De entre todas las imágenes conmovedoras que está dejando la tragedia de Valencia hubo una que me emocionó especialmente hace unos días y no sé muy bien describir por qué. Marta Carazo estaba haciendo un directo desde Utiel cuando un grupo de chavales cargados con palas pasó por su espalda. Ya era de noche cerrada y en Utiel no había electricidad. Pese a ello se habían desplazado desde otro pueblo para desatascar las alcantarillas y facilitar las labores de limpieza una vez se hiciese de día. Estaban ahí, trabajando a oscuras, cubiertos de barro hasta la cabeza. La generación a la que siempre se le acusa de un individualismo estridente.
En el extremo contrario están lo que usan estos días su privilegiado altavoz para hacer demagogia a costa del dolor ajeno. Me desespera ver a influencers desinformando en sus redes sociales con inflamados mensajes apolíticos, caldo de cultivo perfecto para que la extrema derecha riegue la indignación con sus soflamas, caldo de cultivo perfecto para la violencia que ya estamos presenciando. Me agota la solidaridad del like, que es la que buscan algunos mientras se graban haciendo donaciones, que más que altruistas son publicitarias. Y me enerva ver cómo los habituales generadores de odio lo están esparciendo sin ningún pudor. Ellos que son firmes negacionistas del cambio climático y del intrusismo del Estado. Ellos, que se dicen patrióticos, no son más que repugnantes carroñeros.
Nuestra cultura obsesionada con las celebridades ha amplificado a un puñado de personajes telegénicos que viven en su propia burbuja ajenos a ese pueblo al que tanto referencian ahora en lacrimógenos posts. Pero el verdadero pueblo son los chavales valencianos que llevan días organizándose en cuadrillas para ayudar donde buenamente pueden. Ellos y todos los voluntarios han convertido la desesperación en dedicación y la rabia en fuerza colectiva, en una especie de poderosa alquimia. La buena vecindad y el patriotismo la están mostrando los valencianos, y no influencers, streamers o youtubers desde códigos postalaes andorranos pidiendo más Estado mientras lo diluyen evitando pagar impuestos. “No pagar impuestos es una obligación moral”, llegué a leer en redes sociales estos días de uno de ellos cuando se lo reprochaban. Son ídolos forjados en el individualismo más extremo.
“Claro que el mundo cría monstruos, pero la bondad prolifera igual de silvestre”, escribe Mary Kaar en ‘El club de los mentirosos’, una frase que recordaba esta semana la periodista Bárbara Arena. No imagino una cita mejor para describir lo que está sucediendo desde el pasado miércoles. Entre todo el caos, el odio, la rabia, el dolor y la desesperación, la bondad también está floreciendo silvestre. La bondad es lo que todavía nos sostiene, aunque a muchos les pese.