Jacques Delors, él mismo a caballo entre estas dos tendencias, solía apuntar que la construcción europea, entonces de la parte occidental, era hija de los amores honestos entre la democracia cristiana y la socialdemocracia. Ambos movimientos, pese a sus raíces anteriores, y la integración europea surgieron de la posguerra mundial, es decir, de la Guerra Fría, en parte como respuesta al reto del comunismo soviético. Ésta terminó en 1989 o 1991, mas ni con un fin de la historia ni con un mundo plano. Ha surgido, está surgiendo, otro que tras los años del espejismo de la unipolaridad estadounidense es muy diferente y más complejo.
La democracia cristiana se ha transformado, es más “popular”, y en estos tiempos compite con extremas derechas antieuropeístas y antiinmigración que, sin embargo, carecen de unidad y con las que, cada vez más, ha de gobernar. La socialdemocracia ha dado pie, en general, a nuevos tipos de izquierdas, incluido en España un nuevo PSOE, aunque muchos no lo vean. Más allá de las personalidades, estas nuevas izquierdas se centran menos en el estado del bienestar clásico, maltrecho, y más en defensa de nuevos derechos generales o de supuestas minorías. En casi toda Europa los aún llamados socialdemócratas tienen, cuando pueden, que gobernar también en coalición. Una excepción, de nuevo va a ser, previsiblemente, el laborismo en el Reino Unido, con una política que aún se desconoce, pero moderada y de reaproximación, no retorno, a la UE. En esta nueva situación hay nuevas visiones de lo que tiene que ser Europa, la Unión Europea, la UE. Vamos a vivir esa tensión en las próximas elecciones al Parlamento Europeo a principios de junio, con impacto a escala de la UE y nacional.
Esquemáticamente, el cambio de mundo tras el fin de la Guerra Fría supuso el impulso a la hiperglobalización (la globalización empezó con la salida de los sapiens de África hace varias decenas de miles de años), el surgimiento de una enorme potencia como es China -cuyo desarrollo tecnológico ahora Estados Unidos intenta frenar-, a la que seguirá India, mientras otros Terceros, algunos muy potentes, asoman la cabeza en el llamado Sur Global. En estos años, Occidente ha perdido las guerras de Afganistán, la de Siria, en buena parte la de Irak, le están expulsando del Sahel, y no está ganando la de Ucrania, frente a una Rusia que se ha echado en brazos de China. Junto a unas profundas revoluciones tecnológicas que, para bien y para mal, están transformando todas las sociedades, provocando un vaciamiento de las clases medias, en las que se apoyaba la democracia liberal, hoy en crisis. ¿Podrá Europa mantener un Estado del Bienestar frente a la competencia de economías fuertes que no lo tienen? Estados Unidos, por su parte, no está en retroceso, al menos no en términos absolutos económicos, tecnológicos, culturales y militares. Sí en términos relativos, y políticos. Es Europa la que, pese a unos esfuerzos por avanzar, se está quedando rezagaba respecto a su protector/impulsor.
El Sur Global le ha perdido el respeto a las antiguas potencias coloniales y otras, y, en general, no sigue su cultura política. La primera respuesta directa de Irán contra Israel por el asesinato de uno de sus generales en su consulado en Damasco es una prueba, aunque Teherán la acompañó de un cauto preaviso. A la vez, en este nuevo mundo, se están poniendo de relieve los límites al impacto efectivo de las sanciones, a las que Occidente es tan aficionado, ya sea frente a Irán, Rusia u otros.
¿Puede Europa defender su democracia? Sí, pero no exportarla. Como acertadamente apunta el ex ministro francés de Asuntos Exteriores, Hubert Védrine, Occidente ha de renunciar al proselitismo que está en sus bases. “No vamos a convertirnos en los jefes del mundo que viene. Así que estamos obligados a pensar más allá, estamos obligados a imaginar una nueva relación para el futuro entre el mundo occidental y el famoso Sur global”.
