Se discute estos días si lo que hace Israel en Gaza es un genocidio, “sólo” son crímenes de guerra, o mero derecho a la autodefensa. Lo discuten expertos en la materia, juristas, gobiernos que acusan y gobiernos que niegan, víctimas de otros genocidios, y ahora también la Corte Internacional de Justicia, a partir de la demanda presentada por Sudáfrica contra Israel. Para el común de los ciudadanos, los que no sabemos de derecho internacional pero tenemos ojos y sabemos contar muertos, la evidencia es tal que, parafraseando a Groucho Marx en Sopa de Ganso, “hasta un crío de cuatro años podría ver claro que es un genocidio”.
Pero si, como Groucho, pedimos que nos traigan un crío de cuatro años para que nos lo explique, tal vez nuestro niño esté entre los alrededor de 10.000 menores palestinos que han caído ya bajo las bombas israelíes en la Franja de Gaza, una media de 117 niños asesinados cada día. O quizás ese niño de cuatro años esté entre los miles de menores heridos. O sea uno de los diez niños que cada día sufren la amputación de una o las dos piernas, y sin anestesia (un millar desde el comienzo del ataque israelí). O anda entre los incontables heridos y además huérfanos, para los que se ha creado un nuevo acrónimo: WCNSF, siglas de “wounded child, no surviving family” (niño herido, sin familia superviviente).
La matanza de niños, de cuya dimensión hay pocos precedentes en la historia reciente, es solo una de las evidencias presentadas ante el tribunal de La Haya. Los juristas sudafricanos han enumerado las acciones israelíes que podrían ser calificadas de genocidio de acuerdo a la legislación internacional: matanzas, daños físicos y mentales graves, expulsión masiva de hogares y desplazamiento de población, privación de acceso a alimento y agua, privación de refugio, destrucción de la vida civil, privación de asistencia médica adecuada, e imposición de medidas destinadas a prevenir nacimientos. De todo ello hay evidencias que, una vez más, hasta un niño de cuatro años podría ver.
Por si fuera poco, la demanda sudafricana aporta además numerosos testimonios que apuntan al genocidio. No testimonios de víctimas, pese a ser este “el primer genocidio en la historia retransmitido en tiempo real por sus víctimas”, como dijo una de las abogadas sudafricanas en la primera vista; sino testimonios de los propios responsables del supuesto genocidio: numerosas declaraciones de ministros, políticos y autoridades militares israelíes, además del propio primer ministro, en las que sin medias tintas hablan de exterminar a los palestinos de Gaza, tratarlos como animales, o no diferenciar civiles de terroristas. De nuevo, hasta un niño de cuatro años las entendería.
Ya sé que la justicia es lenta, que tardará semanas en aprobar o rechazar las medidas cautelares solicitadas, y que luego Israel las ignorará -como Putin ignoró medidas similares sobre la invasión de Ucrania-. Pero lo de estos días en La Haya no es un paripé de togas, puñetas y jerga judicial, sino un hecho histórico, y que puede tener consecuencias. En el lado demandante hay juristas víctimas del Apartheid sudafricano, mientras al otro lado Israel ha enviado un juez superviviente del Holocausto, lo que da una temperatura emocional muy alta a las sesiones. Y si se dictan medidas, Israel podrá ignorarlas, pero no todos aquellos países que lo apoyan, y que se convertirían en cómplices de genocidio.
Varios países se han adherido ya a la demanda sudafricana en La Haya, entre ellos Colombia o Brasil. Somos muchos los que creemos que España también debería estar ahí. Entre otros, 250 juristas que así lo han pedido. No sé, igual nuestro gobierno necesita que le traigan un crío de cuatro años para que se lo explique.