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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Mi 1 de octubre a pesar de la sentencia

He esperado unos días. Quería contar un 1 de octubre tranquilo y he esperado porque tienen preferencia (ética) quienes vivieron y/o padecieron en Catalunya una violencia que todavía hoy sigue siendo inexplicable. Y porque en Catalunya y seguro que en muchos otros lugares del Estado estamos aguantando el aire hasta que salga la sentencia. Y eso a pesar de que tantos presos, presas y juicios después seguimos sin saber quién dio la orden de machacar a una ciudadanía pacífica (ahora ya, se mire por donde se mire, este es un hecho innegable) que había decidido ejercer su derecho a voto en un referéndum.

Se podría esgrimir (y se esgrime) que es ilegal convocar un referéndum pero en cambio nadie puede culparnos por haber participado en él. Yo voté el 1 de octubre, junto a mi hija, mi madre y mi abuela: cuatro generaciones de mujeres. Y voté en un ambiente festivo, tranquilo, rural, bonito, cordial y alegre.

Y después he esperado unos días más. Porque estamos todas y todos conteniendo el aire hasta que salga la sentencia. Las presas y los presos podrían pasar 15 años en prisión y en Catalunya esta es una losa que nos oprime. Hace días que en las redacciones, las radios y las calles no hablamos de otra cosa. Y hay gente mayor que no quiere ver la tele, me dicen, tienen miedo.

Y aún así quiero dejar constancia, y creo que es algo que muchas de las presas y los presos y sus familiares querrían, que mi 1 de octubre fue un día alegre. Hasta que empezaron a pasarnos mensajes y vimos vídeos y recibimos peticiones de ayuda de pueblos cercanos donde las fuerzas del orden españolas entraron con saña y extrañamente envalentonadas (como si se sintieran protegidas), fue un día alegre. Por la mañana me reuní en casa de mi abuela con mi madre y mi hija. Fuimos las cuatro con otros familiares, caminando hasta la escuela que nos tocaba.

La noche anterior mi hija y yo habíamos adelantado el regreso de un viaje a Roma. Habíamos llegado sobre las once de la noche y pasamos por la escuela de votación a ver qué se necesitaba. La gente estaba cenando, jugando a cartas, leyendo, haciendo crucigramas, tocando la guitarra, con un dominó… tenían comida y estaban esperanzados, esperanzadas, porque nos parecía un triunfo nuestro, de la ciudadanía, que estuviera ocurriendo lo que estaba ocurriendo. Y lo que estaba ocurriendo es que a pesar de las negaciones a los intentos de diálogo, a pesar de vivir en una monarquía en la que la República parece no poder cuestionarse y a pesar de los barcos llenos de guardias civiles injustamente tratados por sus superiores, a pesar de todo esto, íbamos a votar. Lo habíamos conseguido y nos parecía, y a mí hoy me sigue pareciendo, un triunfo del pacifismo y la voluntad del bien común.

Y quiero dejarlo escrito antes de la sentencia, si alcanzo. Mi 1 de octubre fue un día feliz porque el pueblo de Catalunya había ganado. Queríamos saber qué pensábamos todos (los que sí, los que no, los que en blanco) y aquella gloriosa sensación de triunfo y unidad no la borrará la sentencia. La sentencia activará otras cosas. Pero aquel momento, en el que fuimos más que el rey y más que la política lo tenemos guardado como algo precioso. Lo fue.