Ante la nueva situación, especialmente ante Rusia y ante la posibilidad de una escalada en Oriente Próximo, ha surgido de cara a las elecciones europeas un discurso del miedo por parte de un centroderecha que reclama más esfuerzo, más gasto militar. No así en las extremas derechas, casi más pacifistas que pro-Putin. O que leen mejor a las opiniones públicas europeas. Para Ivan Krastev y Mark Leonard, en base a un sondeo del propio ECFR (Consejo Europeo de Relaciones Exteriores), la mejor manera de derrotar a la extrema derecha es hablando menos de Putin y más de cuestiones mucho más próximas a los electores.
De forma muy esencial y resumida, Europa es, o era, la competencia (el imperfecto mercado único y la limitación a las ayudas de Estado que favorecen a las economías más grandes que vuelven bajo la guisa de la política industrial, nacional antes que europea), el euro, aún incompleto, Erasmus, programa de intercambio de estudiantes que no una política, y el relativo fin de las fronteras internas. Más la ampliación, la manera que tiene la UE de proyectar en su entorno estabilidad política y geopolítica y crecimiento, aunque no haya sabido hacerlo con Ucrania y en el camino haya perdido y pueda seguir perdiendo parte de su esencia. En cuanto a la mutualización de la deuda, sin duda un nuevo paso esencial con el fondo NextGenerationEU, no es nada seguro que, aunque deseable, se pueda repetir, ni siquiera para un programa ambicioso y necesario de industria europea de defensa o una Europa verde.
Quince años atrás se podía decir que la UE había alcanzado, incluso superado, buena parte de los sueños que habían albergado los filósofos y otros para una Europa unida. Fue el punto culminante de su victoria sobre su propia historia tan llena de devastadores conflictos armados. Hoy, a pesar de haber gestionado relativamente bien la pandemia del COVID 19 y sus efectos socioeconómicos, hacia adentro que no hacia fuera, la UE parece haber perdido el rumbo, con riesgo de retroceder. No faltan ideas, como las del informe del ex primer ministro italiano Enrico Letta, Mucho más que un mercado, o las recomendaciones esperadas para junio de Mario Draghi sobre la necesidad de recuperar competitividad. En ambos casos, la necesidad de un “cambio radical”. Aunque antes de empezar algunos han comenzado a pisar el freno.
¿Va a llegar la UE una Europa militar? El problema es que no hay una visión compartida de las amenazas de cada cual. “La seguridad es de todos, la defensa de cada cual”, dijo hace años un ministro francés. ¿Una Europa Verde? Antes diversos tipos de protestas, desde los chalecos amarillos en Francia, a los agricultores en varios países, pasando por el anuncio alemán del fin de las calderas de gas, se ha frenado por no haber calculado el coste social para amplios sectores de la población, mientras las derechas radicales sí lo habían entendido y están creciendo. ¿Una Europa tecnológica? Hoy la tecnología es un factor esencial de poder nacional, con un grado de integración global sin igual en la historia, aunque falta análisis en profundidad sobre sus impactos sociales. La izquierda no tiene un discurso al respecto; la derecha se equivoca al creer que no lo necesita. ¿Una Europa de muros? El acuerdo de la UE sobre inmigración, a falta de que se remate, viene influido por las derechas más radicales. ¿Ampliación a Ucrania y Georgia? ¿Realmente? ¿Y Turquía?
Estas deberían ser cuestiones que plantear ante las próximas elecciones europeas. ¿Lo serán? Puede que sean las más europeas y con mayor participación de las diez convocatorias hasta la fecha. Pero previsiblemente seguirán siendo una suma de elecciones nacionales, con una participación más elevada En todo caso, además de configurar el propio Parlamento Europeo, que ha ganado mucho poder e influencia, tendrán impacto en las políticas nacionales y de ahí en las europeas, es decir, por una doble vía. Las tres grandes fuerzas europeas hasta ahora, los populares, los socialistas y demócratas, y los liberales, pueden lograr entre ellas una mayoría absoluta en la Eurocámara. Pero también puede salir de las urnas otra “super gran coalición” de populares, conservadores, y derechas extremas o radicales. Sin olvidar que la presidencia rotatoria del Consejo de Ministros a partir del 1 de julio la ejercerá el gobierno húngaro, el de Orbán, con un nuevo tipo de euroescepticismo, que aspira no a marcharse, como los del Brexit, sino a cambiar la UE desde dentro. Occupy Brussels! ¿Con ayuda de Trump?