Elecciones anticipadas -y nada rutinarias- en Francia y el Reino Unido. Reparto de cargos, muy significativo, en la UE. Resaca de las municipales que pierde Meloni en Italia. Pánico en EEUU (y en el mundo) por el debate Trump/Biden que asusta a quienes no ven al mamut hasta que lo tienen encima. Sería un barco a la deriva si la dirección no estuvieras tan clara. Surgen algunos intentos de enderezar el rumbo, pero la tarea es ciclópea.
Vienen días cruciales para países muy destacados en el concierto internacional. Y se van añadiendo posturas tan escoradas a la derecha, a una derecha irracional y desorbitada, que en sentido figurado podría torcer el eje del mundo con resultados catastróficos. Asistimos perplejos al lavado entusiasta de la ultraderecha, con unos partidos conservadores que agudizan su sesgo, mientras las izquierdas tradicionales se dan navajazos entre ellas mismas. Ni es casual ni inocuo, pero poco podemos hacer por el momento desde esta esquina sur de Europa inmersa en sus propias convulsiones, ni casi desde parte alguna.
Francia celebra este domingo, 30 de junio, la primera vuelta de las elecciones anticipadas por el triunfo arrollador del Frente Nacional de Marine Le Pen en las europeas. El 7 de julio será la segunda y definitiva votación. Tres días antes, el 4 de julio, se habrán celebrado las del Reino Unido. Son cruciales las dos. Pero, además, la coalición de gobierno en Alemania ha quedado muy tocada tras el 9J y pueden verse obligados a llamar a las urnas. El debate en Estados Unidos, entre dos políticos nefastos para dirigir el país, tiene al mundo crujido como si nadie hubiera percibido antes los avisos alarmantes de lo que había y se avecina. Quizás sea éste, por su repercusión mundial, el problema más decisivo a día de hoy, pero no el único.
Francia se dispone a dar mayoría de gobierno al partido de la incombustible Marine Le Pen. La ultraderechista más pertinaz en sus intentos de llegar al poder ha moderado el tono como había hecho Meloni en Italia. Tanto, que su candidato, un joven sin experiencia de 28 años, reduce aparentemente el programa de gobierno a luchar contra la emigración y no mucho más (mejorar el poder adquisitivo, quizás). De entrada quieren negar la condición de ciudadano francés (la nacionalidad) a los nacidos en su territorio de padres extranjeros. Van a precisar el “pedigrí” de la raza Le Pen.
Es la Francia en la que prácticamente toda la oposición antifascista se fue a votar en 2002 al conservador Jacques Chirac -hasta con una pinza en la nariz la izquierda, se comentó entonces- para que no ganara el padre de Marine la presidencia de la República. Chirac recibió el 82% de los votos en esa segunda vuelta, un máximo histórico. Se trataba de salvar la democracia. Ahora la democracia parece importar muy poco.
Fue Macron -el que fuera ministro del socialista Hollande aunque después le traicionó- quien abrió el camino a la ultraderecha, explicaba aquí el periodista Enric González. Macron, con ese sospechoso perfil del que se define como “ni de izquierdas, ni de derechas”, se situaba como única opción posible entre la “extrema derecha y extrema izquierda”. El problema esencial es que nunca ha entendido Francia y menos la de hoy.
Lo asombroso es que los políticos franceses vuelvan a insistir con la misma historia y sea Françoise Hollande –un dirigente fracasado al límite - quien se postule de guía de la izquierda y se haya apuntado a devastar el Frente Popular surgido como rechazo a Le Pen pidiendo a Melenchón que se retire. Por ser demasiado radical… y antisemita, le acusan.
Jóvenes franceses van de puerta en puerta pidiendo no votar a la extrema derecha. Se sienten “como David frente a Goliat”, dicen, pero lo intentan. Harían falta miles… y, como haberlos, los hay.
La clave oficial de todas estas cruciales elecciones es ésa: abominar del “extremismo” de izquierda para aceptar sin grandes problemas el extremismo de derechas. Algo que se ha demostrado como un inmenso error en el tiempo. Por cierto, a lo largo de los años nunca he visto una equivalencia exacta entre esos dos pretendidos extremos y mucho menos en la práctica.
Quien está en horas bajas también, tras los resultados de las europeas, es el canciller alemán Olaf Scholz y su coalición de socialdemócratas, verdes y liberales. Pero probablemente se pensarán dos veces echarse al ruedo electoral tal como anda todo.
