El Mundo
Ver cómo cae un periódico que fue grande no es agradable. Si, además, en algún momento formó parte de tu vida, como es mi caso, es mucho más duro. Pero apartando nostalgias que no conducen a nada, la realidad es que El Mundo ha llegado a la situación límite en la que se encuentra empujado con ahínco por sus propios fundadores y su actual Presidente.
Se conocen pocos casos en la historia del periodismo español reciente (sólo el de El País) de un éxito tan fulgurante como el de El Mundo. Pedro J. Ramírez lo lanzó con la furia y el talento de un periodista enrabietado después de su oscura salida del Diario 16 por presiones del gobierno de Felipe González. Y triunfó.
Pero se conocen menos casos aún de periodistas y fundadores de periódicos que se hayan enriquecido tanto en el ejercicio de su profesión. A lo largo de la historia de El Mundo, las sucesivas operaciones cruzadas de inversión y desinversión fueron engordando el bolsillo de unos pocos mientras menguaban el capital de la empresa, llegando a la situación agónica que se vive hoy.
Es una peripecia que conviene recordar: en 1998 el Grupo Recoletos, gestionado por Jaime Castellanos, compra el 30% de Unidad Editorial, editora de El Mundo, justo el paquete de acciones que controlaban principalmente los cinco fundadores del periódico, con Pedro J. y Alfonso de Salas a la cabeza. Se habló de 63 millones de euros (en aquél momento eran pesetas, pero lo traduzco para entendernos). Cinco años después (en 2003) el grupo Rizzoli, ya accionista mayoritario del periódico, compró a Castellanos y sus socios ese paquete, con unas plusvalías estimadas en los medios especializados en 50 millones de euros. Ese momento también fue aprovechado por Pedro J, de Salas y algún accionista más, para desprenderse de un 5% que aún controlaban, por el que recibieron otros 13,3 millones de euros.
Por favor, no se mareen aún con las cifras, hay más. En 2007, pese a las advertencias de algunos (en una cena en la que yo estaba presente el por entonces consejero delegado italiano ante la insistencia de Pedro J. en comprar Recoletos le cortó de plano con la siguiente frase: “No te empeñes, Pedro, la unión de dos debilidades nunca hará una fortaleza”) Unidad Editorial, rendida ante la férrea voluntad de Pedro J. y con el respaldo económico de su máximo accionista, el grupo Rizzoli, decide por fin comprar Recoletos (sí, el grupo controlado por Jaime Castellanos que antes con su inversión había llenado los bolsillos de los accionistas fundadores de El Mundo). En esta ocasión, la cifra que pagó Unidad Editorial por el diario Marca, el económico Expansión y las revistas Telva y Actualidad Económica fue de 1.100 millones de euros. Y aunque estábamos en la cima de la burbuja, esa cantidad, que hoy parece una mala broma, ya resultaba a todas luces excesiva.
El estrambote de esta operación no lo sufrió El Mundo, cayó en las redes de Vocento, que en otra adquisición inexplicable, compró el gratuito Qué! por nada más y nada menos que 132 millones de euros. El vendedor: Jaime Castellanos. El resultado: pérdidas constantes hasta su cierre unos años después.
Pero volvamos a El Mundo. No solo los dineros son los responsables de la actual situación. Pedro J., que jamás logró liderar el mercado con ninguno de los proyectos que dirigió, sí consiguió que elmundo.es fuese líder en información en español en el mundo (aunque con el significativo detalle de que cuando esto ocurrió él no lo dirigía). Pues bien, su incomprensible empeño en sostener unas descabelladas teorías sobre la autoría del 11M terminó también por descabezar ese proyecto, que con los años poco a poco quedó huérfano de pulso y perdió también el liderazgo, tanto en lectores, como en innovación tecnológica.
Entre medias pasaron por supuesto muchas cosas, de las que fueron testigos un gran plantel de periodistas que allí trabajaban, pero el inicio del final ya lo conocemos. Hace dos años Antonio Fernández-Galiano decide prescindir de Pedro J, que después de unos meses de jugar al gato y al ratón, se lanza a la aventura de El Español. Pero no nos engañemos. El periódico estaba ya al borde del abismo. Las decisiones estratégicas impulsadas por su director habían ido fracasando una tras otra. Se invertía todo el rato en el pasado (Orbyt) y se abandonaba el futuro. Los cambios de piel anunciados eran meros maquillajes que iban vaciando la caja sin ofrecer resultados. Y la caída de facturación publicitaria y ventas era ya imparable. Unidad Editorial, con una deuda imposible de afrontar dada su situación y su tamaño, empezaba a tambalearse.
Los sucesivos eres no eran la solución, los cambios de director, tampoco. Antes de despedir y de cambiar de líder, hay que tener un plan, ideas claras de lo que se quiere hacer y el camino que se va a tomar para lograrlo. Y a la vista de lo sucedido estos días, no parece que ese sea el caso. Quizá en Unidad Editorial esté pasando lo que es habitual en los clubes de fútbol: la culpa la tiene siempre el entrenador y los presidentes nunca dimiten.
Pero en el caso de Unidad Editorial la realidad está clara. En las compras, ventas, equivocaciones estratégicas, contrataciones y despidos que han llevado a la empresa a donde está, siempre hubo por acción u omisión un protagonista: el actual presidente de la compañía, Antonio Fernández-Galiano. No da la sensación de ser el hombre del presente. Ni que su visión alcance a ver la aceleración permanente de cambio a la que está sometida su industria en el futuro. Más parece destinado a envolverse en el refugio menguante del papel y dilapidar los restos digitales de lo que un día fue uno de los productos más vivos e innovadores de la internet en el mundo.