No queremos que la indecencia tenga premio

11 de abril de 2022 22:13 h

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Dos comisionistas llamados Luis Medina y Alberto Luceño están en el centro de la discusión por cómo se forraron -ellos sí-, por intermediar en la venta de material sanitario. Atentos a cómo acaba este debate porque en realidad estamos hablando de nosotros. De lo que somos como sociedad y lo que queremos ser.

No está en juego el mejor o peor gusto de Medina y Luceño a la hora de gastarse el dinero. Cualquier discusión sobre si es hortera comprarse un Ferrari, o gastarse 10.000 euros por noche en un hotel de Marbella, sólo distrae del asunto principal. Puede formar parte del cotilleo de un vecindario: que si los Torres se gastan los cuartos en safaris, los López dedican una fortuna a llevar ropa de lujo en los saraos, o si los Maturana son unos tacaños que lo guardan bajo el colchón, porque hace 20 años que no cambian de coche. Está bien como comidilla, pero para la política la cuestión relevante es cómo gasta el dinero la administración. 

Entre marzo y mayo de 2020 sufrimos un confinamiento severo. Entre quienes debían asistir presencialmente a su trabajo y realizar jornadas extenuantes se encontraban quienes cuidaban a los enfermos. En aquellos meses, el personal sanitario carecía de material para protegerse. Su sacrificio fue enorme. Miles enfermaron, miles pusieron en riesgo su salud física y mental día tras día, con enorme sufrimiento. Más de cien sanitarios habían muerto en julio de 2021, cuando se les brindó de forma especial el homenaje de Estado en el patio de la Armería del Palacio Real. En ese reconocimiento hay mucho de lo que somos: las más altas autoridades del Estado, incluidos los reyes, el presidente del Gobierno, la presidenta del Congreso, el del Poder Judicial, se encontraban allí esa mañana. Se hizo entrega a los familiares de la Gran Cruz del Mérito Civil. 

Esas distinciones fueron para ellos, pero hablan de nosotros: consideramos ejemplares a quienes arriesgan o dan sus vidas por salvar las de los demás. Admiramos la entrega, la generosidad en el servicio público, el coraje con que se enfrentaron a algo desconocido sin la protección de una mascarilla. Porque no había.

En apariencia nadie está en desacuerdo con esos valores. Hasta el alcalde de Madrid hizo acto de presencia aquella mañana. Si Rochefoucauld se hubiera paseado por el patio, seguramente habría pensado aquello de que “la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Medina y Luceño habrían ido al acto encantados, caso de haber sido invitados.

Se está hablando de dos “comisionistas” que en gran medida se comportaron como especuladores. El mercado estaba roto: la escasez era absoluta, la disponibilidad de material sanitario equivalía a salvar vidas. Puesto que los controles en la administración se habían relajado, ¿era el momento de aprovechar un contactillo en China y otro en el ayuntamiento para enriquecerse? ¿Acaso la lógica disminución de los controles administrativos en la contratación se aprobó para ayudar a los desaprensivos -ellos sí- a forrarse?

No. En la alcaldía de Madrid, como en toda la administración, se sabía para qué se rebajaban las exigencias de la contratación: para obtener más material con más facilidad. Por tanto, el pago de una comisión desorbitada sólo estaría justificado si, frente a otras ofertas, ese comisionista hubiera permitido acceder a más cantidad y más calidad de material que otros que demandan una comisión menor. Sabemos que no fue así, sino todo lo contrario: el material estaba defectuoso. Esto apunta, cuando menos, a una negligencia por más que algunos repitan las frases salvadoras: “Todo fue legal”, “se respetó el procedimiento administrativo”. Desde luego el espíritu del procedimiento no sólo no se respetó, sino que se pisoteó.

Los mecanismos administrativos, las regulaciones, las leyes, deberían incentivar lo mismo que consideramos ejemplar. Si admiramos la generosidad, no podemos retribuir la avaricia. Si aplaudimos la entrega y el servicio público no podemos premiar la corrupción. Si ensalzamos el esfuerzo no podemos enriquecer al comisionista por hacer unas llamadas. Si homenajeamos el mérito de funcionarios como los médicos, no podemos retribuir la especulación. 

No faltará quien diga que la ley de la oferta y la demanda, trastocada aquellos días, produce estas indeseables consecuencias. Pero si sólo somos un mercado, no nos queda otra que aplaudir a los comisionistas. En un mercado donde escasean las mascarillas y los contactos, se forraron -ellos sí-, todo lo que pudieron. ¡Bien hecho! 

Creo, no obstante, que el escándalo suscitado por este caso revela que nos negamos a ser sólo un mercado, como quiere Michael Sandel, y nos reivindicamos como una sociedad que tiene, ensalza y reivindica virtudes cívicas. ¿Cuáles? Las que aplaudíamos a las ocho: el sacrificio, la generosidad, el cuidado, el servicio público, el coraje. A su vez, denostamos la indecencia ejemplificada por los comisionistas y quienes contribuyeron a enriquecerlos: su avaricia, la explotación en beneficio propio de una catástrofe humana, su vaguería.

No queremos que la avaricia o la indecencia tengan premio. Una administración que retribuye bien a los comisionistas y mal a los médicos está diciéndole a la sociedad que se equivocó al aplaudir desde el balcón las virtudes cívicas de las ocho.