No es fácil esbozar una definición de los movimientos y/o asociaciones de carácter islamista debido a la desafortunada aparición de términos como “integrismo” y “fundamentalismo”. Junto a la propia complejidad y amplitud del fenómeno en sí, es innegable asimismo no aceptar la gran dificultad que supone definir, al menos en el campo de la Ciencia Política, al partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi, AKP) percibido en el extranjero como un partido islamista moderado mientras que en Turquía se le observa como un partido de raíces islámicas.
En este sentido, teniendo en cuenta que Ley de Partidos Políticos turca (art. 68 de la Constitución) sanciona cualquier referencia o adscripción religiosa con la ilegalización inmediata del partido, el AKP oficialmente se define con frecuencia como “demócrata conservador” lo que integra la visión reduccionista occidental compartida con la élite militar y kemalista turcas, que garantizan el conjunto de principios implementados por el “progenitor de los turcos” y fundador de la República de Turquía, Mustafa Kemal, Atatürk, y niegan categóricamente la posibilidad de apelar a un fundamento ideológico religioso para ejercer la actividad política. El propio Recep Tayyip ErdoÄan, actual primer ministro, fue condenado a diez meses de prisión en 1997 por incitar a la violencia con la lectura en uno de sus discursos políticos de un poema de Ziya Gökalp.
La identificación del AKP con un proyecto de “democracia islámica” le ha proporcionado a su vez un elemento de comparación con el caso de la “democracia cristiana” alemana, lo que es utilizado de manera recurrente por los miembros del partido en un intento de normalizar la supuesta opción “islamodemócrata” del AKP en la vida política turca.
El proyecto político del partido durante las dos primeras legislaturas en el poder –con sendas victorias electorales en 2002 (34,29%) y 2007 (46,58%)– según el académico Fuat Keyman, se habría establecido en base a cuatro principios fundamentales: reformismo político, neoliberalismo económico, partido de centroderecha (“catch all” o “atrápalo todo”) y una política exterior proactiva (neotomanismo).
Sin embargo, con la deriva conservadora en esta última legislatura y una mayoría electoral aplastante en las elecciones de 2011 (49%), el partido ha dejado a la luz, en palabras de Hakan Yavuz, otro de los principios fundamentales del proyecto político del partido: “acabar con cualquier reminiscencia del proyecto político kemalista, que no sería otra cosa que el estamento militar, los garantes de la República secular”.
La justificación a lo anterior proviene de las características fundamentales de la transición democrática en Turquía, iniciada y controlada en todo momento, según Ergun Özbudun, por los titulares del poder autoritario (los militares), bajo tres “garantías de salida”: un sistema “democrático” tutelado, dominios reservados (en referencia a instituciones políticas) y manipulación del régimen electoral. A lo que podría añadirse las propias características del sistema político turco como una creciente polarización ideológica, falta de instituciones políticas ocupadas por la sociedad civil o una oligarquía institucional.
Con todo lo anterior, sería comprensible que en las protestas aparecieran solamente grupos de oposición de carácter kemalista, que se sienten “perseguidos” por la política de gobierno del AKP. Sin embargo, existe una variedad palpable que abarca todo el espectro político de oposición al partido gobernante, desde grupos ultranacionalistas, progresistas y comunistas hasta grupos minoritarios de kurdos o alevíes.
Las mismas protestas, que en un principio mantuvieron un carácter pacífico en la defensa de un espacio verde en el centro de la ciudad, se han convertido, tras la desproporcionada actuación de la policía, en una indignación dirigida hacia la deriva conservadora del proyecto político del partido gobernante en esta última legislatura, sobre todo las que hacen referencia a la regulación sobre las libertades individuales de los ciudadanos, como las restricciones sobre bebidas alcohólicas, aprobadas la semana pasada.
Pero dicha indignación no se dirige sobre todos los miembros del AKP en su conjunto sino que se ha centrado en la figura del Primer ministro, ErdoÄan, quien desde un primer momento ha acusado a las protestas de “ideológicas” y de ser organizadas por “grupos extremistas” (Tayyip istifa! ¡Tayyip dimite! es el lema más repetido por los manifestantes).
La posterior llamada conciliatoria “a la moderación y el dialogo” del presidente de la República, Abdullah Gül, junto a las declaraciones del viceprimer ministro, Bulent Arinç, en las que pide disculpas por la desproporcionada violencia policial utilizada durante las primeras protestas, pueden entenderse como una forma de desmarcarse del discurso único propuesto por ErdoÄan.
En relación al presidente Gül, la polémica quizá no sea una sorpresa. Con la próxima aprobación de una nueva Constitución de carácter presidencialista similar a la estadounidense, se otorgará un mayor poder al presidente, puesto al que pretenden optar Gül y ErdoÄan. Este último no puede repetir mandato como primer ministro. Aunque no dejan de ser meros enfrentamientos internos por el poder político del partido, todo ello podría ser tambien una estrategia interna de desgaste de la figura del propio ErdoÄan.
Lo que sería indiscutible es el liderazgo impasible del premier turco y la inexistencia en la oposición de un proyecto político o una figura carismática que pueda hacerle frente. Las opciones de dimisión o cese se antojan (todavía) como remotas.
Para concluir, quizá sea precipitado (por el momento) denominar las protestas como Primavera Turca, principalmente por la diferente motivación y contexto de las revueltas y/o revoluciones de sus vecinos árabes. El debate existente en torno al carácter exitoso como modelo exportable o deseable para dichos países, mucho más latente tras las sucesivas victorias de partidos políticos islamistas en Egipto, Túnez y Marruecos, se habría venido abajo, si es que no lo había hecho ya con la crisis siria.