Termina el debate a siete en el que Iván Espinosa de los Monteros llama racista y xenófobo a Aitor Esteban y todos salen de sus atriles dispuestos a olvidar lo dicho durante la emisión televisiva y a saludar con una sonrisa forzada para ofrecer la mano a quien minutos antes ha insultado y despreciado. El portavoz del PNV muestra algo de dignidad y se niega a saludar a un fascista. Y todavía hay debate. No se saluda a fascistas. Es de primero de cultura de antifascista y no solo hay que tenerla, sino ejercerla. Negar el saludo a un fascista es un acto político y además puede ser hasta higiénico. Hay que recordar que las manos estrechadas pueden tener 3.200 bacterias, incluidas algunas fecales. No quieres mierda fascista en tus manos.
La importancia de no fingir es una muestra de integridad que no conviene despreciar. Mostrar desacuerdo de manera frontal cuando se tiene la oportunidad es un deber político que ejercían todos aquellos que decimos admirar pero de los que parecemos aprender poco, sobre todo cuando lo hacen contra nosotros mismos y nuestros posicionamientos. Incluso cuando parecen antagónicos pero lo que hacen es enarbolar firmeza y compromiso con las ideas propias. Estos días se ha celebrado la efeméride del nacimiento de Miguel Hernández, y es necesario acudir a él para recordar la importancia de no fingir cuando las ideas importan.
El poeta oriolano se encontraba en Madrid en febrero de 1939 en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. La organización había sido siempre encendidamente comprometida en favor de la República y contra el fascismo, pero había diferencias de opiniones entre los poetas soldados como Miguel Hernández y aquellos a los que Juan Ramón Jiménez se refería como intelectuales “de mono azul planchado con pistolas de juguete”. Matices que ahora no pueden hacernos perder la perspectiva sobre su profundo compromiso contra el fascismo, pese a que tuvieran distintas maneras de confrontarlo. Pero esas diferencias eran también compromiso e integridad, y mostrarlas era y es un acto de verdad. Así ocurrió en el transcurso de una fiesta organizada por María Teresa León. La enorme escritora riojana, que había empeñado su vida en la defensa de la causa republicana, organizó una fiesta en la sede de la Alianza en honor a la mujer antifascista. Aquello no sentó bien a Miguel Hernández, que, conocedor de la pronta derrota en la guerra y tras haber soportado tres años en el frente, no pudo callar más su opinión y tuvo que dejar de fingir.
El poeta del pueblo se puso frente a Rafael Alberti y le dijo: “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”. El autor gaditano le conminó a que repitiera lo mismo ante todos los presentes de la Alianza en voz alzada. Miguel Hernández no se arredró y con letras capitales escribió la misma frase en una pizarra. Fue entonces cuando María Teresa León tampoco fingió y tumbó al genio de Orihuela de una sonora bofetada. Dos referentes antifascistas enfrentados de manera concreta por su manera de afrontar su sincero compromiso que no pudieron fingir. Aprender de ellos significa no manchar su legado aceptando dar la mano a los que les hicieron enfrentarse en aquel día de invierno de 1939 por defender con integridad y valentía su manera de comprender la lucha contra el fascismo.
En la sala de espera de los estudios de Telecinco tuve la oportunidad de no fingir y negar el saludo a un fascista. Javier Ortega Smith se encontraba leyendo unos documentos junto a su guardaespaldas, cuando entré en la pequeña habitación que compartimos todos los invitados y colaboradores. El filofalangista, que días antes me había insultado en directo llamándome “presunto delincuente” por mis informaciones, y que me pide cuatro años de cárcel por ellas, levantó la cabeza y me dijo “buenos días” con una leve sonrisa haciendo el ademán de saludarme. “Yo no saludo a gente como tú”, le espeté, y me dirigí a un asiento alejado del adorador de José Antonio y su guardia pretoriana. “Esa es la educación que muestras”, acerté a escuchar en boca del gorila que acompañaba al líder de Vox. Abrí mi libro y me puse a leer.
Hay quien defiende que no hay que negar la mano a quien se ríe con burla de las víctimas de la dictadura. Tampoco a ellos hay que saludarlos, son también el enemigo. Tenía razón el soldado de Ortega Smith, es educación antifascista.