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Qué noche emocionante frente al televisor

Nemo representante de Suiza, ganador del Festival de Eurovisión. EFE/EPA/JESSICA GOW SWEDEN OUT

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Vaya noche emocionante. Después de tantos días de expectación, de escuchar a los principales candidatos, discutir su valía, hacer porras sobre el resultado y leer las encuestas y los pronósticos de los expertos, llegó por fin el momento más esperado, la hora de la verdad: la votación. Toda la tensión de la última semana, los nervios de los aspirantes, las polémicas de última hora, la polarización cada vez mayor de los ciudadanos, hacen más emocionante el recuento de votos. Todos en casa, sentados frente al televisor, vemos en pantalla cómo van subiendo los votos de cada aspirante. El presentador o presentadora narra el conteo con intriga, hace pausas dramáticas antes de comunicar cada avance. En el lateral izquierdo de la pantalla vemos el resultado provisional que se va actualizando: quién va primero, quiénes están igualados, quién adelanta o cae un par de puestos según avanza lentamente el recuento, mientras los seguidores, concentrados, agitan sus banderas y se dan ánimos, todavía creen posible la victoria. No se habla de otra cosa en las redes sociales, circulan pronósticos y sobre todo memes. Se hace tarde pero nadie se va a la cama sin saber el resultado final, aunque según pasan los minutos está cada vez más claro quién será el triunfador. Terminado el escrutinio, el vencedor es proclamado, comparece por fin, nos dirige unas palabras de agradecimiento y celebración, provoca la euforia de los suyos aunque los derrotados también celebran, que aquí nadie se siente perdedor. ¡Menuda noche emocionante!

El párrafo anterior, ¿va sobre Eurovisión o sobre la noche electoral de las catalanas? Si creíste que me refería a la noche del sábado, vuelve a leer pensando ahora en el domingo. Y si por el contrario dabas por hecho que hablaba de la noche electoral, relee como si se tratase de Eurovisión. Pasatiempo para el lunes: señala las siete diferencias entre una y otra retransmisión.

No se me solivianten, que no estoy comparando unas elecciones democráticas con un concurso televisivo de talentos; unas elecciones tan importantes como las catalanas, con una chorrada inofensiva que olvidaremos en pocos días. Lo que sí comparo es el tratamiento mediático, sobre todo televisivo, de ambos acontecimientos, lo mucho que se parece una edición de Eurovisión a una noche electoral (la catalana, las generales o la que prefieran). Y lo peor: lo mucho que nos parecemos los espectadores, nuestra forma de asistir al mismo.

No solo es que las noches electorales se hayan espectacularizado y sometido cada vez más a la narrativa televisiva; es que a la vez Eurovisión se va poniendo seria, atravesada por la política. Así van confluyendo ambos acontecimientos, a base de espectacularizar y frivolizar la política, mientras se politiza lo que siempre fue un espectáculo frívolo. Por un lado, las contiendas electorales convertidas en show, contadas con el mismo tono, recursos visuales y trucos emocionales que una final deportiva o un concurso de talentos. Y por otro, el viejo festival de la canción atravesado por la actualidad y por las tensiones políticas o internacionales: la guerra en Gaza ahora, la guerra de Ucrania en las ediciones anteriores, que justificó la expulsión de Rusia pero también la victoria de Ucrania por motivos ajenos a lo artísticos. Todo lo cual abre la puerta a que, por mucho que organizadores y anunciantes se empeñen en dejar la política fuera del festival, veremos futuras ediciones igualmente marcadas por los conflictos y polémicas del momento.

El problema es que, en ambos casos, siempre gana la espectacularización antes que la seriedad. La política retransmitida como concurso televisivo acaba contagiándose a las campañas, discursos y mensajes. Y los concursos televisivos tomados demasiado en serio, nunca lo son realmente: mientras Israel masacraba un día más a la población palestina, habrá quien crea que por abuchear o no votar a la cantante israelí ya ha cumplido, ya ha protestado, y que Israel siente el rechazo mundial por unos silbidos en la tele.

¿Y qué me parece a mí? No me pregunten, solo soy un espectador satisfecho que este fin de semana ha disfrutado no de una, sino de dos noches emocionantes.

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