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“No a la guerra” en 2003, ¿“sí a la guerra” en 2015?

Uno pensaría que después de la experiencia de Irak (las mentiras, el desastre provocado y las consecuencias que dejó, Daesh incluido), el “No a la guerra” tendría hoy más partidarios que nunca. Pero qué va, el único que lo cree es Rajoy, que se vio en el pellejo del Aznar de 2003, y todavía se sobresalta cuando suena el teléfono por si es Hollande.

Al contrario, doce años después, y cuando los portaaviones vuelven a poner proa hacia Oriente, lo que más se oye en España es el “Sí a la guerra”. Y no me refiero al “Sí” entusiasta y con taconazo de quienes en 2003 pedían guerra, y que estos días corren a mofarse del “buenismo progre” en sus columnas.

Hablo más bien del “Sí a la guerra” tímido, en voz baja y resignado de quienes en 2003 se manifestaron pero hoy ya no lo ven tan claro: “no es lo mismo, no se puede comparar, Daesh no es Irak, Hollande no es Bush, la guerra no será preventiva porque nos han agredido ya, y no hay fantasmales armas de destrucción masiva sino realísimos kalashnikovs y chalecos explosivos…” Es el caso del PSOE, y de tantos que dudan si ponerse esta vez la pegatina.

Esta semana, por ejemplo, Iñaki Gabilondo, referente para tantos ciudadanos, y que en 2003 fue rotundo contra la guerra, ponía voz a lo que muchos piensan: “Yo no veo nada claro el asunto como sí lo veía en 2003 (…) Tengo muchas dudas (…) ¿Y lo de atacar militarmente a las bases de Daesh? ¿Sí o no? Pues yo cada vez estoy más convencido de que sí. (…) ¿Podemos decir ”No“ a una guerra que otros ya nos han declarado e iniciado?

Puestos a dudar y a comparar esta guerra con aquella, yo también tengo dudas. Muchas. Pero la mayoría de esas dudas me llevan a rechazar más guerra.

En 2003 la amenaza estaba en Irak. Era una amenaza fantasma, una mentira (las armas de destrucción masiva), pero en caso de existir estaba allí, localizada, dentro de las fronteras de un país. En 2015, en cambio, la amenaza (nada fantasma, muy real) es difusa, planetaria, y está más bien en nuestros barrios, de donde salieron los terroristas de París o los de Charlie Hebdo. Como no creo que estén pensando bombardear Molenbeek, parece más lógico emplear otras medidas antes que una incierta operación militar que mantendrá esa amenaza y seguramente la intensificará.

En 2003, la guerra era “fácil”, en el sentido de una acción militar clásica y delimitada: llegar, bombardear, entrar, ocupar y capturar a los malos. Siendo así de “fácil”, todo lo que podía salir mal salió peor, la región entera saltó por los aires y todavía pagamos las consecuencias (terrorismo incluido).

En 2015, en cambio, la guerra es cualquier cosa menos “fácil”. No hay frentes, ni fronteras, ni siquiera están claros los bandos ni los aliados en un amplísimo territorio (en Oriente Medio pero también en África) donde todos combaten contra todos y se cruzan los intereses de muchos. Es decir, una guerra donde todo puede salir mal.

Son solo dos dudas, entre muchas. Llámenme “buenista”, pero mis dudas me reafirman en la convicción de que, antes que subir un nuevo escalón bélico, hay que intentar otras medidas. Yo en 2003 salí a la calle contra la guerra, y en este 2015 lo repito: No a la guerra, no en mi nombre.