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OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

¿A qué ha ido Montoro al Parlamento?

El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro. / Efe

Antón Losada

Puede que el Increíble Montoro acudiera al Congreso a distraernos con su show mientras se publicaba con la boca pequeña que, durante este agosto que vivimos como si la crisis fuera historia, el paro había vuelto a crecer y las afiliaciones a la Seguridad Social habían vuelto a caer. Puede que el Increíble Montoro quisiera colgarse la medalla de haber acorralado a los Pujol, esa familia de emprendedores. Puede que sacara toda la furia fiscal que se guardó con Bárcenas para arrearle a Yoda Pujol pensando que así ponía en su sitio a las catalanas y catalanes que quieren votar. Lo único claro es que Montoro no fue a hablar del fraude fiscal, como anunciaba su comparecencia.

La economía española se ha multiplicado por dos en los últimos veinte años, pero la economía sumergida se ha multiplicado por cuatro. El fraude constituye una pieza estructural de nuestra arquitectura económica. Explica nuestro paupérrimo gasto público y los agujeros en los ingresos tributarios. La economía sumergida es un fenómeno emergente en España. Se expandió cuando la burbuja inmobiliaria y aún más durante la recesión. Un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos para Funcas (Fundación de las Cajas de Ahorros) sostiene que la economía sumergida llega el 21,5% de nuestro PIB. El informe Doing Business 2007 del Banco Mundial la sitúa en un 22,6% del PIB. El Increíble Montoro no quería explicar por qué ni su Gobierno, ni los anteriores, se han comprometido en blanquear el negro de nuestra economía. Resulta más fácil recortar en sanidad o educación.

Según datos de la Organización Profesional de los Inspectores de Hacienda, en España circulan 111 millones de euros en billetes de 500 euros, un 30% de los emitidos en la Unión Europea. La cifra se ha multiplicado por siete desde el año 2002. El volumen de nuestra economía sumergida prácticamente duplica al estimado en países como Alemania (13% del PIB), Francia (12% del PIB) o Inglaterra (10% del PIB). En plena bonanza económica, el Estado ha dejado de ingresar por esta razón 66.000 millones de euros. Durante las últimas tres décadas, hemos perdido en ingresos fiscales un promedio anual estimado de 30.000 millones de euros. Según los técnicos de Hacienda, el 80% de ese fraude fiscal se genera entre las grandes empresas y patrimonios. Son datos sabidos. Pero conviene repetirlos, a ver si pasa algo. Pero el Increíble Montoro tampoco quería comentar la evidencia de que el fraude fiscal en España es cosa de ricos.

Según el informe Reducir el fraude fiscal y la economía sumergida (GESTHA, 2011), entre 2007 y 2010, los ingresos tributarios en España cayeron en 41.140 millones, un 20,5% de la recaudación total. La principal caída se ha producido en el impuesto sobre el capital, El impuesto de sociedades ha bajado en 28.625 millones, el 70% del descenso global de la recaudación fiscal. Un caso de volatilidad fiscal que cuadriplica la registrada entre los países de nuestro entorno durante esos años. El Increíble Montoro tampoco quería hablar de nuestra misteriosa volatilidad fiscal, o explicar por qué España es un país que grava el consumo y el trabajo pero no la riqueza. Él fue a hablar de lo suyo. A usted y a mí no nos tocaba. Nunca nos toca.

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