El pasado miércoles se puso en marcha a través de las redes sociales una iniciativa mediante la cual un grupo de hombres del ámbito de las Ciencias Sociales asumimos el compromiso de no participar en actividades académicas en las que no se cuente con mujeres, de manera similar a como hace unos años ya habíamos hecho las socias y los socios de Clásicas y Modernas. De esta forma, hemos querido llamar la atención sobre uno de los ámbitos en que de manera más flagrante continúa reproduciéndose la desigualdad y que no es otro que el relacionado con la ciencia y el conocimiento. Como nunca me cansaré de repetir, si el patriarcado continúa vivo y coleando es gracias al sostén de una cultura machista y del dominio masculino del poder. Un poder en el que, por supuesto, hay que situar el que se traduce en dominio de los saberes, en la definición del prestigio intelectual, en el cuasi monopolio de las referencias científicas. La lógica de la democracia paritaria (que puestos a ser rigurosos vendría a ser una reiteración porque no creo que pueda existir democracia sin paridad) exige que, en cualquier espacio, y muy singularmente en aquellos en los que se ejerce poder, mujeres y hombres seamos considerados equivalentes. Y ello pasa necesariamente por la visibilidad de quienes todavía hoy son las “segundonas” en muchos eventos y por el reconocimiento de sus méritos y capacidades en igualdad de condiciones con los que siempre hemos tenido el derecho a estar y a valer.
La Universidad, la Academia, el mundo de la Ciencia y los Saberes, continúa siendo uno de esos espacios en los que todavía hallamos más resistencias al reconocimiento de la equivalencia de nuestras compañeras, por más que ellas lleven décadas demostrando que pueden ser perfectas constructoras de sabiduría. El androcentrismo que impregna los púlpitos, y con él la situación privilegiada que muchos se resisten a abandonar, continúa dificultando que ellas sean visibles y reconocidas como sujetas con autoridad. Sin ir más lejos, en el reciente Congreso de la Asociación de Constitucionalistas de España, celebrado en Málaga el pasado mes de abril, las compañeras de disciplina no tuvieron más remedio que rebelarse ante un programa en el que ocupaban un lugar muy secundario y en el que de nuevo pareciera que no hubiera expertas tan solventes como nosotros para hablar de derechos fundamentales o de la cuestión territorial. Todo ello por no hablar de la ausencia de la perspectiva de género en los contenidos de un ambicioso congreso en el que se abordaban los múltiples perfiles de la sin duda necesaria reforma de la Constitución española. Una vez más, lo sorprendente no fue tanto la reacción de algún colega ante la reclamación de las constitucionalistas sino el significativo silencio de la mayoría.
Creo que justo en estos momentos, en los que afortunadamente el feminismo está ocupando un lugar en la escena pública que muchas y algunos no imaginábamos ni en nuestros mejores sueños, es más urgente que nunca que los hombres nos sintamos interpelados por todo lo que nuestras compañeras están reclamando en las calles, vindicando en las redes, gritando en todos aquellos espacios en los que todavía hoy su voz continúa siendo devaluada. Ha llegado la hora en la que, más allá del discurso políticamente correcto, nos comprometamos en hacer efectiva la igualdad, lo cual pasa necesariamente por la renuncia a nuestros privilegios, por la redistribución de espacios y tiempos, por la búsqueda de un mayor equilibrio en lo que son los referentes del saber y de la cultura. Es decir, para que ellas den un paso hacia adelante, nosotros tendremos en muchos casos que dar un paso hacia atrás. Tenemos pues que revisar las condiciones del pacto, el reparto de papeles y unas reglas que han sido siempre hechas por nosotros y para nosotros. Todo ello nos coloca sin duda en una situación de incomodidad, pero solo desde la asunción de que nos corresponde a nosotros mover ficha será posible el salto cualitativo sin el que nuestras democracias continuarán siendo imperfectas.
Frente a los silencios cómplices, hagamos pues valer nuestro compromiso activo a favor de una sociedad en la que el sexo no sea determinante de las oportunidades o del disfrute de bienes y derechos. En lugar de mirar para otro lado, asumamos de una vez por todas que sin hombres capaces de liberarnos de la jaula del patriarcado en la que viven el sueño igualitario seguirá habitando solo en las pancartas. Por tanto, y como siempre se ha gritado en las manifestaciones, estimado compañero, no nos mires, únete. Atrévete al fin a reconocer que mientras que sigas siendo un privilegiado tu compañera estará subordinada. Y cambia tanta energía y tiempo que sueles invertir en ejercer poder en potencial transformador de una democracia que sin ellas no es democracia. De la misma manera que unos saberes sin su voz solo son la mirada parcial de quienes constituyen la mitad todopoderosa de la Humanidad.