No hay amnistía mala, ni árbol de navidad pequeño

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Como en 'Amanece que no es poco', García Albiol ha demostrado que es un alcalde necesario y que los árboles de navidad son contingentes, por muy grandes que sean. El pasado de 18 de noviembre inauguró el alumbrado navideño de su ciudad, Badalona, con el encendido de un árbol artificial, de 40 metros de altura (el más alto de Europa), ornamentado con 82.000 bombillitas de bajo consumo. Acudieron a ver el acontecimiento 50.000 personas, en una ciudad de 223.000 habitantes, que la convierten en la tercera más poblada de Cataluña. No todos los que allí estaban eran de Badalona, también había vecinos de ciudades colindantes, como Sant Adrià de Besòs, Santa Coloma de Gramenet...

Esto lo sabía Xavier García Albiol y por el micro les dio la bienvenida a su municipio. Además, dijo que aquella noche Badalona, su árbol iluminado, iba a verse desde la NASA por medio de un satélite que sobrevolaba muy alto las cabezas de la concurrencia, y entonces la gente se puso muy contenta, y a continuación el alcalde señaló al cielo, que, dada la hora, ya no era azul, como el color corporativo del Partido Popular, su partido. Pero ya hace tiempo que el populismo de García Albiol tiene su color particular. García Albiol es un político que se ha hecho a sí mismo, en contra de los suyos, y en contra de la oposición, y por eso le vota tanto la gente. De él no esperan nada más que gane, porque lo que la gente quiere es que no ganen siempre los mismos.

Es una cuestión de venganza, no de política. Por eso Albiol no ha ido a Badalona a hacer política sino a poner árboles de navidad y a saludar a los satélites espaciales a su paso por el cielo estrellado del pueblo. En sus anteriores campañas para obtener la alcaldía, García Albiol contó con el asesoramiento de Iván Redondo, que lo presentó en su faceta más ultra, que ya es decir. Y no le fue mal. Años después, Iván Redondo se haría famoso por ser el asesor de Pedro Sánchez. Nunca el nombre de Spin Doctor estuvo tan bien aplicado; pues, al igual que la olvidada banda homónima de los noventa, tuvo sólo un gran exitazo. Pero qué exitazo.

En realidad, García Albiol no es un ultra. No le da un aire a Chapeau el Esmirriau, el villano de Mortadelo, como Jorge Buxadé. Ni se dobla los puños de la camisa como un pijo pendenciero, igual que Ignacio Garriga. La suya es más una derecha tipo John Wayne, fea, alta y normativa. Su hombre tranquilo es el oficinista mal pagado, que se quema las cejas repasando Excels. Sus boinas verdes son los jubilados a los que invita a comer butifarra a la brasa en los actos electorales, en plazas que construyeron (hace décadas, en las luchas vecinales), esos mismos viejos y viejas cuando votaban comunista y las calles estaban llenas de barro. Pero nadie les ha reconocido ese esfuerzo, y ahora solo quieren que les den morcilla de buena calidad. Se identifican con Albiol, porque, al igual que en sí mismos, ven en él a alguien al que no quieren quienes han mandado siempre en Badalona. Se vota por resentimiento. Tienen miedo, y a su miedo le llaman racismo. Pero no quieren ser racistas. Y eso también les da miedo. Entonces, Albiol les miente, y les dice que no lo son, y a la vez alienta en ellos todos los miedos, sobre cuya cresta surfea como un rey. Por otra parte, la diferencia entre García Albiol y Santiago Abascal es que Albiol posa de frente, blanquecino como los Borbones de Goya, y Abascal siempre sale de perfil, como los sellos de Franco. Y mucho menos, Albiol es una copia de Ayuso, como Pepa Millán pudiera ser su réplica en plástico de tómbola.

