¿El racismo se cura viajando? ¿Tiene sentido no ver colores? ¿Ser nativa o extranjera te incluye en la misma clase obrera? El imaginario colectivo está lleno de frases que se utilizan con la intención de ser antirracistas y de aportar soluciones al problema del racismo. Pero una revisión a algunas de las frases que más oímos demuestra que repetirlas sin que pasen antes por un filtro crítico hace que se cuelen mensajes que, como las siguientes, más que ayudar a tumbar el sistema racista ahondan en creencias que deberíamos dejar atrás.
“El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”
Esta frase atribuida al escritor vasco Miguel de Unamuno es de primero de antirracismo por la cantidad de veces que se repite en debates relacionados con el tema. Históricamente se ha tomado como válida pero, ¿realmente el racismo se cura viajando? La respuesta definitiva es que no, y por varios motivos.
El ejemplo más claro lo vemos en el volunturismo, esos viajes de supuesto voluntariado en los que influencers (y no influencers) viajan a África y no pierden la oportunidad de hacerse fotos con niños negros, a poder ser que se vean pobres y con una sonrisa de oreja a oreja. Así sacan a la luz el denominado ‘complejo de salvador blanco’ que manifiestan el paternalismo y la superioridad blanca, ambos pilares del sistema racista.
Asimismo la frase hace creer que el racismo se encuentra circunscrito a un solo lugar y que, mágicamente al cruzar las fronteras y entrar en contacto con otras personas, desaparece. Si realmente fuera así el tratamiento no sería aplicable a las personas que lo viven directamente, como vemos en la frontera sur española: viajar solo es sinónimo de luchar para sortear las barreras del racismo institucional.
Y por último la frase de Unamuno asocia una vez más el racismo al desconocimiento, en este caso de otras personas y culturas por la falta de movimiento, cuando la realidad es que el racismo se sustenta sobre una serie de conocimientos instalados en la sociedad y que se recogen a nivel individual desde que uno tiene conciencia. Si un niño de cuatro años suelta un insulto racista en el colegio no es por desconocimiento, sino porque lo ha aprendido antes.
“No veo colores, solo personas”
Ojalá esta frase pudiera aplicarse en la realidad, pero lamentablemente solo puede vivirse y decirse desde la posición de quienes no viven el racismo en primera persona.
Cuando en un campo de fútbol se lanzan insultos racistas a Iñaki Williams no es por ser persona, sino por negro. Si como ella misma cuenta en este vídeo a Edurne la exotizan diciéndole que “siempre me ha dado morbo follar con una morenita” no es por ser persona, sino por ser mujer y negra. El momento en el que esta señora les espetó a una madre y su hija que no tenían derecho a sentarse “porque el metro lo pagan los españoles” no surgió por que fueran personas, sino por ser mujeres racializadas.
Borrar las identidades de la ecuación no soluciona el problema, sino que lo invisibiliza, desvía el foco de la discriminación y, por tanto, lo multiplica. En los casos enumerados antes no se trata de negar el perfil racial de una persona, sino de evitar que eso suponga verse atrapado por el racismo.
“El racismo se acabará con la mezcla entre razas”
El problema de esta frase tiene que ver con que reduce el racismo a una cuestión genética y no como algo presente en las estructuras de la sociedad. La historia de la humanidad es la historia del mestizaje, y ser producto del mismo no es un escudo ante el racismo: si la sociedad te ve como una persona negra da igual si parte de tu ascendencia es blanca, sigues siendo negro. Tener la piel más o menos clara podrá determinar una mayor o menor intensidad, pero la discriminación no desaparece.
Un ejemplo claro lo resume en su libro autobiográfico el presentador Trevor Noah, nacido de una relación ‘prohibida’ entre un hombre blanco y una mujer negra durante la Sudáfrica del Apartheid. Tener esa ascendencia mestiza no le convirtió en un ser inmune ante las circunstancias racistas que se daban en Sudáfrica y su negritud determinaba cada una de las situaciones que cuenta tanto sobre él como de su familia y entorno.
“Nativa o extranjera es la misma clase obrera”
Esta proclama, clásica en las manifestaciones al menos desde la época del 15-M, sitúa a las personas trabajadoras en un mismo plano, independientemente de su procedencia y situación en el país, en una retórica peligrosa porque no es cierta.
Por un lado hacer esta distinción no significa que se excluyan una de otra, pero sí busca reconocer las diferencias que el sistema racial marca. La mayor barrera tiene que ver con la Ley de Extranjería que establece que para poder acceder a un empleo en el Estado español se debe romper el bucle imposible: para tener trabajo se necesitan papeles, pero para tener papeles se necesita trabajo. Eso desplaza a muchas personas a los márgenes de la economía en los que los nativos, por mucho que formen parte de la clase obrera, no están.
Hay dos ejemplos que lo ilustran. Uno es el caso de los manteros, cuya situación viene de la imposibilidad de entrar en el sistema de empleo como cualquier ciudadano nativo, al carecer de documentación reglada y la obligación de permanecer al menos tres años en suelo español para poder acreditar un arraigo que permita iniciar los trámites para conseguir la documentación.
El otro caso señala a las temporeras marroquíes que acuden cada verano a Huelva para la recogida de fresa. Este año centenares de ellas secundaron las denuncias de abusos sexuales y explotación laboral, pero solo diez han podido seguir con el procedimiento debido a que no tienen las mínimas garantías para ejercer sus derechos.
“El racismo se soluciona dando derechos a todo el mundo”
Si el problema del racismo fuera una cuestión simplemente de otorgar o no derechos estaríamos ante un tema ya resuelto. Si cogemos la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el segundo artículo dice lo siguiente: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Entonces, ¿por qué se dice que se soluciona dando unos derechos que supuestamente ya se tienen? Solo hay dos opciones. La primera es que a quienes sufrimos racismo no se nos considere personas. La segunda es que no sea un problema de tener o no derechos, sino de poder ejercerlos.
Asimismo hay cuestiones inquietantes, como saber quién tiene la capacidad para “dar” esos derechos o quién los quitó anteriormente, que no son otros que quienes sostienen a un sistema racista que del mismo modo excluye por género, orientación o identidad sexual para no poder ejercer en condiciones los derechos que supuestamente ya se tienen.