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Siempre se mueren otros

4 de agosto de 2023 22:29 h

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Hay cosas que siempre le pasan a los demás, la muerte es una de ellas. Vivimos como si nunca fuera a llegar hasta que un día, por ejemplo, te diagnostican cáncer, y donde todo era sensación de eternidad aparece con crudeza la certeza de que la mortalidad existe, que no es algo que solo les pase a los demás. Cáncer no es sinónimo de muerte, o al menos no debería serlo. Sin embargo, sí es sinónimo de miedo. Del miedo propio, que transformamos en arrojo, lucha y deseo de vivir, y el miedo ajeno que teje silencios que solo se rompen para tratar de convencernos, convencerse, de que todo va a ir bien. Como si el resultado final de sobrevivir a esta enfermedad borrase toda la huella que deja un proceso oncológico, no solo en el cuerpo, para que la medicina y la ciencia te regalen Vida.

Nombrar para afrontar, para no dejarse llevar por un destino que no está escrito, como tampoco lo está la vida que transcurre hasta que se llega al mismo. Cómo cuesta nombrar la palabra cáncer y qué bien lo señalaba, como tantas otras cosas, Ramón Lobo: “La palabra se llama cáncer, se puede decir, no pasa nada, no es contagiosa”. El periodista maestro de periodistas reivindicaba de esta manera en los micrófonos de la Ser que nos dejáramos de eufemismos: “Si nosotros trabajamos con la verdad, no podemos ocultarla cuando nos afecta, o ir a los sinónimos y buscar fórmulas que nos permitan escapar”. Mirar a la cara a la que finalmente ha sido la causa de su muerte, el cáncer. Pero, a mi juicio, desde mi experiencia de paciente oncológica, si es importante mirar de frente el cáncer es para reivindicar que esta enfermedad sea, tarde o temprano, no solo tratable sino también curable. Contra el cáncer hay muchas cosas que se están haciendo, pero son muchas, muchísimas más la cosas que se deben y se pueden hacer. Por eso, quizá, debamos empezar a hablar de las víctimas del cáncer. 

Hace unos días hizo un año de la intervención quirúrgica en la que me extirparon un pecho y toda la cadena ganglionar de la que había 16 ganglios afectados por un tumor que estuvo demasiado tiempo en mi cuerpo. Desde ese día hasta la fecha mi foco es vivir y es por ello y para ello que abrazo cada uno de los tratamientos que desde la Sanidad Pública me ofrecen, no porque sea una luchadora ni una guerrera, sino porque soy una superviviente. Decía Ramón Lobo cuando anunció que dejaba las ondas unos meses para centrarse en su tratamiento: “No tengo miedo a decir que soy optimista, que voy a luchar, voy a pelear, lucharé hasta el último minuto. Partido a partido, semana a semana”. Así es. Luchar contra el cáncer no es adentrarte en una batalla desigual sino aferrarte a la vida en la conciencia de que la muerte no es algo que solo les suceda a los otros. Una conciencia que, paradójicamente, es como si nos convirtiese en “seres superiores” ante los demás, ante quienes (como todo el mundo) algún día morirá, quizá mañana o dentro de un rato, y no se ha dado cuenta de su mortalidad y de que esto va de hacerse la vida fácil. Maldita conciencia. Bendita conciencia. 

A finales de 2022 un grupo de expertos advirtió que al menos un millón de casos de cáncer se habían quedado sin diagnosticar en Europa debido a la Covid. Advertía de que íbamos a asistir a una epidemia de cáncer en la próxima década. En España, se calcula que en 2035 habrá más de 300.000 casos. En este momento, la probabilidad de contraer cáncer en España se sitúa en torno al 42%. Afecta a uno de cada dos hombres (pulmón) y a una de cada tres mujeres (mama). El cáncer que padecía Ramón Lobo y el que me diagnosticaron a mí. Pero no son los únicos tipos de cáncer que, además, cada vez afectan a población más joven, como por ejemplo está pasando con el cáncer de colon o el osteosarcoma. 

El cáncer es más que una enfermedad, es una pandemia, y no nombrarla solo es postergar una verdad, la de que todos y todas… queremos vivir. Nadie elige esta lucha, como decía la jovencísima activista oncológica Belén, que falleció hace unas semanas. Por eso urge, con cada caso nuevo de cáncer cercano o en primera persona, colectivizar también este dolor, no callar y luchar contra un destino que no está escrito y que está en manos de la Ciencia y de la Medicina, no en las nuestras. No es nuestra responsabilidad enfermar, como tampoco lo es curarnos. Exijamos más medios, recursos y tratamientos para las y los oncólogos que sí creen en nuestra cura. Hacer frente al cáncer no solo es un tema de actitud personal, en esto también tiene mucho que ver la desigualdad y el acceso al derecho a la salud en su sentido más holístico. Por eso, repito, urge colectivizar también este dolor, porque, como dice otra activista oncológica, Sandra Monroy, “jamás olvides las exigencias para ti, y para las que vienen, más investigación para más vida, accesos a servicios médicos en tiempo y forma, nuestro derecho principal la salud y la vida en sí. Paciente oncológica activa, jamás pasiva, ni callada, ni sumisa. Por el derecho a la vida plena y plana, por el derecho a la libertad corporal. Vivas nos queremos.” No solo se mueren los otros, aunque la tristeza sea nuestra.