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No en su nombre

Ya no está. Pero si Alfredo Pérez Rubalcaba estuviera hoy entre los vivos sufriría espantado por esta ciénaga en que se ha convertido la política. Seguro que no sería de su agrado el pacto con ERC. Ni la meliflua respuesta con la que Pedro Sánchez despachó la intervención de la portavoz de Bildu en el Congreso durante la sesión de investidura. Ni tampoco la bochornosa manera en la que el socialismo en ocasiones baja la cabeza cuando el PP sitúa en el centro del debate partidista a las víctimas de ETA. Ya tendría incluso redactado el “corte de radio” o el titular de prensa con el que responder a todo ello. Y sin duda no hubiera callado ante la derecha hiperventilada que intenta patrimonializar estos días el desgarro de tantos años de sufrimiento colectivo al tiempo que utiliza, de paso, su nombre para mancillar las siglas del socialismo y a quien hoy las representa.

El recuerdo de las bombas, la sangre y el dolor no merecen silencio. Y mucho menos que formen parte del combate de un parlamentarismo zafio y bronco en el que la necesidad se antepone a la convicción y el insulto a los argumentos en un ejercicio nauseabundo de utilización por el dolor de los muertos. De los que asesinó la banda terrorista y de los que contribuyeron más que con un grano de arena -pero sin darse un solo golpe de pecho- a que los criminales abandonaran las pistolas.

Si hubiera visto la sesión de investidura, a Alfredo Pérez Rubalcaba se le estarían removiendo las entrañas, y ya le hubiera dicho a Casado: “En mi nombre, no”. El líder del PP le mencionó en el debate de investidura para atacar a Sánchez con un “no voy a reproducir aquí lo que pensaba de usted el señor Rubalcaba”. Y ha sido Elena Valenciano quien ha escrito, en su ausencia, lo que debiera haberle respondido el candidato del PSOE desde la tribuna: “Desgraciadamente ya no está aquí. Hubo un tiempo para escucharle. Ahora es tarde, déjenle en paz”. Nadie se ha atrevido, sin embargo, a escribir, por respeto a su memoria, lo que pensaba también él sobre Casado y algunos de quienes le acompañan en este nuevo PP.

Ahora que no está, la derecha pasea su memoria como si le fuera propia, lo eleva a lo más alto y usa su nombre con descaro en su nueva estrategia de acoso y derribo contra la izquierda española. En vida, esparcía todo tipo de basura sobre sus espaldas. Lo hizo por los presos que nunca acercó a las cárceles de Euskadi, por la Navarra que no vendió o por el precio que jamás pagó a la banda terrorista. La infamia contra su desempeño político nunca tuvo límites. Le acusaron también de haber tapado los GAL, de crear una policía política y hasta de dar chivatazos a ETA para que sus miembros no fueran detenidos. En vida, no le dieron un respiro ni le regalaron un elogio. Y ya muerto es cuando le reconocen sus logros.

Si les escuchara ahora usar su apellido en la refriega de la crispación como ejemplo de lo que debe ser un socialista, no solo no lo hubiera permitido sino que hubiera contestado igual que ha hecho Valenciano en su cuenta de Twitter. Demasiado tarde para reconocer lo que fue y lo que hizo por España y por el final del terrorismo. Así que mejor dejar en paz a los muertos, salvo para exigir, como ha hecho Eduardo Madina, lejos ya de la primera línea política, que no se les mezcle en un debate de tan bajo vuelo porque son demasiado grandes para argumentos tan espurios y tan pequeños.

Los muertos que son de todos lo fueron por culpa de una banda asesina que, afortunadamente y pese a que la derecha se empeñe en traerla otra vez al 2020, ya no está. Así que no, no hagan política con ellos. Al menos no en su nombre. Ni en el de los 857 asesinados ni en el de un socialista que dedicó gran parte de su empeño político a la desaparición de la banda terrorista y ni un solo día de su existencia pretendió colgarse la medalla que le correspondía, pese a que le fue negada por quienes hoy usan su apellido con descaro solo para atizar al adversario y desestabilizar al próximo gobierno. Ni ETA existe ya, ni Rubalcaba fue jamás del agrado de la derecha cavernaria ni los españoles han acudido en las cabalgatas de Reyes en busca de los pedazos de esa España rota de la que hablan.