Corre por las redes un meme que se planta firme en la superficie de una pintura de Artemisia Gentileschi. En la imagen, Judith y su criada sostienen a Holofernes y, manos de ambas en espada, cuello y manos, se disponen a decapitarlo. El general asirio, embriagado de vino y medio adormilado, se defiende como puede y con una mano intenta apartar a la criada. Un chorro de sangre sale disparado hacia la derecha, como si fuera lava de volcán, mientras Judith frunce el ceño y engrosa papada debido al esfuerzo. Debajo de la cabeza del vengador, la sangre cala en la almohada blanca y se desliza hacia la base del lienzo. En el meme, dos bocadillos de cómic. El de la izquierda, que llega de fuera de campo dice “¿Qué hacéis, chicas?”. Ellas responden: “Separar al autor de su obra”.
La pregunta “¿debemos dejar de imprimir y leer las grandes obras de la literatura o eliminar las obras maestras de la pintura de las salas de los museos?” lleva la respuesta implícita: quién querría privarse del placer o del conocimiento que esas obras pueden aportarle, negar quienes somos y de dónde venimos. Personalmente, no puedo evitar estremecerme delante de la obra de Picasso o mientras leo a Josep Pla, pero sé que el abuso y la misoginia dirigían la manera en que ambos autores se relacionaban con el mundo en general y con nosotras en particular. El contexto es importante. ¿Qué hacemos, chicas y chicos? Contextualizar a Hughes, a Miller, a Foster Wallace, y decidir si nos acercamos a su obra y cómo lo hacemos.
Llegadas a este punto y repasando el listado de autores difuntos aquí expuesto, permitidme decir que pienso que el debate es otro: aquellos de los que tendríamos que estar hablando son los autores que están vivos y agreden, nuestros contemporáneos. ¿Qué hacemos con ellos si sabemos, por ejemplo, que han golpeado brutalmente a su pareja y que están coronados con una orden de alejamiento? ¿Qué hacemos si sabemos que ese hombre cuyas canciones nos desvivimos al cantar, abusa del poder que le da la edad, el género y el escenario, y suele mandar a un chat de whatsapp del que más hombres forman parte fotos de las fans con las que se acuesta, desnudas, tomadas mientras estas duermen? “Dejemos de proteger agresores”, escuché un día en la voz de una editora que admiro. “Tu silencio no te protegerá” nos dijo Audre Lorde. ¿Sabíais que David Foster Wallace trató de empujar a su pareja, la también escritora Mary Karr desde un coche en marcha, que la pateó, que trepó por el balcón de su casa dos veces, que seguía a su hijo de 5 años, que esta tuvo que cambiar de número dos veces y que aún así él continuó acosándola?
Quien diseñó el meme del que hablaba al inicio de este texto eligió la Judith de Artemisia. No eligió la de Caravaggio ni la de Goya. El grado de violencia que la pintura contiene debió convertirla en favorita. También, por supuesto, el hecho de que quien pintaba la escena fuera una mujer: la carga emocional que una pintora que trascendió no por su brillante obra sino por ser-hija-de-y-violada-por supo depositar en las dos mujeres que llevan a cabo la acción, coloca esta pintura en la cima de la pirámide de las representaciones de esta acción violenta. También esto nos debería hacer reflexionar: las mujeres autoras son antes mujeres (gordas, bajas, bellas, viejas, demasiado jóvenes -a ojos de ellos y de su deseo-) que autoras, y cuando consiguen trascender, es su vida privada la que se impone. Si han sufrido una desgracia, mejor: Artemisia fue violada y generalmente, los estudiosos dedican el grueso de su análisis al hecho de que la autora dedicara el resto de su vida a rebelarse contra ello. ¿Pero qué sabremos, ignorantes de nosotras, de aquello que movía a Artemisia Gentileschi a pintar?
Hablaba de nuestro contexto. No hace falta que nos expongamos a que nuestra acusación se nos vuelva en contra, que ya sabemos que este sistema patriarcal todavía necesita dar varias vueltas al sol para no depositar en nosotras la responsabilidad de las acciones atroces de ellos. Pero no olvidemos que no somos solo nosotras las que tenemos que tomar cartas en el asunto, que la otra mitad de la población también debería ponerse a remar para que lleguemos lo antes posible a la orilla de la igualdad. No es necesario que seáis los héroes suicidas que nombran, se posicionan y destruyen (qué bueno sería que hicieseis eso, ¿eh?), no saquéis la espada, ni agarréis al misógino del cuello, no intentéis rebanarle la cabeza con una espada a ojos del mundo. Basta con que, si sabéis que un señor que canta o escribe ha propiciado una brutal paliza a su pareja, dejéis de programarlo en vuestros festivales, basta con que no sigáis protegiéndole con argumentos ridículos, porque hacerlo es hipócrita, es actuar desde la mala fe: quien realiza esta acción atroz una vez la realiza más veces. Y lo privado, lo personal, construye el mundo y es político.