Podríamos preguntarnos si es necesaria una estatua de seis metros de altura de un legionario armado con una bayoneta. O sobre si es verdad que “la vitalidad de Madrid” descansa en la libertad que proporciona la Legión a sus ciudadanos, según ha declarado entusiasta su alcalde. Tantos madrileños pensando que era mérito de Isabel Díaz Ayuso y ahora resulta que es de unos uniformados de los que la mayoría de españoles (y también de madrileños) solo tenemos presente la foto del desfile con la cabra. Lo que no debería ser debatible porque no tiene pase alguno es que José Luis Martínez Almeida rinda homenaje a un franquista como Millán Astray.
“Si Millán Astray fue o no un héroe es un hecho subjetivo y, por tanto, discutible. Hoy en día hay miles de europeos que idolatran a Hitler, un importante porcentaje de camboyanos consideran que Pol Pot fue el mayor patriota de su historia y no pocos comunistas en todo el planeta consideran admirable el ”reinado“ de Josef Stalin. Cuestionar, sin embargo, que el fundador de la Legión fue fascista, fue franquista y participó activamente en la guerra que acabó con la República no es solo atentar contra la verdad, sino que supone cuestionar lo que el propio militar dejó escrito en infinidad de ocasiones”, resumió hace un tiempo en este diario el colega Carlos Hernández, uno de los periodistas que más ha hecho por arrojar luz sobre la etapa más oscura de la historia reciente de España.
La operación de blanqueamiento de figuras como Millán Astray, que no solo admiraba a Franco sino también a Hitler y Mussolini, se fundamenta en un elemento, el de que no se ha probado de “manera inequívoca” que participase en la sublevación militar y la posterior represión. Es el argumento que hizo suyo un juez para mantenerle el nombre de una calle en Madrid. Muera la inteligencia, como proclamó el militar golpista en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, también en los tribunales. A eso se aferró este miércoles Almeida para rebatir las críticas. Redujo su loa a Millán Astray del día anterior a una “mención” a una calle “cuya legalidad ha sido avalada por la Justicia”.
La impunidad con la que todavía se perdona al franquismo y sus protagonistas asusta. Entre los que prefieren la desmemoria (incluidos los sectores que desde la izquierda confunden avalar la transición con negar una revisión imprescindible a estas alturas), los nostálgicos de la dictadura y algunas nuevas generaciones que, como en Italia, lucen orgullosas insignias fascistas, ha llegado un punto en el que en vez de reforzar la democracia española se la debilita en nombre de una falsa conciliación.
Algunos de los que estos días recomiendan la película ‘Argentina 1985’ y elogian el juicio civil a la dictadura militar argentina defienden que aquí se optase por la impunidad. Pero una cosa es que no sean procesos comparables (sobre eso también podría haber debate) y otra es que muchos de los crímenes del franquismo no sean ni conocidos. Se intenta reinventar el pasado de tal modo que el jefe de la oposición se permite frivolizar con el golpe de Estado que dio lugar a una Guerra Civil y una dictadura diciendo que “nuestros abuelos se pelearon”.
Pablo Casado ya criticaba a la izquierda por estar “todo el día con la guerra del abuelo”. La derecha y la extrema derecha (en esto a menudo cuesta diferenciarlas) confunden rencor con reparación, sea cuando se reclaman memoriales o cuando se les afea que se refieran a “los huesos” para denostar las fosas que ellos prefieren no abrir.
Aunque existan resistencias queda mucho por hacer. La comisaría de Via Laietana, en Barcelona, conocida como 'la casa de los horrores' por tratarse de un centro de torturas que recuerdan aún luchadores antifranquistas que las sufrieron en sus carnes, sigue sin ser un espacio destinado a la memoria histórica. Los sucesivos gobiernos, tanto del PSOE como del PP, no se han atrevido a convertir la comisaría en el espacio que ya sería en la mayoría de capitales europeas.
Al menos, los 33 colaboradores de Franco en el golpe de 1936 que recibieron títulos nobiliarios han sido despojados de ellos con la entrada en vigor de la nueva ley de memoria histórica. Ya era hora.