No acaba aquí la movida electoral. En el Reino Unido, el primer ministro Tory Rishi Sunak va a perder las elecciones del 4 julio -también anticipadas-. Aun habiendo implantando medidas ultras y profundamente racistas, sectores de su partido lo ven moderado para sus gustos. Enfrente, los laboristas van a ganar con un candidato, Keir Starmer, que venera las vías socialistas “de tercera” -si me permiten el juego de palabras- de Toni Blair, nada menos. Ganará, no por sus méritos sino por los deméritos de sus rivales. Es la tónica. La derrota de los tories puede ser tan brutal que, según indicios, podría quedar a la par o incluso detrás del estrafalario ultraderechista Nigel Farage, el principal impulsor del Brexit que tan caro les ha costado a los británicos.
En Italia, Meloni acaba de sufrir un fuerte varapalo en las municipales. Las principales capitales de las convocadas en esta vuelta se han ido al centroizquierda. Y la reacción de la dirigente neofascista, además de un muy expresivo desencanto, ha sido la esperada en alguien que ya se estaba desprendiendo del tenue disfraz de derecha muy derecha pero demócrata: se propone modificar la ley electoral para mantenerse en el poder y dotarse de poderes extraordinarios, y debilitando al Parlamento. A su reforma la llama “Premierato” y consiste en una elección directa del primer ministro que no tiene aplicación en ninguna parte del mundo. Dos centenares de juristas han firmado una declaración contra las intenciones de Meloni. Se tuercen las cosas con la política que elogia Felipe González porque “da estabilidad a Italia” y recibe abrazos y besos de los líderes del G7, a los que acababa de recibir como anfitriona de la Cumbre del G7. Amores relativos, por cierto. El reparto de poder en la UE la ha dejado fuera provocando su indignación. Ah, salvo para los periódicos de su ideología en España que le dan hasta portada.
Claro que la UE sabe bien lo que quiere a tenor de lo votado por los ciudadanos. Derecha, socialdemócratas y liberales se han repartido el poder, dejando fuera por el momento a la ultraderecha, la que lidera Meloní en el grupo principal. Derecha que mantiene a Von der Leyen, introduce al socialista portugués Antonio Costa y cambia a Borrel por Kaja Kallas, una “halcona” estonia, atlantista, militarista y marcadamente anti-Putin. A su puesto le llaman ser Jefa de la Diplomacia. Y es que esta UE va a apostar más “por la seguridad y la defensa” que se abren paso frente a las agendas verde y social.
Y en noviembre elecciones presidenciales en Estados Unidos. El debate de este jueves ha demostrado que ni Biden ni Trump son una casualidad, sino el resultado de un profundo declive de la primera potencia mundial y de su democracia. Y también de una sociedad empobrecida por las guerras que emprende su país con resultados nefastos en todos los sentidos.
Trump ha mentido como un bellaco. Y lo que es peor si cabe, como un político que quiere venganza para su derrota electoral anterior y para los juicios a los que, por sus más que presuntos delitos, han osado someterle. Biden, el belicista pro Netanyahu, ha mostrado en toda su crudeza el deterioro senil que padece. El Partido Demócrata y medio mundo andan viendo cómo le hacen renunciar y ponen otro candidato. De no conseguirlo o en cualquier caso, ganaría un Trump dispuesto a asumir poderes extraordinarios -como ya anunció al inicio de esta campaña-, uña y carne con Putin y partidario de endurecer las condiciones a los países de la OTAN para que paguen más. Si recuerdan, dijo que “alentaría” a Rusia “a hacer lo que quisiera” con los países que son “morosos” en la Alianza.
No nos libramos de estos huracanes ni en casa. Los vientos ultraderechistas, ultraliberales, de negar incluso la justicia social como un lastre desastroso vienen hasta el corazón de España desde el sur del continente americano. Y los abraza y galardona una especie de telepredicadora latinoamericana con ínfulas de jefa de Estado (parafraseando el hallazgo de Ignasi Guardans)
Todo lo que se atisba enfrente son italianos votando centro izquierda para restar poder a la neofascista Meloni y jóvenes franceses pidiendo a los ciudadanos de puerta en puerta que no les condenen a la ultraderecha.
Fuertes dosis de dinero apuestan por la derecha extrema aprovechando las carencias reales de la sociedad y el egoísmo que le han inoculado. Sigue potente la derecha corrupta que opera con mentiras y técnicas que se parecen mucho a las mafiosas. Y una izquierda descafeinada y excluyente que se tritura a sí misma. Lo vemos en distintos porcentajes en varios países. Timorata sobre todo -o cautiva- a la que cualquier decisión mínimamente osada le parece una revolución cuando tiene más de una docena de revoluciones pendientes.