Alberto Núñez Feijóo no aprovechó la segunda oportunidad que tuvo esta semana en el Senado. Se mostró envarado, atado a un discurso escrito totalmente previsible, sin un solo apunte de chispa personal, de la vitalidad política que caracteriza a los líderes con aspiraciones. Esa mediocridad discursiva, unida a la falta de iniciativas con un mínimo de fuste, empiezan a ser datos cruciales del panorama político. ¿Va a tener el líder del PP la fuerza necesaria para echar a Pedro Sánchez de La Moncloa?
Lo denoten o no las encuestas, que algunas lo hacen y otras no, el “efecto Feijóo” ha dejado de existir, si es que alguna vez existió. No quiere eso decir que se hayan acabado los problemas de la izquierda, ni que la derecha no pueda ganar las próximas elecciones. Lo que quiere decir es que no hay corrientes imparables que determinen inevitablemente esos resultados. Es en esa realidad normalizada en donde hay que colocar los límites de un Feijóo que no consigue arrancar como líder de la oposición.
Pues, aunque todo vaya a contar -y son muchos los factores que se incluyen en ese “todo”-, al final el aspecto decisivo y decisorio de la contienda electoral será la confrontación entre los líderes de las dos grandes formaciones. Si Sánchez llega a ese momento crucial con la buena imagen que ha conseguido forjarse en los últimos tiempos, tendrá muchas posibilidades de batir al Feijóo sin mucho punch que hoy aparece ante los ojos de los ciudadanos. Ningún mago de la comunicación será capaz de rehuir ese designio. Por lo tanto, hay partido. Y la izquierda depende de sí misma para ganarlo.
No cabe sacar conclusiones fáciles a ese respecto. Porque el gobierno de coalición está tocado por los problemas a los que ha tenido que enfrentarse y al amplio descontento ciudadano que estos han provocado. Y porque en el año y pico que falta para que las urnas sancionen el peso de ese deterioro le pueden aún ocurrir cosas no precisamente positivas. Una derrota significativa en las elecciones municipales y autonómicas de mayo sería una de ellas. Un agravamiento de la crisis económica y energética podría empeorar aún más sus posibilidades.
Hoy el futuro a corto y medio plazo es más imprevisible que nunca. Porque va a venir determinado por una guerra que nadie sabe por dónde va a tirar y que los analistas más solventes creen que aún va durar mucho. Las falsedades que diariamente cuentan la mayoría de los medios de comunicación no sirven para ocultar esa realidad. Y el desconcierto, cuando no es descontrol, que reina entre los dirigentes políticos de todo ese Occidente al que España pertenece, son una confirmación de que la guerra de Ucrania se está llevando por delante buena parte de los antiguos equilibrios sobre los que estaba montado el equilibrio de ese mundo. Hacer previsiones electorales cuando la situación puede cambiar sustancialmente de un día para otro no es la opción más sensata.
La izquierda puede por tanto perder y no habría que asombrarse si eso ocurre. Pero la derecha no lo tiene ni mucho menos ganado. El tono gris que Alberto Núñez Feijóo luce en sus manifestaciones públicas podría sugerir que el líder del PP es el primero que se ha dado cuenta de ello. Mirando hacia el futuro, los éxitos electorales cosechados por la derecha en el último año y medio aparecen como hechos que respondían a motivaciones muy específicas y que no valen para configurar una tendencia contundente e inevitable.
La victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid se debió, en efecto, tanto al acierto de los creadores de su campaña como a la incapacidad del PSOE para oponerle un candidato con mínimas posibilidades de ganar y a la irracional desunión de las formaciones situadas a la izquierda de los socialistas. El triunfo de Juan Manuel Moreno fue fruto, sobre todo, del hartazgo de una buena parte del electorado andaluz hacia cualquier oferta del PSOE tras sus 37 años de ejercicio del poder. Y la ridícula maniobra orquestada por los socialistas desde Madrid para hacerse con el poder en la región de Murcia fue la principal razón del ascenso de López Miras.
En resumidas cuentas, que el PP no tiene una fórmula triunfadora en sus manos. Que sus logros más llamativos los ha logrado gracias a los fracasos, cuando no a la ineptitud de sus rivales. A lo que en estos momentos cabría añadir un dato no precisamente secundario. El de que la derecha no tiene un programa mínimamente sólido para llegar al poder.
El discurso de Feijóo en el Senado es la mejor confirmación de esa ausencia. Porque el líder del PP, rememorando al malhadado Pablo Casado, se limitó a enumerar los males que sufre la patria, exagerándolos casi siempre, inventándolos en alguna ocasión, pero sin sugerir, siquiera fuera de pasada, una vía posible para superarlos. Ni una sola idea, ni un solo proyecto para el futuro. Cualquier aprendiz de jefe de comunicación habría podido escribir un discurso tan banal y previsible.
Parece bastante posible que la pifia garrafal de la primera ministra británica Liz Truss obligó al equipo de Feijóo a inventar la intervención sobre la marcha. Porque si los mercados no hubieran sancionado que la primera ministra británica había metido la pata hasta el cuezo con sus bajadas de impuestos es prácticamente seguro que el líder del PP habría montado su ataque a Pedro Sánchez sobre ese argumento. Porque, sin explicar nunca las bases de la misma, esa era la única propuesta que hasta ahora la derecha había sido capaz de pergeñar para contrarrestar la política del gobierno de coalición.
Sin punch, sin ideas y con dos graves problemas que no ha resuelto -la beligerancia en su contra de Isabel Díaz Ayuso y la amenaza electoral de Vox- está claro que el líder del PP tiene un arduo trabajo por delante. Por cierto, que es muy posible que el que la presidenta de la Comunidad de Madrid siga dando impenitente su batalla se deba justamente a que ella y sus asesores crean que su gran oportunidad llegaría si Feijóo no consigue entrar en La Moncloa.