Carles Puigdemont rogó en 2017 que Moncloa le sacara del lío en el que se había metido con la declaración de independencia para poder convocar elecciones. Buscó de manera desesperada ayuda que pudiera hacer que no se presentara como un traidor ante el independentismo y convocó una rueda de prensa para hacerlo, pero un tuit de Gabriel Rufián hablando de las monedas de plata hizo que abortara su plan y siguiera adelante con el delirio ilusorio de la declaración unilateral de independencia, que suspendió de manera inmediata. El nacionalismo identitario y esencialista del que se conforman Junts y Carles Puigdemont nunca será una opción adecuada para una izquierda que ha estado bajo el síndrome de Estocolmo con el procés pero que tiene que dejar de mirarlo como un compañero de camino. Que esté si quiere estar, que apoye si considera que es necesario, pero que la izquierda no se deje muchos pelos en la gatera buscando el favor de quien nunca lo otorgará.
No hay nada legal que se les pueda ofrecer a Puigdemont y los nacionalistas esencialistas más radicales que hay en Junts, como Míriam Nogueras o Laura Borrás, que les convenza para ser parte de la gobernabilidad de un país que consideran opresor. Les dan igual los españoles y mucho más los más vulnerables. La decisión sobre la investidura de Pedro Sánchez solo nacerá del convencimiento de que ese apoyo les servirá para sus intereses de parte por encima de los intereses generales. Nadie puede llevarse a engaño, no es posible una legislatura de progreso dependiente de Puigdemont, se podrá gobernar, se podrá evitar que gobiernen los posfascistas, pero la legislatura que resulte de la correlación de fuerzas actual es endiablada y poco ambiciosa para la izquierda.
Junts tendrá que decidir si quiere dar la mesa del Congreso a PP y a Vox y acabar con la posibilidad de una investidura de progreso y plurinacional o dar la oportunidad a España para que quede libre de la reacción y de la represión que supondría un gobierno de Feijóo y Abascal. Si Francina Armengol es presidenta del Congreso habrá una sesión de investidura de Pedro Sánchez, que no significa que salga adelante. Si la presidencia del Congreso cae en manos de la derecha nos iremos a elecciones anticipadas. Así que Junts tiene la posibilidad de establecer los marcos de la negociación futura o echar todo por tierra. Puigdemont decidirá mañana si quiere hacer política o esperar en Waterloo a que la justicia lo traiga ante los tribunales y acabar en la cárcel sin posibilidad de negociar su indulto.
La lógica y la racionalidad dicen que no hay ninguna posibilidad de que Junts no facilite la presidencia del Congreso de Francina Armengol porque eso impediría que lograsen un grupo parlamentario propio. Además, favorecería su relato de cara a una negociación fracasada de la investidura porque podrían argumentar que facilitaron la presidencia del Congreso pero el PSOE no les dio lo suficiente para la investidura. El relato es vital para Junts de cara a una posible repetición electoral y las elecciones en Cataluña, porque si los ciudadanos catalanes, que ya se fueron al PSC por miedo a PP y Vox, identifican que Puigdemont es el responsable de que el posfacismo pueda gobernar le penalizarán de forma dramática. Ellos sabrán si quieren hacer depender su existencia de una repetición electoral. Que se atrevan.
Las urnas han proporcionado una suma que es con la que hay que lidiar, lo que no significa que sea una configuración adecuada para quien tiene una sensibilidad de izquierdas. No creo que los partidos progresistas tengan que hipotecar la capacidad para optar a un futuro gobierno proporcionando a Carles Puigdemont cualquier petición que trascienda las líneas de la solidaridad interterritorial. España tiene que configurarse descapitalizando Madrid y estructurando el país de una forma diferente al centrismo de M30. Un estado que siga la estructura de la Vía de la Plata, de Santiago de Compostela a Sevilla pasando por Cáceres, de la Vía Augusta, de Tarragona a Cádiz pasando por Sagunto y de la Vía Asturica Burdigalam, de Astorga a Roncesvalles. Una configuración territorial que deje de mirar al centro y empiece a crecer por las periferias. Una España plurinacional y vertebrada en la solidaridad sin buscar la aprobación del nacionalismo españolista y centralista que habita en Sol.
Para eso es necesario mirar a los socios fiables y no pensar en comprar votos para sus territorios. Bildu es un referente a la hora de establecer los marcos de negociación estables y leales para una España plural, diversa, democrática y con los intereses de las clases populares en el centro. Una formación que piensa en el País Vasco, pero también en los intereses de la clase trabajadora de Extremadura y Palencia. Un gobierno que depende para cada ley, para cada norma, y para su propia estabilidad de quien habla de establecer un Brexit para Cataluña como en su día propuso la vía eslovena no será nunca de izquierdas ni progresista. Quizás sea cuestión de ganar tiempo para imposibilitar el gobierno de PP y Vox, pero con Junts en la ecuación no será un gobierno de progreso. Será lo que pueda ser, pero habrá que plantearse en algún momento si es lo que queremos que sea.