Se lo advierto. Los tatoos están “out” por culpa de los futbolistas y de Sergio Ramos. Lo más “in” ahora mismo es el federalismo. Tras varios siglos y guerra civiles, España parece por fin camino de dejar de ser el único Estado del mundo donde federalismo significa lío, follón, melé, tumulto, conflicto, desconfianza y problemas. Aunque seguramente sólo sea por unos días, ya nos parecemos un poco más a esa mitad del la población y del PIB mundiales que se gobiernan con sistema federales porque significan acuerdo, diálogo, cooperación y respeto por el otro.
Sin saber muy bien cómo España se ha llenado de federalistas. No hay líder emergente que se precie que no ofrezca de una solución federal. En las encuestas los federalistas han crecido aún más rápido que los votantes de Podemos. Incluso aquellos que no se sienten federalistas admiten que se trata de una opción que no debe descartarse. Cada vez que alguien dice “federalismo” en España, un ángel gana sus alas en el cielo y una estrella fugaz brilla más fuerte en el firmamento trayendo una luz de esperanza. O eso parece.
Todo suele ir bien hasta que a algunos se les pregunta qué quieren decir con eso del federalismo, o ellos mismos se empeñan en desarrollar el concepto. Entonces es cuando se evidencia que en realidad donde dicen federalismo querían o podrían decir “supecalifragilisticoespiralidoso”, o “patata”, o “cinematógrafo”.
Muchos entre quienes hablan ahora de federalismo en realidad piensan en seguir como estamos pero cambiándole el nombre al Estado de la Autonomías, que ya les parece federalismo más que suficiente. Otros solo se refieren a repartir la caja de los cuartos de una manera mejor para ellos. Algunos incluso parecen tener en la cabeza que el federalismo es un pase pernocta que los grandes partidos de Madrid nos dan a la fogosa muchachada de provincias para que nos desfoguemos. Federalismo es decir “boas noites” y declarar tu amor a la butifarra y al caldo de grelos.
Lo primero que aprendí sobre federalismo me lo enseñó una novia. Seguía tres reglas básicas. Las cosas se hacían por acuerdo, ninguno podía decirle al otro qué estaba bien y qué estaba mal o qué podía o no hacer y nadie podía escaquearse de sus obligaciones. Un Estado federal se parece bastante en esencia. El poder nace del pacto y el acuerdo entre las naciones y ciudadanías federadas. No reside en una nación, un soberano, un parlamento, ni siquiera en un Pueblo. La soberanía nace de la voluntad de llegar a acuerdos y gobernarse por medio de la cooperación entre iguales, entre naciones que no ya están ahí afuera porque se hallan en permanente construcción, a través de un proceso abierto, plural y sin exclusiones.
El federalismo es como aquella vida en pareja. Requiere la voluntad común de querer vivir juntos y compartir una idea del futuro. El federalismo no es un contrato matrimonial donde, a cambio de que una de las partes deje de dar la lata, la que manda le aumenta la asignación o le amplía la biblioteca. Ser federalista exige tener una visión y ejercer la voluntad para que el sistema funcione de manera federal. Un Estado federal no son solo leyes e instituciones, necesita la voluntad de hacerlas funcionar como algo común y propio. Ahora miren a su alrededor, cuenten a ver cuántos federalistas les salen y no se asusten. La voluntad federal lleva su tiempo.