Tengo una buena amiga que no se ha vacunado contra la COVID-19, que afirma que este virus se creó de manera artificial en un laboratorio de Wuhan y que se les ha ido de las manos, que hay grandes intereses detrás de la expansión del virus -económicos o el de reducir la superpoblación del planeta, entre otros-, que las vacunas generan importantes efectos secundarios como la muerte súbita -“repentinitis”, en término usado sarcásticamente por quienes rechazan esta vacuna-, que la vacunación da lugar a nuevas mutaciones y que las nuevas variantes de este virus se deben precisamente a la propia existencia de las vacunas, que hay un claro cerrojazo a las tesis que ponen en duda la información oficial… y que, naturalmente, también niega o rechaza prácticamente todas las medidas de contención del virus adoptadas incluso en los peores momentos de esta crisis sanitaria -medidas en muchos casos discutibles, ciertamente-. En definitiva, un claro ejemplo de tesis negacionista relativa a este virus y a todo lo que lo rodea.
Hay muchos negacionismos, desde luego. Puede haber tantos como temas podamos pensar. En realidad, no deja de ser una medida de autoprotección frente a realidades molestas, desagradables, duras o incomprensibles. Porque, ciertamente, en muchas ocasiones es más fácil y cómodo negar la realidad que pensarla, asumirla, adaptarse a ella o combatirla… No digo que sea en todos los casos, pues estas posiciones negacionistas generan también, sin duda, un alto grado de tensión personal y social, una tremenda sensación de no ser comprendida, un sentimiento importante de impotencia por no poder comunicar y expandir las ideas que se consideran auténticas…
Pero, desde luego, se trata de posiciones que se nutren exclusivamente de unas determinadas fuentes muy seleccionadas, que escuchan tan solo lo que se quiere oír y que ven la conspiración en el resto de personas, grupos políticos y sociales y en las decisiones que se van tomando para combatir este virus.
Debo subrayar que no entiendo por negacionismo el cuestionamiento intelectual y científicamente honesto de cualquier tema y el sometimiento a debate de cualquier teoría, propuesta o decisión… Debatir, dudar o cuestionarse no es negar, sino facilitar la toma de decisiones personales y colectivas bien fundadas.
El negacionismo no es, desde luego, un fenómeno nuevo. Conocemos ideas y movimientos negacionistas en diversos terrenos. En algunos casos, acerca de la propia ciencia, su evolución y sus revelaciones, como las increíbles y bizarras afirmaciones, reforzadas en los últimos años, sobre el creacionismo de la tierra y del ser humano, negando la evolución biológica demostrada por la comunidad científica, o defendiendo el “terraplanismo”, acogiéndose a esa creencia precientífica y negando una evidencia acreditada empíricamente hasta la saciedad.
En otros casos, negando algunas tremendas realidades históricas, como el hecho incontestable del Holocausto nazi y la matanza de seis millones de personas judías o, incluso, algo más cerca, negando el golpe de Estado de 1936 y la Dictadura y sus tremendos crímenes o poniéndoles sordina.
Sin duda son negacionismos de distinto cuño y de diversa intencionalidad. Es difícil entender qué ventaja o tranquilidad podría proporcionar la negación de las evidencias científicas antedichas. Salvo, supongo, la de aferrarse a viejas ideas, en su momento legítimas e inocentes, dados los conocimientos entonces existentes, y luego solo sostenidas durante un tiempo por la Iglesia Católica, en tesis ya abandonada. Y, también lo supongo, con la intención indirecta de desacreditar toda evidencia científica, pues si las más elementales teorías, algunas de ellas consagradas desde hace varios siglos, se refutaran falsas o inexactas, ello llevaría a poder cuestionar el resto de avances.
¿Y qué hacer? ¿Cómo afrontar y negar el negacionismo?
Tenemos ya algunas experiencias. En Alemania, Austria e Israel, entre otros países, es ilegal el negacionismo del Holocausto. En España, sin embargo, la sentencia del Tribunal Constitucional de 7 de noviembre de 2007 declaró inconstitucional y nula la inclusión de la expresión “nieguen o” en el primer inciso artículo 607.2 del Código Penal, que tipifica los delitos de genocidio. En la UE se aprobó la Decisión Marco de 28 de noviembre de 2008 contra el racismo y la xenofobia mediante el Derecho penal, en la que se determina que cada Estado miembro adoptará las medidas necesarias para garantizar que se castiguen las conductas intencionadas de, entre otras, la negación de los crímenes de genocidio y contra la humanidad.
Pero el Código Penal no lo resuelve todo -ni debe hacerlo-. Y, sobre todo, no resuelve la situación ahora generada por el negacionismo acerca de todo lo que rodea a este virus.
Y, como hay muchas personas negacionistas, cada una con sus razones e intenciones o, incluso, sin intención alguna, hay que enfrentarse al fenómeno con el máximo respeto a cada persona, con mucha calma, mucha comprensión y, desde luego, con mucha y buena información y facilitando el debate. No se trata de negar o rechazar de plano estas tesis o creencias, sino de divulgar y argumentar mejor y con mayor profundidad y superior base científica que ellas, poniendo de manifiesto las incoherencias y contradicciones de estas tesis, la existencia de evidencias científicas que difícilmente pueden ser negadas y las muy graves consecuencias que la negación de la ciencia está teniendo para muchas personas.
Resulta imprescindible la divulgación de fuentes científicas fiables y contrastadas, como por lo general se está haciendo. Y también su confrontación con las tesis negacionistas. Del diálogo y del debate es de donde debe surgir la evidencia, refutando uno por uno los argumentos que la niegan y exigiendo la necesaria solvencia a las fuentes que sostienen estas teorías. Porque, ¿dónde están las gentes de ciencia que niegan estas evidencias? ¿Por qué, al margen de foros diversos de dudosa procedencia e implementación, no expresan alto y claro sus tesis en espacios académicos y similares? ¿O no hay debate al respecto, por ejemplo, en las universidades españolas? Y si no lo hay, ¿a qué se debe?
Como ciudadana, entiendo que esto sería lo verdaderamente responsable y permitiría “conocer la verdad”, si es que esto es posible. Pero, en cualquier caso, al menos, nos permitiría desmontar ideas que, en momentos de zozobra, desasosiego y miedo, calan de manera importante en muchas personas de buena voluntad.
Nada debiera ser más fácil en una sociedad como la nuestra, en la que hay medios nunca antes conocidos para un debate sosegado y profundo. Medios que, desafortunadamente, en muchas ocasiones solo están sirviendo para divulgar tesis basadas en referencias más que discutibles procedentes de gentes con dudosa pericia y peor intención.