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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Aquí no ha pasado nada

15 de junio de 2024 22:04 h

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Paseaba por mi ciudad una tarde calurosa de primavera cuando me fijé en unos pequeños carteles, burdamente clavados en el tronco de un árbol. Me detuve a comprobar qué clase de anuncio cutre utilizaba un dibujo en blanco y negro con la careta de Anonymous, adaptada al cuerpo de una ardilla que, tras la máscara, mostraba unos cuernos demoníacos. “Vota Se acabó la fiesta”, decía el afiche que resultó ser de propaganda electoral. Supe de inmediato que un buen puñado de electores desinformados y airados escogerían esa papeleta como gesto inconsciente pero apasionado de su furia, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia en los comicios europeos, que siempre se han considerado ocasión propicia para el castigo electoral, el voto antisistema o, en ocasiones, una gamberrada sin consecuencias aparentes. Craso error.

Ya sabía que así llegaron al Parlamento de Estrasburgo personajes procedentes de galaxias tan aparentemente alejadas de la política como José María Ruiz Mateos, Jesús Gil y Gil o Cicciolina. La realidad –en forma de tsunami electoral de las derechas extremas en toda la UE– me daría una bofetada monumental el 9J de la que todavía no me he repuesto. El voto al tal Alvise –que, por cierto, se llama Luis– no es una anécdota ni una mera travesura de jóvenes inmaduros con comportamientos adolescentes. Es claramente el síntoma premonitorio de una realidad amenazadoramente amarga que se cierne sobre todo el territorio de la Unión Europea y que debería preocupar a cualquier persona que se tenga por demócrata. Lo mismo da que sea vampirizado por Vox o resulte ser el vampiro del partido de Abascal. Eso no cambia nada. Es la misma ardilla.

Podemos quedarnos contemplando cómo nos afecta, particularmente, el devorador crecimiento de las ramas de este árbol invasor y venenoso para repartir culpas a los demás y sentirnos a salvo al no haber sido devastados por la marea en esta primera acometida. Así lo han hecho los partidos tradicionales españoles, conformándose cada cual con su particular premio de consolación. También podemos quedarnos en un silencio cómplice y culposo, como han hecho las autoridades de la UE a las que no parece haberles conmovido un ápice este crecimiento generalizado del electorado ultra en su territorio. 

Sin embargo, por lo que he visto en la calle, en mi familia y en el entorno más cercano de amistades, en las conversaciones del gimnasio y la tienda del barrio, cunde la alarma en legítima respuesta defensiva. He hablado con una profesora que me recuerda que así empezó, en sus orígenes, el III Reich; porque no olvidemos que Hitler fue elegido en las urnas sin que nadie le hiciera caso ni se inmutara por sus amenazantes discursos que arrasaban entre la población alemana del siglo XX. Pero, como mi amiga docente, sé muy bien que los jóvenes votantes no parecen muy interesados por conocer la Historia, al menos, la más reciente. Y no hay que ir muy lejos para comprobar que están al tanto de relatos del último cómic o serie de televisión, pero no podrían mencionar ni a uno sólo de los padres fundadores de la UE.

Hablo del electorado más joven porque ese es el territorio en el que ha triunfado el Luis del que hablamos: 800.000 sufragios de varones con menos de 30 años, procedentes de la abstención, primeros votantes, desencantados de Vox y ávidos consumidores de la red social en la que actúa su líder. Gracias a los estudios postelectorales, sabemos que esa es la condición y franja de edad de quienes han sido presa fácil y campo abonado para el éxito de estas alternativas políticas populistas de hoy, que ofrecen soluciones simples a problemas complejos, les hablan su propio idioma –violento y faltón– con un cuñadísimo desacomplejado de pandilla de bar. Este género de políticos influenciadores se erigen en justicieros, perseguidores de asesinos, corruptos pederastas y violadores; resuelven todo desde las vísceras y se comunican con su audiencia juvenil a través de sus canales digitales, que son el elemento atmosférico en el que viven y respiran esas víctimas de la manipulación y la desinformación. Los condimentos de esa receta cuecen a fuego lento los nuevos fascismos que vienen, en una mezcla de desprecio a las leyes y las instituciones, actitudes violentas como respuesta a cualquier problema, el odio al inmigrante al que se culpa de todos los males y un machismo desaforado del que, por desgracia, ya habíamos tenido noticia a causa de las Manadas. Por eso, las mujeres jóvenes, más implicadas en la lucha por sus derechos y la igualdad que les inocula el bendito feminismo, se mantienen, por ahora, lejos de ese fenómeno perverso, aunque sería ingenuo pensar que están definitivamente a salvo.

