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Los niños muertos que Borja Sémper no ha tenido tiempo de denunciar

Personas ingresan a un niño herido a un hospital de la ciudad de Gaza.

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El primero en traer a la política nacional para embarrar el drama absoluto que se vive en Palestina e Israel fue el moderado Borja Sémper, diciendo que la izquierda española era próxima al entorno de Hamás tras el sanguinario ataque de las milicias de Ismail Haniya el sábado pasado en territorio de Israel. Su único objetivo es asimilar a la izquierda española con el terrorismo pidiendo la condena del ataque para equiparar y vincular cualquier apoyo a Palestina con el ataque. Civilización o barbarie, repetía de manera vacía el portavoz del PP. 

Borja Sémper e Isabel Díaz Ayuso tiraron a la cara de la izquierda española los niños muertos del ataque terrorista de Hamás en Israel. Lo hicieron mintiendo, con una noticia falsa hablando de 40 bebés decapitados, porque la realidad les parecía demasiado poco sanguinaria como para resultar efectiva. No eran 40 niños decapitados, eran tres bebés asesinados los que Israel acabó por confirmar, ninguno decapitado, como si con eso no hubieran tenido bastante para ensuciar la política española. Tres no les servían, necesitaban difundir el bulo de 40 bebés decapitados para que su ignominia fuera más efectiva.

Desde que Borja Sémper iniciara ese intento despreciable por unir a la izquierda con el ataque terrorista el estado de Israel ha asesinado a 2.215 palestinos, de los que 724 eran niños. Sus ofensivas han acabado con la vida de seis periodistas y trece trabajadores de la ONU. Además se han cometido ataques que son susceptibles de ser calificados como crímenes de guerra, como el uso de fósforo blanco contra civiles, el traslado forzoso de población, el corte de suministros, combustible, agua y electricidad y el bombardeo de una caravana de civiles que huían en la carretera de Saladino, la principal vía de comunicación de Gaza que une el norte y el sur de la franja. 

El portavoz del PP a día de hoy no ha tenido un solo minuto para condenar los crímenes de guerra de Israel. Según su mismo razonamiento esa elusión lo vincula directamente con los atentados contra los derechos humanos del nacionalismo sionista en Gaza. La respuesta criminal del gobierno ultranacionalista de Benjamin Netanyahu con la extrema derecha sionista que pide olvidar a los rehenes y arrasar Gaza o lanzar la bomba nuclear Jerichó sobre la población civil ha dejado en un lugar pésimo a quienes han intentado utilizar un salvaje atentado en su propio favor político, porque han quedado arrinconados de manera irremisible del lado de quien está cometiendo una barbarie genocida. Esa imprudencia temeraria y amoral los acompañará eternamente cuando se consume la limpieza étnica que los integristas del gobierno de Israel han comenzado, porque se han convertido en sus cómplices. 

Ni Borja Sémper pensaba que Israel iba a contestar al ataque terrorista con una limpieza étnica de dimensiones desconocidas en la región desde la Nakba de 1948 y solo comparables en intención, por ahora no en el número, en la memoria reciente europea a las limpiezas étnicas llevadas a cabo por Slovodan Milosevic y Radovan Karadzic en la guerra de la antigua Yugoslavia. La desproporción de Israel ha manchado de sangre la despreciable estrategia del PP de intentar utilizar el conflicto en Palestina para traerlo a la política nacional. 

Israel ha intentado que cualquier defensa de Palestina y denuncia de los crímenes de Israel fuera equiparada a la defensa de terroristas. Su intención era extirpar el atentado de Hamás del contexto en el que se realizaba, como si hubiera brotado de la maldad esencial de la población palestina, de árabes radicales. Israel ha tratado de evitar que se hablara de las causas estructurales que explican cada suceso que ocurre entre su estado y Palestina desde la declaración de Balfour en 1917. Querían que nos calláramos, que no habláramos de la ocupación de Israel, ni del régimen de apartheid sionista, ni de las vulneraciones sistemáticas de los derechos humanos de los ciudadanos palestinos en Israel ni del hecho de que exista una cárcel a cielo abierto que se llama franja de Gaza y que tiene ahogados a dos millones de gazatíes. Querían ocultar su horror sistemático para que solo existiera el horror que sufrieron el sábado.

La medalla para los justos entre los naciones que el Knéset de Israel entrega por iniciativa de Yad Vashem a los que han mostrado una conducta moral acorde a los preceptos de las leyes noájidas tiene una inscripción que dice: “Aquel que salva una vida, es como si salvara un universo entero.” Una doctrina moral que considera que una sola vida es tan valiosa que no hay causa justa que merezca romperla debería vincular a cualquier demócrata y humanista. La doctrina antagonista a esa moralidad podría ejemplificarse con el comportamiento de quien utiliza una sola vida segada de un niño para ganar un centímetro de terreno en la disputa política mientras silencia y oculta la masacre de más de setecientos porque su tez es morena. 

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