En ningún país de Europa se hacen y publican tantas encuestas electorales como en España. La urgencia irracional de partidos y medios por ver sus estrategias y sus líneas editoriales confirmadas por el electorado al día siguiente ha acelerado una dinámica que ha rebajado sustancialmente tanto la calidad como la credibilidad de una demoscopia empujada a una loca carrera de abaratamiento de costes.
Casi cada semana alguien se hunde, o se dispara, o se diluye, o se agota, o se destaca en la ruleta de las encuestas hispánicas, en un festival de titulares que tiende a confundir a los electores con desatados hinchas deportivos, anfetamínicos pequeños inversores o irascibles devoradores de telebasura y prensa del corazón; olvidando que los electorados se mueven de una manera más compleja y bastante menos voluble e instantánea, cuando casi parece que todo continúa igual.
Con José Félix Tezanos y sin José Félix Tezanos, de lejos, lo más fiable continúa siendo el trabajo de campo del CIS; por tamaño, por validez y por recursos invertidos. Ninguna demoscopia privada se acerca siquiera a la metodología y al despliegue de medios que implica cada barómetro público. Por eso conviene leer sus datos con atención, sin prejuicios y sin dejar de cruzarlos con las preferencias que apuntan otros indicadores y sondeos.
La última entrega en abril del barómetro del CIS apunta tres tendencias que, en buena medida, ya anunciaba y revelan los demás trabajos publicados. La primera se refiere a la movilización, que se mantiene más alta entre los votantes de derecha, que superan por casi 4 puntos a los electores de izquierda en la seguridad de ir a votar. El titular, no obstante, trae letra pequeña. En la derecha se ha ido equilibrando la movilización entre el PP y Vox, claramente inclinada a favor de los populares hasta hace apenas unas semanas. En la izquierda el elector socialista se recupera ligeramente, mientras el votante más a la izquierda se muestra más desanimado en su intención de acudir a las urnas. Aunque lo más significativo seguramente sea que, por primera vez en tiempo, la izquierda no manda a la indecisión muchos más antiguos votantes que la derecha.
La segunda tendencia indica que el sueño de reunificar el espacio conservador bajo la marca del Partido Popular va a tardar más de lo previsto. El PP se sigue quedando con más de la mitad del antiguo voto de Ciudadanos, pero tiene un hueso más duro de roer a su extremo. A la recuperación de la movilización del votante de Vox, se une la progresiva ralentización del ritmo de transferencia de electores que vuelven a la casa popular tras su estancia en casa Abascal. Conforme se ha ido confirmando el desgaste de su liderazgo y se ha ido diluyendo la reputación de ganador de Feijóo, a base de derrotas en el Senado y vaivenes mediáticos mareantes, el votante conservador parece haber perdido la urgencia por volver al hogar, pues ya no está tan seguro de ganar si lo hace.
La tercera tendencia apunta que el voto a la izquierda del PSOE comienza a concentrarse en torno al liderazgo de Yolanda Díaz y Sumar que recogen, no sólo la gran mayoría de los apoyos de sus socios, sino a casi cuatro de cada diez votantes de Unidas Podemos. El corte claro entre dos bloques que medios y líderes pretenden construir como relato de cuanto sucede en ese espacio se difumina y confunde al bajar al territorio de la realidad. La base parece tener bastante más claro que sus líderes y cuadros dirigentes qué hay que hacer y lo están haciendo.
Aunque, si me preguntan a mí, el dato más relevante y consistente, barómetro tras barómetro, revela que siete de cada diez españoles ven con tanto optimismo su situación económica personal como con pesimismo perciben las perspectivas económicas del país. Quien acierte a interpretar el significado de ese indicador y atienda las preocupaciones de ese ciudadano que confía en su futuro, pero desconfía del futuro del país, tendrá la victoria al alcance de su mano.