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OPINIÓN | 'Trump ama a Musk', por Elisa Beni

Cuando los multimillonarios bromean y el planeta arde

Grecia, durante la lucha por controlar decenas de incendios en todo el país este mes de agosto. EFE/EPA/YANNIS KOLESIDIS

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El verano de 2023 dejó una huella trágica en Europa: casi 50.000 vidas perdidas debido a las altas temperaturas, con España lamentando 8.352 fallecimientos, en su mayoría mujeres. Estas cifras alarmantes, reveladas por un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona, apenas causaron revuelo en los medios y las redes sociales. Mientras tanto, una conversación frívola entre dos magnates excéntricos, Donald Trump y Elon Musk, acaparaba la atención pública.

Trump, conocido negacionista del cambio climático, del que llegó a decir que era una ‘gran mentira’, y Musk, supuesto defensor de energías limpias, compartieron comentarios absolutamente irresponsables sobre la crisis ecológica. Afirmaron, entre otras cosas, que aún hay mucho tiempo para reducir el uso de combustibles fósiles (hasta varios cientos de años) e incluso sugirieron que el aumento del nivel del mar podría ser beneficioso porque crearía nuevas propiedades costeras. Algunos expertos definieron este evento como ‘la conversación climática más tonta de la historia’.

En realidad, ambos fenómenos están conectados. Trump y Musk ven el cambio climático a través de sus propias gafas de ricachones hombres blancos. Su declarada ignorancia sobre la cuestión medioambiental, y su falta de pudor al exhibirla ante millones de espectadores, no debe ser interpretada como un signo de estupidez. Los ingenuos seríamos nosotros si pensáramos que compartimos enfoque sobre los problemas que enfrenta nuestro planeta compartido. Ellos sólo manifiestan preocupación cuando algo les afecta a sus negocios, y no parece que las olas de calor sean un problema al que vayan a prestarle atención.

En lo que va de año se han superado 19 récords nacionales de calor, y hasta 130 récords mensuales. El último informe del IPCC sobre Europa subraya que el cambio climático está intensificando y prolongando los fenómenos climáticos extremos, incluyendo las olas de calor, las inundaciones y las sequías. Con una temperatura media global ya 1,1°C por encima de los niveles preindustriales, nos acercamos peligrosamente al límite de 1,5°C establecido en los acuerdos internacionales. El informe incluso contempla un escenario catastrófico de 3°C, que triplicaría las muertes y reduciría drásticamente las horas de confort térmico en el sur de Europa.

Sin embargo, no es sólo un tema de proyecciones. El cambio climático ya está afectando gravemente al equilibrio de los ecosistemas, los sistemas alimentarios, la disponibilidad de agua, la salud pública y, en general, a la gente común. Pero como siempre, esa es la primera lectura que suele hacerse sobre el cambio climático. Una lectura alternativa, también señalada en el informe citado, es que estos efectos son asimétricos y que están desigualmente distribuidos por clase social y regiones. Así, en el caso de Europa las consecuencias más negativas recaen en el Sur, mientras que en algunos casos específicos (como el rendimiento de ciertos cultivos) incluso el Norte podría encontrar algún beneficio. 

Lo mismo ocurre con la clase social. Las familias más pobres tienen mucha menor capacidad para adaptarse e incluso recuperarse de los impactos del cambio climático. Mientras Musk y Trump pueden frivolizar sobre los derechos de propiedad en las costas, millones de familias trabajadoras de todo el mundo perderán sus viviendas en los próximos años como consecuencia de temporales, inundaciones o la elevación del nivel del mar. Y mientras Musk y Trump pueden y podrán pagar la energía para encender el aire acondicionado mientras se refrescan con agua embotellada, millones de familias de todo el mundo tienen que sufrir las altas temperaturas en contextos de escasez de agua corriente. Para los multimillonarios lunáticos, 50.000 personas fallecidas por las olas de calor en Europa son sólo cifras insignificantes. 

Pero quizás no haya que irse tan lejos para ver replicados esos mismos comportamientos. El informe del IPCC también reconoce que las políticas de adaptación por parte de los gobiernos están siendo claramente insuficientes en su escala, profundidad y velocidad. No hablamos aquí de la lucha contra el cambio climático, un reto aún más grande, sino solamente de la adaptación a los cambios que son ya irreversibles. En este punto, las opciones disponibles son muy bien conocidas e incluyen el cambio de hábitos de consumo, intervenciones de eficiencia energética en infraestructuras, refugios climáticos, planeamiento urbano basado en la recuperación natural (más árboles, menos coches), recuperación y restauración de los ecosistemas, mejoras de eficiencia en los sistemas productivos, ciclos cortos de producción y consumo, etc… 

Uno pensaría que, ante la urgencia de la situación, los gobiernos estarían dedicando todas sus energías, tiempo y presupuesto a desplegar estas políticas, que no en todos los casos son de aplicación inmediata. Sin embargo, si revisamos las políticas que llevan a cabo, pongamos, por ejemplo, los gobiernos de la Comunidad y el ayuntamiento de Madrid, nos tendremos que llevar las manos a la cabeza. Estamos gobernados por gentes que conducen a contramano de la ciencia y el conocimiento. Pero de nuevo, no es tampoco una cuestión de estupidez. El mensaje implícito en la actitud de estos gobiernos es el mismo que el de la conversación entre Musk y Trump: sálvese quien pueda. Por eso no debemos engañarnos: aquí hay mucho de darwinismo social, es decir, una forma de entender el mundo en la que hay gente que, si sobrara, no pasaría nada.

La crisis climática no es un problema abstracto del futuro, sino una realidad brutal que ya está cobrando vidas. Y esto lo sabe todo el mundo. La diferencia es que a muchos nos importa y nos da miedo, mientras que a otros les da igual e incluso lo ven como una oportunidad. Pero lo cierto es que cada grado que aumenta la temperatura global es una sentencia de muerte para los más vulnerables. Y aquí la pregunta que tenemos que hacernos no es ‘hacia dónde vamos’ sino ‘por qué llevan ellos el timón’.

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