Normalizar la mentira y no sólo en política

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Ni los diarios, ni los comunicadores, ni los bancos, ni las empresas del Ibex decidirán quién ganará las elecciones el próximo domingo. Los españoles votan y los españoles deciden. Cuando se abran las urnas el domingo, esta campaña electoral habrá pasado a la historia, y no precisamente por su limpieza en el terreno de juego. La mentira, como antes el insulto, se ha normalizado en la vida pública y se pasa por alto en la opinión publicada en función de quién la emita. Unas veces se califica de inexactitud, error, desliz y otras, de patraña, infamia o bulo. 

Sobre Por qué mentimos (Ariel, 2012), existe un tratado del psicólogo Dan Arely  que habla del nivel de tolerancia ante las falsedades, según el cual todas las personas mienten un poco cada día pero se cuidan de poder mirarse al espejo y de que los demás no puedan sacarle los colores. Algunos han abusado tanto de las trolas que ya no se inmutan, ni se contienen, ni se sonrojan. 

Hay ejemplos palmarios. Trump, Bolsonaro, Ayuso, Abascal… Hasta Feijóo, que llegó a la arena nacional comprometido con la política para adultos y la importancia de la palabra dada, ha quedado atrapado en la complicada tela de araña del embuste, si bien no le importa en absoluto que le llamen mentiroso porque dice que “oír a Sánchez hablar de mentiras es como oír a Otegi hablar de respeto a las víctimas”. 

A Feijóo le importa poco mentir porque también lo hacen otros. Toda una declaración de intenciones que convierte la política en un campo de patrañas que rara vez se rige por los mínimos exigibles de integridad, responsabilidad y honestidad. Mentir en el Parlamento o en cualquier foro público en el desempeño de un cargo público en España no le cuesta el cargo a nadie, como ocurre en otros lugares del mundo, donde el debate puede ser más o menos crudo, pero no se tolera un embuste.

Normalizar la mentira es algo pernicioso y, sin embargo, cada día encuentra más disculpas entre quienes las vierten porque lo emocional es lo que domina el comportamiento público y porque ante el Gran Hermano de la política importa más el cómo se dicen las cosas que la veracidad de las mismas. Por eso Feijóo apabulló a Sánchez en el primer y único cara a cara televisado de esta campaña. Y por eso el presidente aprovechó este miércoles el debate a tres en RTVE para, en ausencia de su principal competidor, relacionar su escapismo de la última gran cita audiovisual de esta campaña con la evidente dificultad “para hacerse cargo de la montaña de mentiras del primer debate”, además de porque no quería aparecer retratado junto a su potencial vicepresidente del Gobierno, Santiago Abascal, si gana las elecciones del domingo.

Ángel Gabilondo, hoy Defensor del Pueblo y antes ministro socialista y candidato del PSOE a la Comunidad de Madrid, fue quien acuñó la expresión “tener una relación oblicua con la verdad” para señalar, con elegancia, al embustero. Lo hizo precisamente en un debate electoral en 2019 en alusión al entonces candidato de Cs a presidir el gobierno madrileño, Ignacio Aguado. Desde entonces, la presidenta regional ha hecho de la patraña, el embuste y la difusión del bulo su principal arma política. Y no ha pasado nada. Ayuso ha logrado con esa estrategia una aplastante mayoría absoluta y, ahora, Feijóo con la misma estrategia aspira a conquistar la Moncloa. No parece que sus engaños sobre las pensiones, la investigación de la Audiencia Nacional sobre el caso Pegasus, la deuda pública, la inflación o la excepción ibérica hayan lastrado sus posibilidades electorales. Todo lo contrario. Miente, que no importa es la conclusión que quedará de estos 15 días de refriega electoral, si el PP conquista la Moncloa y se confirma su tesis de que cabalga a lomos de una inercia ganadora en la que ya no le penaliza nada. 

Una cosa es interpretar los hechos y los datos de la realidad con cierto sesgo y otra bien distinta es mentir a sabiendas de lo que se hace o argumentar de manera tendenciosa sin atender los límites de la ética más elemental. Pasa en la política y pasa en el periodismo, donde algún día habrá que hacer también un exhaustivo examen de conciencia si queremos evitar que la normalización de la mentira deteriore gravemente la calidad de la democracia e incluso de la convivencia. Más aún. O ponemos remedio entre todo o vamos hacia ello.