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No hay muerte bella

24 de febrero de 2022 23:17 h

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No hay muerte buena ni bella. En el momento final, por encima de cualquier emoción o circunstancia asoma el sufrimiento más que la gloria. Y en la de Pablo Casado hemos visto lo peor de la condición humana y el más cruel de los rostros de la política. La traición, la ambición, la venganza y el cinismo en los partidos a veces supera la descrita en el mejor guion de las series de televisión más exitosas. Nadie merece un final tan abrupto, ni tan humillante, por muchos que hayan sido los errores políticos, estratégicos u orgánicos, que en el caso del presidente del PP los ha habido por docenas. 

Sin ser la de House of Cards ni la de Baron Noir, la del Partido Popular de los últimos días también ha sido una historia despiadada, un relato de mentiras y medias verdades con luchas de poder, grandes felonías y poderosos desquites que han retratado, y no precisamente en su mejor versión, a muchos de los dirigentes del principal partido de la oposición. A García Egea, sin duda, pero también a Díaz Ayuso, a Núñez Feijóo, a Iturgaiz, a López Miras…

Si hubo algo de elegancia en la noche de los cuchillos largos en la calle Génova fue la del andaluz Moreno Bonilla. “Toca solucionarlo con cabeza y corazón. A Pablo Casado le tenemos que dar su tiempo y su espacio. Merece nuestro respeto. Entró en un congreso y debe salir en un congreso”, afirmaba a su llegada al cónclave uno de los barones que nunca fue precisamente de su cuerda. El resto, uno tras otro, y en especial los que habían sido aupados para su cargo por el propio Casado, pedían con saña y con urgencia la cabeza del presidente del partido. Tenía que ser la noche del 23F, para más inri.

Y si para ello había que saltarse a la torera los procedimientos establecidos, se hacía. Fue lo que pretendió, sin estar presente en la reunión, una Ayuso, que desde primera hora de la tarde susurró a los presentes -desde el Wanda Metropolitano, donde asistía al encuentro entre el Atlético de Madrid y el Manchester United- que se designara, por las buenas o por las malas, máxima autoridad del partido a Feijóo. Una estratagema que paró en seco el gallego, consciente de que un liderazgo auspiciado al margen de los procedimientos estatutarios y de espaldas a la militancia, sería el peor de los comienzos para su nueva andadura madrileña. “No necesitamos un santo, sino un líder”, exhortaba esa misma tarde un dirigente preguntado sobre si el aún presidente del PP merecía tanta deshonra de los suyos, pese a haber gestionado con torpeza la crisis provocada por la Puerta del Sol. 

Casado se salió finalmente con la suya, que no era más que, tras haber sacrificado ya a su secretario general, sortear la ejecución dramática que ansiaba Ayuso y que secundaron otros barones e irse en el marco del mismo congreso que lo eligió presidente hace tres años y medio. Poca cosa para quien ya había enfilado la puerta de salida, había sido repudiado por muchos de los que hasta hace dos días le juraron lealtad eterna y había comprobado en carne propia que, como dijo Churchill, los peores enemigos nunca están en la bancada de enfrente, sino en la propia. Otro primer ministro, el italiano Giulio Andreotti, lo diría aún más claro: “En la vida hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”. Pues eso, que el espectáculo ha sido impúdico y, seguramente, innecesario teniendo en cuenta que Casado ya había asumido, tras varios días atrincherado, su despedida. 

Lo que viene ahora no está escrito, pero no suelten las palomitas porque ante una extraña coalición de enemigos íntimos -como la de Feijóo y Ayuso-  cualquier cosa puede pasar, incluso que se despellejen mutuamente más pronto que tarde. De momento, en Galicia, en Andalucía, en Castilla y León y en otros muchos territorios dan por hecho que la presidenta de Madrid no se irá de rositas, que queda mucho aún por salir sobre su hermanísimo y que contar con el fervor popular no quiere decir que tenga la confianza de los cargos territoriales del partido y que está señalada para los restos, sean cuales sean los derroteros por los que discurra la investigación judicial.