Si hubiera que poner título a lo que el PP trata de ocultar desde el fin de semana sobre lo que la dirección desveló de las conversaciones con Junts, y hasta dónde estaría dispuesto a llegar, habría que elegir entre 'La gran mentira' o 'Matar al mensajero'. Ambos cuentan con versiones cinematográficas de éxito. El primero es un drama de suspense sobre los secretos que guardan las personas y las mentiras con las que viven. Una especie de máscara de apariencias dirigida por Bill Condon que retrata el horror, la intolerancia, el miedo y la hipocresía que subyace en algunos personajes. Intrigas, secretos y dobles verdades en los que nada es lo que parece y donde la estrategia se convierte en un elemento fundamental.
El segundo cuenta la historia real del periodista estadounidense Gary Webb, que acusó a la CIA de recibir dinero a cambio de mirar hacia otro lado mientras toneladas de cocaína, procedentes de Nicaragua, inundaron en los ochenta los barrios más pobres de Los Ángeles. La biopic trata de demostrar que el denunciante estaba en lo cierto y que la agencia de inteligencia trató de desprestigiarle para ocultar el escándalo que se les venía encima hasta dejarle sumido en una depresión de la que no pudo salir.
Y, como lo de la hipocresía y la doble verdad no es nuevo en política –y mucho menos en la derecha–, quizá la elección más conveniente sería la de '¡No maten al mensajero!' porque, aunque tampoco es nueva esa práctica, esta vez se cae por su propio peso. No fueron uno, ni dos, ni tres, ni cuatro sino hasta 16 plumillas de diferentes medios los que escucharon e interpretaron en el mismo sentido las palabras de un importante dirigente del PP en un off the record que el departamento de comunicación de Génova autorizó a contar “en fuentes”, lo que en el argot periodístico significa utilizar la información, pero no desvelar el nombre del interlocutor.
Han sido precisamente tres medios cercanos ideológicamente a la derecha política quienes, tres días después de una campaña de desprestigio de los medios, falsas acusaciones y teorías de la conspiración atribuidas a La Moncloa, han señalado al dirigente que reconoció en conversación con los periodistas que valoró la amnistía para Puigdemont; que la rechazó porque quiebra el principio de igualdad y no cabe en la Constitución; que está abierto al indulto y, lo que es peor, que no cree que García-Castellón puede demostrar la vinculación del expresident con actividad terrorista alguna.
A pesar de su furibunda oposición, su discurso hiperbólico y su intento de deslegitimar a las instituciones, resulta que quienes defendieron en algún momento que el PP, si no hubiera dependido de Vox, habría pactado con Junts estaban en lo cierto. La habilidad del PP para pegarse tiros en el pie en medio de una campaña electoral quedó demostrada el pasado julio, pero esta es una circunstancia que compete exclusivamente a la actual dirección y a quienes les auparon hasta la calle Génova, que hoy se echan las manos a la cabeza.
Cuestión distinta es si lo que hizo el PP fue una voladura controlada ante la amenaza de Puigdemont en una carta remitida la semana pasada a los eurodiputados, y en la que advertía con contar la verdad sobre sus conversaciones con el PP y la llamada trama rusa. O si estamos ante una operación que prepara el camino para un 'no' de Junts a la ley de amnistía y lo que puede venir tras él, incluido un entendimiento entre ambas formaciones que dificulte aun más la gobernabilidad de Sánchez.
Hay dudas y también versiones para todos los gustos, pero en el universo independentista cuentan que Puigdemont llegó, hace tiempo, a la conclusión de que con quien tiene que negociar el perdón penal y su regreso a España no es con el Gobierno, sino con los jueces. Y que eso es algo que sólo puede garantizar la derecha española, dada la conexión del PP con determinadas instancias judiciales.
¿Están en lo cierto quienes apuntan que el PP ofreció a Puigdemont interlocución directa con los jueces del Supremo? ¿Existe una grabación que dejaría a Feijóo herido de muerte? ¿Hasta dónde y con quién llegó la interlocución de la derecha con el independentismo? Todo es una incógnita, pero lo que ha hecho la dirección del PP ya es validar la política de Sánchez con Catalunya, devastar su propia credibilidad, volver a dar oxígeno a Vox e intentar una vez más matar al mensajero.
Sin ningún éxito, por cierto, porque ahí están también las hemerotecas que demuestran sus vaivenes cuando se publicó que el PP había negociado con Junts la posibilidad de investir a Feijóo. ¿Recuerdan? Primero, lo negó, Luego, lo reconoció en una entrevista, en la que dijo que habían mantenido contactos, pero nada importante. Después, que sólo hubo “un café entre concejales”. Y por último, admitieron que había sido González Pons, que casualmente se ha dado mus en estos días del debate tras alegar una baja por enfermedad. Lo que haga falta, con tal de ocultar la verdad.