Por la entrega de los Premios Feroz se paseó un elefante pesadísimo e incómodo. El elefante al que nadie quería mencionar, porque cuando no mencionas algo puede llegar a parecer que nunca ha sucedido. Unas horas antes de los Feroz, de toda la fanfarria y la celebración, había salido a la luz la denuncia que tres mujeres realizaron en el periódico El País, acusando violencia sexual al director de cine Carlos Vermut. En la alfombra roja, el actor José Coronado apremió a las mujeres víctimas a denunciar: “En cualquier caso, yo lo que pienso es que hay que denunciar. Lo que no vale es denunciar al año a los dos años... Y hoy en día hay ya mecanismos, gracias a Dios, para defender a la mujer que antes no los había. Por lo tanto, hay que denunciar al segundo uno”, dijo.
Su opinión, en realidad, es bastante frecuente, incluso mayoritaria. Hay un vacío de legitimidad en la historia de una agresión sexual si no va a acompañada por una denuncia, si la denuncia llega años más tarde, o si solo se denuncia públicamente y no ante un juzgado.
Señoras, mujeres, chicas, espabilad: no estáis denunciando bien. Pero, en caso de que algún experto en denuncias esté leyendo esta humilde columna, procedo a enumerar algunos motivos por los que una mujer no denuncia una agresión sexual.
Puede ser una cuestión de vergüenza. Puede ser una cuestión de culpa. Puede ser una cuestión de necesidad: la de olvidar. Puede ser un mecanismo de protección: el de evitar ser juzgada. Vestías provocativamente. Ibas borracha. Habías bebido. Volviste a verlo. Subiste a su casa. Entraste en su cama. Al día siguiente actuaste con normalidad. Te preguntaron por él y dijiste que te lo habías pasado bien. No gritaste. No pediste ayuda. Te quedaste a dormir. Te habías acostado con esa persona en el pasado. Tonteabas con él, todo el mundo lo vio. Cómo. Por qué. ¿Estás segura? ¿No estarás exagerando? Piénsalo bien. No eres la “víctima perfecta de una violación”.
Puede ser que las ideas estereotipadas sobre las violaciones interfieran en la capacidad de una mujer para identificar la violencia sexual. Porque en los guiones de violación casi siempre hay un extraño. Casi siempre hay desgarro, agresividad y violencia. No suele haber conocidos, personas a la que admiras e incluso quieres.
También puede ser una cuestión de inconsciencia: no saber, o no poder, ponerle nombre a la agresión. Es habitual que mujeres agredidas simplemente se refieran a la experiencia como mal sexo, un malentendido, una mala conexión. Hasta que, aflojado el trauma, al fin son capaces de verbalizar lo sucedido. Pueden pasar meses o años hasta que finalmente son capaces de decir: “Fui violada”.
Decir “fui violada”. Es tremendo. Es durísimo.
Puede ser que la víctima quiera evitar el estigma de ser una persona violada. Porque todas las mujeres agredidas coinciden en que ser violada te cambia para siempre, como si estuvieras cubierta de cristal y solo necesitases un pequeño golpe para romperte del todo.
Puede ser que la víctima no quiera que cambie su relación con un determinado grupo o entorno social. Esto ocurre, sobre todo, si el violador forma parte de ese grupo o entorno social. Ya no digamos si el violador es un superior o ejerce algún tipo de posición de poder.
Puede ser que la mujer tenga miedo. Porque, en caso de que la investigación o el proceso penal siga adelante, el violador sigue ahí afuera, a menudo sabiendo la dirección, el nombre o los hábitos de la agredida.
O puede ser, sencillamente, que la mujer crea que no servirá de nada denunciar. Porque la agresión sexual es el delito violento del que es más fácil salir impune. Y si en el relato hay varios “no sé” o “no recuerdo”, si la memoria es difusa y no lineal, más todavía.
Hay muchísimos motivos para no denunciar. Pese a ellos, parece más fácil culpar a las acciones de las víctimas, a su tardanza en denunciar o su incapacidad para hacerlo, que admitir que en una agresión sexual solo hay un culpable. Es la historia más vieja del mundo. Siempre ha sido más fácil poner el foco en ellas. Y no solo es que las agresiones sexuales vayan con ellos. Es que van de ellos.