Se llama Ramón, es pescador artesanal y está hasta las narices de las toallitas húmedas. Ramón faena con su pequeña embarcación las aguas costeras del litoral barcelonés, frente a las playas de Badalona. Sepias, lenguados, sargos, salmonetes: eso era lo que venía sacando de la mar con sus pequeñas redes. Hasta ahora.
Porque desde un tiempo a esta parte la barca de Ramón lo único que pesca en abundancia son toallitas húmedas: esas que echamos por el váter. La situación es tan grave que se está planteando seriamente adelantar su jubilación y “que salga a sacar mierda quien quiera: yo soy pescador no basurero”.
Ha denunciado la situación en todas partes, incluso viajó a Bruselas por sus propios medios para dar a conocer la gravedad del problema de las toallitas ante al Parlamento Europeo. Pero no hay manera, nadie parece dispuesto a interesarse por un tema que controlan las multinacionales del sector.
Hace tiempo que desde distintas secciones de este diario venimos avisando del grave impacto medioambiental que genera un gesto tan inocente y en apariencia inocuo como el de tirar las toallitas húmedas por el váter. Por eso no voy a emplear ni una sola línea más en explicar el lío en el que nos hemos metido. ¿Y saben por qué? Pues porque yo también estoy hasta las narices de alertar sobre la gravedad de un tema que, por lo que parece, no importa demasiado a la gente. Toallitas -pensamos- como si no hubiera problemas más serios ¿verdad? Pero es que este lo es y mucho.
La gente que trabaja en el sector del tratamiento de las aguas residuales está absolutamente superada por los acontecimientos. Como los responsables de las estaciones depuradoras de aguas residuales, esos equipamientos que nos han costado un pastón y que están perdiendo eficacia por culpa de las toneladas de toallitas que entran en las balsas de decantación dañando el sistema y provocando costosas reparaciones.
Los únicos que están encantados con las toallitas son los lampistas, que han visto florecer el negocio de desobstruir arquetas y destaponar bajantes. A veces me pregunto -permítanme la retranca- si los fabricantes de toallitas y los lampistas no formarán parte del mismo lobby.
Todo eso ocurre porque nosotros vamos a lo fácil y, como “lo pone en el paquete”, seguimos dejándonos caer en la trampa de tirar las toallitas húmedas por el váter. Y digo trampa porque es mentira que se puedan tirar ahí: ni las desmaquilladoras, ni las limpiadoras, ni las de WC. Ninguna de ellas, aunque lo ponga en el envase: LAS TOALLITAS HÚMEDAS NO SE TIRAN POR EL VÁTER.
Si el fabricante pone ese pictograma en el envase es porque quiere vender más al facilitar su uso: para que no tengamos que poner una papelera junto al inodoro y vaciarla luego en el contenedor del rechazo, que es lo que la marca debería indicarnos. Usted échelas al váter -nos dicen en cambio- y tire de la cadena: tranquilo que son biodegradables. Lo que no nos dicen es cuanto tardan en biodegradarse ¿media hora, una, un día, una semana…? No hay concepto más ambiguo que el de biodegradable, y los fabricantes de toallitas se amparan en esa ambigüedad.
Por eso el bueno de Ramón, nuestro pescador indignado, se ha convertido en un experto en datar las toallitas húmedas que saca de la mar para denunciar que “de biodegradables nada”. Mientras las intenta separar de las redes va maldiciendo su suerte: esta lleva en el agua tres días, esta dos. El problema añadido es la cantidad de porquería que acumulan durante todo ese tiempo y que multiplica su efecto contaminante.
Hablo con otros pescadores indignados y me trasladan una propuesta para que la deje aquí. Se trataría, dicen, de juntar las toneladas de toallitas usadas que se están retirando de cañerías, colectores y depuradoras, de los ríos o de la mar y llevárselas de vuelta a los fabricantes para que vean el problema ambiental que están generando. Tranquilos, les podríamos decir: son biodegradables.