duro. Algunos son despreciativos, no entienden el lenguaje político ni les importa, sólo quieren asegurar su beneficio. Y luego... luego está el PP.
Ante esto supongo que la pregunta es... ¿y por qué no romper con ellos y que haya varias manifestaciones? Porque no podemos permitirnos ceder nuestro espacio, ni compartimentarlo, ni debilitarnos. Ya sabemos lo que pasa en otras ciudades, en otros países cuando dividirse es la opción elegida. Aquí la mayoría de las organizaciones lgtb han optado por lo contrario, por defender el terreno conquistado y no retroceder ni un ápice. Hay otras opciones y no tienen por qué ser excluyentes. Hay otras manifestaciones del orgullo minoritarias y es posible acudir a las dos, de hecho, muchos/as activistas acuden a ambas.
Nuestra opción política está volcada en que la manifestación sea reivindicativa, unitaria y multitudinaria; y eso lo defendemos convencidos de que es muy importante. No tener en cuenta que es muy importante que el Orgullo sea masivo es pasar por alto que no somos un colectivo como cualquier otro; que la lucha de la lgtbfobia es, precisamente, por invisibilizarnos, que la invisibilidad es muerte, que se pretende que volvamos al armario porque sólo desde ahí podrán los representantes de la hegemonía heteronormativa seguir arrogándose el privilegio de lo humano. Para nosotros y nosotras estar en la calle y ser muchos es muy importante, vital.
Nuestro Orgullo es masivo y quiere seguir siéndolo por nosotras/os y por todas las personas que no pueden salir a la calle en tantos lugares del mundo. Esta manifestación es un muro de contención; una parcela de resistencia a la que no podemos renunciar ni nos podemos dejar arrebatar. Es una oportunidad única de introducir nuestro lema en los medios; de hacer que se hable de jóvenes sin armarios, de lgtbfobia en la escuela, de lesbianas y familias, de derechos trans, de sanidad pública y de VIH; de educación en la diversidad, de derechos laborales o patriarcado. Quien no ha escuchado esto es que no ha estado allí. Los vídeos están al alcance de cualquiera. A pesar de todo lo avanzado nuestra posición es aún muy frágil y reversible, aunque ahora mucha gente crea que lo conseguido es inamovible. Yo, por el contrario, creo que vamos a vivir tiempos muy duros y en breve además. En tiempos de Aznar esta enorme manifestación del Orgullo impidió que nos borraran del mapa; después fue fundamental para conseguir derechos. Ahora volvemos a la resistencia.
Quien acude a la manifestación y se manifiesta sabe muy bien de qué hablo. No desfilamos, nos manifestamos. Hay mucho hetero-político que nunca ha entendido lo de la pluma y la visibilidad, que ha aceptado a regañadientes que esta es una manifestación reivindicativa y ahora se suma contentísimo a las críticas. He leído estos días a mucha gente, compañerxs de otras militancias, que antes decían eso de “¿por qué tienen que ir desnudos? ¿Por qué tienen que ir maquillados?” unirse ahora al coro en contra de la supuesta comercialización. Ese argumento no lo voy a rebatir aquí. Que una parte de la fiesta se comercialice no tiene nada que ver con el activismo por mucho que se intente hacer ver que sí.
Finalmente, hay algo en lo que doy la razón a los críticos de buena voluntad. Nada justifica que se nos asocie a Leticia Sabater, Paquirrín o Mister Gay; no porque estemos comercializando nada –que no lo hacemos– sino por dignidad. La manifestación del Orgullo 2013 ha sido un éxito, ha sido una de las más políticas y reivindicativas de los últimos años, tal como exige el momento que vivimos y como reconoce quien participó en ella. Los y las activistas trabajan más allá de lo imaginable en un esfuerzo que pocas veces se valora. Los derechos conseguidos se los debemos en gran parte a esa gente, al voluntariado que está día tras día, año tras año dedicando su trabajo, su tiempo, su dinero, su capacidad, al activismo.
Claro que hay muchas formas de activismo, pero ésta, la de trabajar en las organizaciones lgtb, no es menos que ninguna otra y ellos y ellas no merecen que se les asocie con según qué personas. La organización tiene que replantearse no el modelo de manifestación del Orgullo, sino cómo hacer para, manteniendo este modelo, conseguir que sea mucho más evidente a qué nos dedicamos nosotros/as, a que se dedican los empresarios y a quién representa este Ayuntamiento.