Necesitamos una política compatible con la vida y la salud de las mujeres
Formo parte de una generación de mujeres que, en plena adolescencia, vio por la tele a una ministra de Defensa pasar revista a las tropas con una tripa de 7 meses. Y con unos años más, a una vicepresidenta del Gobierno renunciar a su baja de maternidad para atender a su cargo, radicalmente incompatible con los cuidados a tiempo completo de un bebé recién nacido. En aquella época, alrededor de la crisis de 2008, el embarazo saltaba a los más altos puestos de poder. Una mujer embarazada, o en pleno postparto, parecía en esa España capaz de todo.
Mi generación dejó ya muy atrás la adolescencia, y en el camino hemos visto muchísimas cosas más. A una diputada, Carolina Bescansa, acudir al Congreso con su bebé en brazos, por ejemplo. O a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, contándole en confianza a Bertín Osborne que ha ido posponiendo una posible maternidad por el avance de su carrera. En 2018 escuchamos en las noticias que la –entonces– número 2 de Podemos, Irene Montero, había sufrido un parto prematuro a mitad de una gestación por la que no cesó su actividad pública. Este lunes, leímos a Adriana Lastra, en un comunicado, renunciar a la vicesecretaría del PSOE por motivos de salud que precisan de una baja médica. Los motivos de salud son un embarazo de riesgo que requiere reposo.
Todas esas líderes políticas tienen circunstancias diferentes, pero sus decisiones sobre la maternidad y crianza han suscitado debates, comentarios, críticas; han sido cuestionadas, explicadas, tergiversadas. A todas se les ha pedido ejemplaridad. Y han puesto por delante, o bien su cuerpo, o bien su trabajo. La política española parece así incompatible con el cuidado de la vida y la salud, especialmente de las mujeres, especialmente de aquellas que deciden ser madres, o de aquellas sobre las que recaen los cuidados. Por una doble causa. Por un lado, el escrutinio público constante al que se ven sometidas –no solo en estas circunstancias–, la repercusión emocional de saber que algo tan personal va a ser juzgado. Por otro, las mecánicas de organización interna de los partidos. Que como otros tantos ámbitos de la vida capitalista, penalizan la vulnerabilidad.
Algunas informaciones apuntan a que el reposo obligado de Adriana Lastra ha sido una buena oportunidad para un movimiento que en el PSOE se fraguaba. Es indiferente.
Lo relevante, incluso por encima de otras posibles valoraciones, es que la de Lastra es una razón creíble. Clara Serra, que fue responsable de Igualdad de Podemos, ha analizado varias veces cómo las reuniones interminables se hacían inabarcables para muchas mujeres que no podían permitirse pasarse debatiendo estrategias hasta la madrugada. O irse de cenas y cañas luego, y ya más distendidamente estrechar lazos o llegar a acuerdos. Les pasaba más a ellas que a ellos porque las mujeres dedican el doble de horas del día a los cuidados que los hombres, tienen más ocupaciones en casa. Y en un sector tan exigente como la política de primer nivel, ya sean unos años de parón, unos meses de debilidad, o unas horas al día de indisponibilidad al día, te dejan fuera.
La política es el eslabón más visible, quizá uno de los más hostiles, de algo que viven miles de mujeres y que se llama penalización laboral por tener hijos. Un estudio de 2021 publicado en la revista científica SERIEs cifraba en pérdidas de hasta el 33% del sueldo de media en los 10 años siguientes a tener un hijo; los hombres, sin embargo, los aumentaban en un 5%. En 2022, en nuestro país, las excedencias por cuidados de menores a cargo las han cogido el 87,2% las mujeres, y el 12,8%, los hombres. Eso se traduce en renuncias a las posibilidades de ascenso, o a la permanencia en puestos de responsabilidad. Al menos, para las que tienen la posibilidad de acceder a ellos y no se han estancado en anteriores fases de la brecha salarial. Por eso la razón de Lastra para dimitir de sus cargos de altísima responsabilidad es, en todo caso, creíble. Le pasa parecido a miles de mujeres en España.
Una aclaración. Yo tengo 30 años y, como buena parte de esa generación de mujeres que veía con 15 años a Carme Chacón con una tripa enorme y a la vez liderando el Ejército, no soy madre. No sé si algún día lo seré, no sé si podré serlo. Así que tampoco sé qué es pasar por el miedo a perder a tu futuro hijo, o tu propia salud, que es lo que implica un embarazo de riesgo como el que parece que está viviendo Lastra; y desde ahí escribo. Sí he hablado con mujeres que cuentan lo duro a nivel físico que puede llegar a ser el proceso; y he escuchado a otras decir que habrían querido volver a trabajar antes de lo que el permiso estipula. Tenemos suficiente información como para saber que los embarazos y las crianzas son diversos. Por eso necesitamos un sistema, una política, un mundo, que respete esa diversidad en nuestra salud y nuestras vidas, que respete la vulnerabilidad que vamos a vivir por un motivo o por otro en algún momento. Necesitamos que las niñas de 15 de hoy puedan ver a una ministra embarazada; pero que también puedan ver que una mujer, una líder, un trabajador, tiene derecho a parar, y poder volver.
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