García Albiol pertenece más al pabellón del Joventut de Badalona que al Valle de los Caídos. El actual pabellón olímpico del Joventut se alza sobre el solar de un antiguo canódromo. En el Valle de los Caídos, también murió el perro, pero no la rabia. Xavier García Albiol es, contra viento y marea, un populista. No tiene ideología, es decir, es de derechas. Cuando no se tiene ideología, se proclama que lo más importante es la gente, no se dice “la sociedad”, y así se evita uno la preocupación por la justicia social. En García Albiol, la gente es la chica de ayer. Por eso desprecia a la gente nueva, de hoy, al diferente, y les echa la culpa de los males del mundo. Llegada a todo demasiado tarde para comprender, la derecha siempre convierte a la víctima en culpable. A García Albiol no le hace falta ser ultra para ser un derechista sin contemplaciones.

Hasta que ha conseguido ser alcalde por una apabullante mayoría absoluta, Albiol ha ensayado todo tipo de personaje. Desde el ultra hasta el probo militante del PP. Pero siempre se conjuraban el resto de los partidos para arrebatarle la alcaldía, una vez con mociones de censura, otras con pactos entre grupos. García Albiol es un Feijóo con éxito, porque no se debe a nadie, más que a sí mismo. 

A diferencia de Núñez Feijóo, García Albiol no se ha dedicado a ir dando pena, ni a hacer el ridículo, cuando le han venido mal dadas. Feijóo, ahora, no para de repetir que no tiene el Gobierno, pero tiene la razón. Albiol no quería la razón, quería ganar. A un populista no le hace falta tener razón, le basta con que sus votantes crean que la tienen ellos. A Xavier García Albiol, nadie se le ha carcajeado en la cara, porque, en vez de decir que no gobierna porque no quiere, ha vuelto a presentarse en cada ocasión, y a exponerse a la derrota para ganar de una vez por todas.

Pero miente como buen populista, pues Albiol no quiere gobernar. Quería ganar únicamente para iluminar las calles de Badalona en navidad y, en el verano, decirle a los bañistas cómo se tienen que portar en la playa, y a multar a quienes no le hagan caso. Si se gobierna, uno puede hacer cosas de izquierdas. ¡Y eso, nunca! Así, Albiol se apoya en ese instinto de la gente, que no quiere que la gobiernen. Lo que antes era el derecho al voto ahora es un SMS de 1,09 euros. Desde que se vota con el móvil en Eurovisión y en el Gran Hermano, el voto ha perdido su sentido político.

El árbol de navidad de Albiol es la amnistía en la sociedad española. Tienen razón los socialistas cuando afirman que, a corto plazo, la sociedad en general va a beneficiarse con esta amnistía, y que de este modo la vida política, y la social, volverán a ser más normales o, por lo menos, más practicables. Ahora ya nadie se acuerda de cuando empezaron a venderse en España los primeros árboles de navidad. Fueron recibidos como un elemento extraño, que sólo se veía en las películas americanas. Se los consideraba una extravagancia de ricos y de gente frívola. Significaban una afrenta a la religión católica. Suponían una traición de lesa navidad a nuestro tradicional belén, con su río de papel de plata.

Hoy, el alcalde populista del gran partido conservador de España alardea en público de tener el árbol más largo del país, y de parte del mundo. En otros municipios, también quieren tener un árbol como el suyo. Así se establece una expectante rivalidad entre los ayuntamientos ibéricos. Actualmente, en política, lo que no es '¿Qué apostamos?' es 'Grand Prix'. El árbol de navidad ha pasado de ser extranjero a representar a los pueblos de España, si no al pueblo en general, que se amogollona una noche de noviembre para ver cómo lo enciende su alcalde.

A los viejos sindicalistas les pasaba con las huelgas, las hacían unos pocos en beneficio de los derechos del conjunto de los trabajadores de la empresa, incluidos quienes se negaban a hacerlas. Y luego ya nadie quería perder lo conquistado. La amnistía nos representará del mismo modo, cuando ya esté consumada y se haya convertido en política cotidiana. Ha sucedido con otras leyes, como la del divorcio, la del matrimonio entre personas del mismo sexo... Esto significa que estamos representados en lo que hacemos. Y que no hay amnistía mala, ni árbol de navidad pequeño.