Si esto es sólo una señal de alerta temprana, el principio del tsunami que está por llegar, sería lógico y obligado tomar medidas, buscar soluciones desde este minuto cero, por eso es profundamente irresponsable que las instituciones, jerarquías y partidos políticos europeos no se den por enterados. Ha pasado ya una semana desde que sonó la alarma en las elecciones del 9J y aquí no ha pasado nada. Cada cual está a lo suyo y nadie en lo de todos y todas.

¿Alguien nos puede decir qué ha ocurrido para que una sociedad como la europea que, herida mortalmente por las guerras (la I y II G.M. y la Guerra Civil en España) del siglo XX, decidió construir una unión social y política, asentada en valores democráticos como la paz, las libertades, la solidaridad y los derechos de los seres humanos, haya emprendido esta deriva que ya sabemos que conduce al lugar del que queríamos escapar? ¿Cómo ha podido suceder? ¿Cuáles son las causas profundas que están en el origen del comportamiento electoral de quienes prefieren el totalitarismo a un régimen de libertades? y, sobre todo, ¿qué soluciones se van a poner en marcha para frenar la degradación de nuestras democracias y reconstruir el sistema dañado por el odio y la intolerancia?

En cualquier empresa que hubiera sido golpeada con igual saña por la catástrofe y el fracaso de sus productos en el mercado se habría producido una revolucionaria e inexcusable reacción: reunión urgente del consejo de administración, previa convocatoria de gabinete de crisis de sus directivos, creación de un equipo especial de diagnosis y la consiguiente aplicación de un plan de actuación inmediato y de largo alcance. Pero, en la UE, nada de nada. Sólo se han visto escasas respuestas nacionales en algunos países, como las elecciones anticipadas en Francia o el fulminante cese del líder de la derecha por sus veleidades ultraderechistas. Y en España, la pequeña crisis interna de Sumar. Poco más, que se sepa. 

Resulta especialmente paradójica esta parálisis cuando son las grandes mayorías del Parlamento Europeo –populares, socialdemócratas y liberales– quienes deberían sentirse directamente interpeladas porque su hegemonía está amenazada. Esos tres grupos políticos europeístas son los únicos actores que pueden y deben intervenir con garantías de éxito. Una respuesta conjunta de estas fuerzas políticas para poner en marcha urgentes y adecuadas medidas desde la Comisión y el Consejo habría sido un camino indicado. Claro que eso supondría dejar de lado intereses electorales particulares o nacionales en aras de un objetivo común, y eso ya no se lleva en la politiquería actual. Otro gallo nos cantaría si hubiera que hacer frente a una pandemia, un problema de competencia comercial, o una importante crisis económica. Como ya hemos visto, la UE es la institución perfecta para actuar con la máxima eficacia y, casi siempre, con acierto en esos casos. Se ve que las libertades y la paz no merecen tal movilización y consenso de unos partidos políticos que viven instalados en la complacencia, enredados en el cortoplacismo y dejándose contagiar por la marea populista.  

Los hechos que se suceden en el territorio de la UE nos deberían poner en guardia y esperar lo peor: persecución y amenazas a periodistas (Antonio Maestre), agresiones a dirigentes políticos (a la primera ministra de Dinamarca) o alta violencia en los parlamentos (tumulto en el italiano). Sea temporal o definitivo, el fenómeno ya está aquí y amenaza con destruir nuestro modelo de convivencia y el régimen de libertades junto con un modelo político e institucional que, desde luego a España, tanto sufrimiento le ha costado conquistar. 

Hay que bucear en las entrañas del sistema, conocer de dónde sale esta especie de ira y desafección que inunda las vidas de tantos jóvenes y ahora ha llegado a las urnas como un mensaje inapelable de lo que está por venir. Se dirá que es una moda pasajera de histrionismo político, una tendencia que nos llega, como un vendaval de extrema derecha, desde Estados Unidos. Porque primero fue Trump, que anunció su candidatura a las presidenciales en 2015, y después vinieron todos los demás, incluido el voto que castigó a los británicos con el Brexit un año después. Pero no dijimos nada porque no éramos norteamericanos, brasileños, argentinos o salvadoreños, tampoco éramos británicos o italianos, ni periodistas ni políticos… (Se recomienda la lectura del poema “Vinieron” de Martin Niemoller, que hizo famoso Bertolt Brecht).