Aún hay mucha gente que no acepta que una coalición de izquierda ganó las elecciones en Perú. Fuerzas de izquierda, izquierdas así en plural, por cierto, y muy diversas, que están representadas en el flamante nuevo gabinete del polémico premier Guido Bellido. A la nueva izquierda feminista la votamos en primera vuelta; en la segunda votamos contra el fujimorismo y por la única izquierda que quedó en carrera, la que había entusiasmado al pueblo, la que votaron las peruanas y peruanos largo tiempo oprimidos. Ahora gobiernan juntas.
Sabemos que al centro le hubiera gustado ganar, que a la derecha liberal le hubiera gustado ganar, que al fujimorismo ladrón le hubiera gustado ganar, que a la ultraderecha le hubiera gustado ganar. A mí me hubiera encantado una premier chola, lesbiana, feminista y marxista. Pero no pudo ser, a seguir participando.
Sin embargo, algunos se comportan como si esto hubiera ocurrido: Políticos lanzan tuits y envían comunicados para advertir al Gobierno de que no van a sentarse con él a trabajar por el país hasta que ponga el gabinete de su gusto. Medios y sus operarios políticos anuncian con inocultable deseo que se viene la vacancia, la gran herramienta “constitucional” ideada por el fujimorismo para que gobiernen siempre ellos. Politólogo estrella, es más, anuncia con estilo literario que la vacancia ya se dio. Técnicos, empresa privada y sus beneficiarios acostumbrados a operar codo a codo con los gobiernos liberales de turno acusan al nuevo Gobierno de incompetente un día antes y un día después de la juramentación, con un tufillo racista y de clase también inocultables. Y sobre todo con miedo a perder sus privilegios. Una de las mayores empresas de bienes de consumo, por su parte, ejerce terrorismo económico subiendo los precios de los alimentos para sumar al escenario de caos y vacancia que proyectan.
No es que estos sectores estén siendo críticos con algunas decisiones del Gobierno, que sería lo responsable o lo que corresponde a la actitud vigilante que muchos ofrecimos al votar por una opción que en inicio no era la nuestra y que mantenemos ante un Gobierno que no lleva ni una semana en el poder. No es que pidan solo que haya un cambio de primer ministro o de algunos más. No, lo que están haciendo de manera orquestada los grupos de poder, desde el más facha al más progre, es estrenar la nueva temporada de la serie Golpe de Estado de la derecha en Perú, que empezó hace meses cuando se supo que la izquierda podía gobernar. Su sensatez democrática acaba cuando empieza el Gobierno que no es de derechas. Su vocación inclusiva acaba cuando los va a gobernar un hombre del campo, profesor rural y de izquierdas.
Los y las que votamos por Castillo sabíamos que votábamos también por cosas que no nos gustaban para evitar otras, por ejemplo que estaríamos lejos de la paridad de género en los cargos pero que menos mal también estaríamos muy lejos de Keiko Fujimori, Carmen Lozada, Martha Chávez y otras negacionistas de las esterilizaciones forzadas que en sus gobiernos o en el Congreso siempre han estado de espaldas a los derechos de las mujeres y disidencias.
En resumen: tenemos un gabinete con un premier misógino y homofóbico que no llama terroristas a los terroristas; y a la vez una ministra de la mujer feminista y antirracista que quiere pelear con valentía por las mujeres y disidencias desde dentro. Tenemos un ministro de economía, el primero progresista de nuestra historia, que ha jurado por la no discriminación por orientación sexual; y a un exguerrillero como ministro de relaciones exteriores que ha sido enfático al garantizar que se respetarán los derechos humanos. Hay un líder indígena y un par de líderes sindicales. Hay otros tantos con perfil técnico, con experiencia política institucional o en movimientos sociales. Hay otros bastante desastrosos, como en todos los gabinetes, que habrá que seguir señalando. ¿Pero echarlos, invalidarlos? Por supuesto, los han terruqueado a todos. Lo más grotesco ha sido ver a gente que lleva años bloqueando iniciativas legislativas por las mujeres y gays arañándose por la homofobia del premier.
Qué paradoja que se autodenominen “fuerzas democráticas” queriendo vacar al Gobierno entrante solo porque el gabinete no es de su gusto. A ningún Gobierno de derecha previo se le cuestionó tanto un gabinete pese a tener cuadros conservadores, incompetentes, acusados de actos de lesa humanidad e imputados por corrupción. ¿¡Y con qué autoridad moral lo demandan si pusieron a Toledo, a PPK, a Alan, imputados todos, en el sillón presidencial, y querían lo mismo para la señora K, la requisitoriada!?
El proyecto político que está en el Gobierno intentará arrancar un proceso constituyente hacia un posible cambio de modelo económico que es lo que una parte de la población está empujando. Lo ha anunciado como proyecto, pero no lo ha impuesto, ha dicho que va a intentarlo, no ha dado un golpe de Estado, no ha cerrado el Congreso, no ha hecho lo que hizo el fujimorismo. ¿No es la presencia de la ministra de la mujer Anahí Durand, por ejemplo, una muestra del compromiso de este Gobierno con los derechos de las mujeres mucho más fuerte que un tuit de odio de Bellido? ¿No son los últimos comunicados del Gobierno por la no discriminación la prueba de que se está intentando internamente un equilibrio de fuerzas y empujar para que horribles posiciones personales no sean posiciones de Estado? ¿No están justamente ahí, después de todo, el ministro de economía Pedro Frankle, el de relaciones exteriores Héctor Béjar y el de justicia Anibal Torres, porque la izquierda va a intentar gobernar unida y a ver qué sale, porque el país necesita un cambio, porque hay una crisis de salud reciente y una larga crisis económica que dura siglos para los más pobres en las regiones?
El discurso presidencial en boca de Castillo, de ese niño que estudió en una escuelita rural y se volvió profe de otros niños como él, esa primera persona que encarna el dolor y el olvido de muchos llegó como un mensaje potente y estremecedor. Nos colocó ante la proyección de un escenario de inclusividad radical, el fin de un ciclo y el comienzo de otro en que ya no son las élites, ni las económicas, ni las culturales e ilustradas, las que imponen la agenda y las que dicen cómo y con quiénes se hacen las cosas. Según un estudio de Ojo Público sobre la conformación de este gabinete respecto a los de gobiernos anteriores, el 70% de los ministros de Pedro Castillo nacieron en regiones diferentes a Lima. El primer gabinete de cada uno de los siete presidentes anteriores estaba compuesto, en su mayoría, por funcionarios limeños. La mayoría no han estudiado en la Universidad Católica sino en universidades públicas. Estamos ante un cambio estructural necesario e inminente que no vendrá sin dolor pero que tiene también mucho de luminoso y esperanzador.
Leer algunos post de Bellido ha sido repugnante. Tampoco me gusta oír a Castillo manifestarse contra el matrimonio igualitario y el aborto legal o a favor del servicio militar o el anuncio xenófobo de la expulsión de delincuentes “extranjeros”. Y me preocupan las investigaciones abiertas contra Vladimir Cerrón, jefe de Perú Libre, y varios asuntos turbios por dilucidar en el partido de gobierno. Son temas por los que hay que fajarse desde nuestras trincheras a partir de ahora. Pero no son motivos suficientes para patear el tablero.
Sabemos lo que Castillo prometió y lo que no. Felizmente Castillo no es Keiko Fujimori, y ya probó en estos días, por lo menos, que no es Humala: no va a darnos el gabinete de los sueños de la derecha liberal ilustrada, pero por suerte aún no ha traicionado los compromisos electorales de cambio y revolución social que lo han traído hasta aquí.